martes, 9 de abril de 2013

Las salinas de Añana


De junio a septiembre, cuando llega el buen tiempo y las lluvias desaparecen, el paisaje se vuelve espectacular en Salinas de Añana, un pequeño lugar medio olvidado, en el límite de Álava con Burgos. Las viejas estructuras de madera, levantadas hace siglos, aparecen completamente cubiertas por capas de sal que relucen cegadoramente bajo el sol, como si todo estuviese cubierto por un blanco manto de nieve.

Este paisaje, declarado monumento de interés histórico-artístico, fue creado por los romanos hace unos veinte siglos, cuando empezaron a explotarse los manantiales salinos. Cinco mil terrazas —de las que siguen en funcionamiento alrededor de cuatrocientas— se construyeron en el valle y, desde entonces, Añana vive de las salinas más antiguas de España. Primero pertenecieron al campesinado, luego pasó a la realeza y, más tarde, a la Iglesia. Con la Desamortización el esplendor de Añana se apagó y la sal dejó de ser rentable, pasando a la historia la época en que se pagaba más por un kilo de sal que por uno de pan.

Ahora han vuelto a propiedad particular y en el carné de identidad de algunos de sus habitantes se refleja su profesión: salinero. El lugar es bueno para la salud, como lo demuestra la avanzada edad de varios de sus ciudadanos, que recuerdan los tiempos en que la recolección de la sal se hacía transportándola a hombros.

Actualmente, un tractor recorre el cauce del manantial al final de temporada. Hasta el comienzo de la guerra civil existió en Añana un famoso balneario. De él se conserva todavía algún que otro baño de mármol rosa, abandonado cerca de las terrazas. Mucha gente sigue viniendo a pasear descalza por sus aguas, lo cual —dicen— está recomendado para el reuma. El único temor durante los meses de mayo y junio es la lluvia, que puede arruinar la cosecha. A comienzos de siglo, Añana contaba con la protección de dos patrones: Santa Ana y San Cristóbal. Se comenta que, hace ya muchos años, sacaban en procesión a Santa Ana en el día de su fiesta (26 de julio), en pleno verano, y la paseaban por en medio de las terrazas. Un año, la santa se despistó y la lluvia se llevó las salinas y las ganancias. Los de Añana destituyeron inmediatamente a Santa Ana, nadie volvió a hablar de ella y su ermita fue convertida en almacén. San Cristóbal tampoco corrió mejor suerte, ya que su iglesia quedó destruida en tiempos de la invasión francesa y, actualmente, es un frontón. El primer domingo de octubre se celebra la fiesta más importante: la Virgen del Rosario. La zona donde se explota la sal recibe el nombre de Valle de la Sal y cuenta con tres manantiales de agua salada y dos de agua dulce.
 
Todo en las salinas debe ser de madera, hasta los clavos, debido al óxido. El agua es conducida hasta las terrazas a través de acueductos de madera y la sal que se obtiene, tras su evaporación, se recoge cada dos días. Hasta mil kilos puede producir una era por temporada. No es para hacerse rico, pero da para vivir.

Francisco Rios González EL PERNALES

El mítico bandolero, de los últimos de la península que murió en la Sierra de Alcaraz en 1907

Personaje que ha pasado al folclore popular junto con su compadre de fechorías Antonio Jiménez Rodríguez El Niño de Arahal.
 
La leyenda lo pinta como un Robin Hood que robaba a los ricos para dárselo a los pobres. En realidad robaba a los ricos por que eran los que tenían el dinero, es tontería robar a un pobre. El Pernales era un tipo duro de metro y medio con muy mal carácter

Los dueños de cortijos de Andalucía le temen, da golpes desde Sevilla a Córdoba y el Pernales siempre escapa de sierra en sierra (Ronda, Cazorla, Alcaraz...). Los campesinos le ayudan por miedo y al que le intenta vender a las autoridades le mata sin dudarlo.

Ante el acoso de la Guardia Civil, El Pernales intenta huir a Valencia donde al parecer le espera su compañera embarazada. Camino de levante pasa por Alcaraz y pregunta el camino a un guarda forestal ex-guardia civil que se lo indica (la leyenda dice que incluso le da un duro). El guarda sale corriendo a denunciarlo al juez de Villaverde y toda la guardia civil de la zona sale a la caza. Cuando lo localizan le dan el "alto a la guardia civil" y el Pernales responde "A por ellos niño". Los dos mueren en el tiroteo y los cuerpos son llevados a Bienservida para que los examinen las autoridades.
 
La tumba del Pernales puede verse en el cementerio de Alcaraz y casi siempre con flores, ya que ha surgido la leyenda de que el Pernales todavía se aparece por los parajes y si no quieres encontrártelo de noche, mejor subes al cementerio y le pones flores

 

 

viernes, 5 de abril de 2013

Eloy Gonzalo - Cascorro

Para los madrileños fue Eloy Gonzalo, el héroe de Cascorro, el personaje popular más importante de la guerra de Cuba. Su historia y leyenda se confundieron, incluso en la estatua levantada en la plaza que lleva su nombre.

