viernes, 17 de julio de 2009

El Señor de Piombino (Madrid)


Sorprende el grado de credulidad de los madrileños del siglo XVI en las más absurdas supersticiones.

Decía un informe del Embajador alemán que en cierta ocasión, un noble de ascendencia italiana y domiciliado en Madrid, fue a visitar a una mujer con la que sostenía relaciones. El noble era rico y mantenía totalmente a la mujer, por lo que ella, al escuchar en la puerta de su casa el ruido convenido de los nudillos de su señor, se violentó mucho... No es que se violentara por hallarse sin peinar o porque la casa no estaba arreglada, sino porque precisamente en aquellos momentos se encontraba allí, de visita, un caballero muy de su agrado, cuya presencia podía molestar al protector, apellidado, por cierto, Piombino.

Ni corta ni perezosa, la coqueta, que tenía tratos con el Demonio, sacó a su visitante al balcón y abrió la puerta al señor de Piombino, que entró algo amoscado por la tardanza en abrir, pero entusiasmado por la presencia de ella. Hacía calor en el interior de la casa, y el señor de Piombino se fue a abrir el balcón. « ¡No! », gritó la mujer, aterrada; pero el de Piombino, más amoscado aún, en lugar de obedecer abrió el balcón de par en par. Más rápida que el pensamiento, la mujer pidió ayuda al Demonio, su amigo particular, y el Demonio acudió a tiempo de convertir al visitante escondido en una naranja.

«¿Qué hace esta naranja aquí»?, preguntó el señor de Piombino, y es de suponer que ella respondiese que la naranja no hacía nada, y que la había puesto en el balcón por lo mucho que le gustaban las naranjas frías. Cuando el señor de Piombino abandonó la casa, se deshizo automáticamente el hechizo, y la naranja volvió a convertirse en un caballero. Pero el caballero, asustado por el poder de brujería de su amada, la denunció a la Inquisición, y ésta murió en la hoguera.