Nacido en 1868 en el día de San Eloy, razón por la cual en la inclusa donde fue recluido le impusieron ese nombre, se incorporó al cuerpo de carabineros y luego al ejército. Fue destinado al Regimiento de Infantería María Cristina número 63, en la localidad de Puerto Príncipe, Camagüey, en Cuba, adonde llegó en noviembre de 1895.

En septiembre del año siguiente, una partida de unos tres mil insurrectos cercó la pequeña población de Cascorro. La situación del destacamento español era tan difícil que se hacía necesario volar un bohío desde el cual les causaban graves daños. Eloy Gonzalo se presentó voluntario para prender fuego a la posición de los insurrectos cubanos, atado con una cuerda, de modo que, si caía muerto, su cuerpo pudiera ser recuperado. Armado con su fusil y una lata de petróleo, se deslizó hacia las posiciones insurrectas, como señaló con posterioridad un romance de ciego:

Mi capitán, necesito
una lata de petróleo,
una caja de cerillas
y despedirme de todos.
Que me aten con una cuerda
y me arrastren hacia el fuerte;
no quiero que mi cadáver
los insurrectos se lleven.

Eloy Gonzalo regresó indemne a su posición y meses después falleció a causa de las fiebres en la ciudad cubana de Matanzas, pero la leyenda de su heroísmo ya había adquirido vida propia.

Helvia - La madre de Séneca



Conocida a través de la obra Consolatio a Helvia, un escrito dirigido a ella por su hijo, el filósofo Séneca, cuando fue desterrado de Roma. El lugar de su nacimiento parece que fue la ciudad de Urgavo (Arjona, Jaén), de donde al parecer procedía su familia paterna. La fecha de su nacimiento se asocia con el nacimiento de su segundo hijo, Séneca, que nació hacia el cambio de era. Helvia fue hija única de uno de los miembros de la familia de los Helvios, una de las familias más importantes de la oligarquía bética. La madre murió de parto y el viudo volvió a casarse de nuevo. Sin embargo, se conoce la existencia de una hermana mayor de Helvia, probablemente hija de una anterior unión de su madre o, más probablemente, de su madrastra. Séneca guardó muy buenos recuerdos de esta abuela que se comportó como una verdadera madre con Helvia y con sus hijos, aunque no parece que esta actitud fuera forzada pues Helvia fue una hija obediente y cariñosa.

Las dos hijas (adoptiva y propia) fueron educadas en el canon romano más estricto, en el que la formación intelectual de las niñas se subordinaba a la austeridad del pudor (pudicitia).

Como era costumbre, Helvia se casó con un hombre mucho mayor que ella llamado Lucio Anneo Séneca y se trasladó a Córdoba. Allí nacieron sus hijos: Novato, Séneca y Mela, aunque se ignoran las fechas. Por su hijo Séneca sabemos que fue una mujer fecunda y que llegó a edad madura, por lo que no se descarta que solo esos tres hijos fueran los que sobrevivieran a otros partos, por otra parte, nada extraño si tenemos en cuenta la enorme mortalidad infantil de aquella época. La relación de Helvia con el esposo, a pesar de la diferencia de edad y de su actitud negativa ante la inquietud intelectual de ésta, parece que fue excelente pues Séneca se refería a él como el «queridísimo esposo». No obstante, no debemos tomar demasiado literalmente esta expresión filial. Quizás la procesión, como se suele decir, la llevaba por dentro la madre, Helvia, que había visto como era apartada por el esposo de su instrucción cuando empezó a estudiar filosofía, al mismo tiempo que su hijo Séneca se iniciaba con los filósofos Soción y Atalo. El severo caballero creía más pertinente la educación tradicional, según la cual una extensa formación intelectual era perjudicial para la moralidad femenina. Lo cierto es que lo que captó Helvia de ese aprendizaje interrumpido lo supo rentabilizar magníficamente.

Con extraordinaria inteligencia administró la fortuna de sus hijos sin enriquecerse con ella y proveyó a sus hijos Novato y Séneca, dedicados a la vida pública, de todo lo necesario para avanzar en sus carreras como magistrados. El tercero de sus hijos, Marco Anneo Mela, se casó con Acilia, de la familia cordobesa de los Acilios y madre del poeta Lucano. El matrimonio se consagró a cuidar de Helvia, primero en Córdoba y luego en Roma, donde se trasladaron siguiendo a sus hijos y hermanos.

Helvia enviudó entre los años 40 y 41 -el luto oficial duraba diez meses- pues Séneca alude a que su madre aún lloraba la pérdida de su padre cuando él fue exiliado de Roma, hecho ocurrido en el año 41. No estuvo presente cuando murió el esposo (probablemente se encontraba cerca, en casa de sus padres, ya que se hizo cargo del funeral). Al quedar viuda volvió a casa de su padre pues se había casado bajo la fórmula sine manu, esto es, bajo la tutela paterna. Sin embargo, según una ley promovida por Augusto para favorecer a la natalidad, como madre de varios hijos, pudo beneficiarse de esta circunstancia y administrar sus negocios sin mediación de varón alguno. A finales del año 41 Helvia viajó a Roma para reunirse con su hijo y ser testigo de las desgracias que le acompañaron: la muerte de uno de sus hijos, su destierro a Córcega, apenas veinte días después de su llegada...

Como apuntamos al principio, la Consolatio es la única fuente de información sobre Helvia. En el escrito se alude a sus relaciones, de estrecha amistad, y en el que se recuerda su etapa en los que ambos compartían estudios. La obra es un elogio a la madre. Le recomienda, para calmar su dolor, que se dedique a los estudios liberales y a sus otros dos hijos. Pero es en la hermanastra, siempre ligada a ella, en la que Helvia encuentra siempre cobijo. Ella y su esposo, Cayo Galerio, habían cuidado de Séneca cuando éste inició su carrera en Roma. También la ayudaron el cariño de sus nietos, en particular el de su nieta Novatila, hija de Novato, quien había quedado huérfana de madre. Séneca recomienda que sea Helvia quien la instruya. Seis años permaneció Séneca en el destierro. Desde el año 42 Séneca deja de mencionar a Helvia por lo que desconocemos que fue de ella a partir de esa fecha. En opinión de Mª Dolores Mirón, el gran mérito de Helvia, a los ojos de su hijo, era «haber sido una mujer de ánimo varonil, pero de vida femenina, es decir, siempre entregada al cumplimiento de su papel de género».

miércoles, 3 de abril de 2013

La Arganzuela - Madrid


Puente de la Arganzuela
Por aquellos años vivía en una alquería próxima a la orilla del río, un alfarero pobre conocido por «el tío Daganzo» por ser natural de Daganzo, pueblo cercano a Torrejón. Pobre, viudo y con unos cuantos hijos, la más pequeña de los cuales, Sancha, a la que por razones obvias llamaban la Daganzuela, era una suerte de predecesora de Cenicienta y del Patito Feo. Dulce de carácter y frágil de cuerpo Sanchica era la percha de  las burlas y de los golpes de hermanos y convecinas mozuelas, y también de los del alfarero al cual ayudaba en su taller, y que le soltaba algún que otro sopapo cuando la niña rompía algún cacharro, lo que ocurría con demasiada frecuencia.

Sabido es que la reina Isabel visitaba a menudo Madrid, y en una de estas visitas aconteció que paseando un día con su séquito por las cercanías de la alquería, tuvo sed y la apeteció beber de la fresca agua del río (que nadie se asuste ¡estamos todavía en 1492!). Alguien del séquito corrió a la casa a transmitir la real petición y allá fue feliz y servicial Sanchica con un cántaro a dar de beber a la real sedienta.
«Bebed, mi reina, de esta agua
dulce, tranquila y serena
como esa frente tan digna
de la corona que lleva,
si no es que cansado el rio
de mis importunas quejas
arrastra ya su amargura
entre las aguas envuelta.»

¿Quejas? ¿Qué puede afligirte a ti, criatura? le pregunta la reina. Y la criatura hace un breve relato de su perra vida. Aquello impresiona a Isabel, que con lágrimas en los ojos se vuelve hacia un escudero y le ordena tomar el cántaro de las manos de la niña y:
«Volvedme llena
esta vasija tres veces,
con fino chorro vertella
mientras andáis, y el terreno
que señale, dote sea
que quiebre la pesadumbre
de la gentil alfarera.
Amor he visto en sus ojos,
virtudes en su modestia:
merecimientos más cortos
hallé con más recompensa.»

Y dicho y hecho. Así en un momento cambió la fortuna de Sanchica, a partir de ahora Doña Sancha la Daganzuela pues tanto tienes tanto vales.
Cuenta el romance que bien casó y tuvo hijos, y que finalmente “después de llorar la muerte de sus amorosas prendas” ingresó en la humilde Orden Tercera donde permaneció hasta el fin de sus días.
Siempre siguiendo el relato del romance, al ingresar en la orden llevó como dote el campo que le regaló la reina, la Dehesa de la Daganzuela, que el pueblo, que tal parece que tuviera lengua de trapo, por corrupción del nombre acabó por llamar Dehesa de la Arganzuela.

(datos de Internet)

Alejandro Sawa

Escritor y periodista español nacido en Sevilla el 15 de marzo de 1862 y fallecido el 3 de marzo de 1909 en Madrid.

De ascendencia griega, inició estudios en el Seminario de Málaga, del que salió, sin embargo, con sentimientos claramente anticlericales. Posteriormente estudió Derecho en la Universidad de Granada, trasladándose después a Madrid, donde vivió en la pobreza.

Viajó después a París, deseoso de formar parte de la vida artística de la ciudad, trabajando en la editorial Garnier y entablando amistad con los Simbolistas y con los seguidores del Parnasianismo, casándose allí con Jeanne Poirier.

Vuelto a Madrid, fue redactor de varios periódicos (ABC, España, El Motín, El Globo, etc.) y trabajó como negro literario.

Al tiempo que se quedaba ciego e iba perdiendo poco a poco la cordura, tuvo un modesto triunfo prostero con el éxito de su adaptación al teatro de "Los reyes en el destierro", obra de Alphonse Daudet.

Murió como había pasado gran parte de su vida, en la pobreza.