miércoles, 26 de marzo de 2014

Los "chiringuitos" de la Barceloneta

En su día os hablé del “chiringuito” de Sitges que, según parece, fué el primero de todos y el más conocido. Pero chiringuitos los hubo en otros sitios, como en la playa de la Barceloneta de la Ciudad Condal.
Llegó a haber diez y ocho de estos establecimientos pero fueron condenados a muerte por la Ley de Costas de 1988 y, uno tras otro, fueron cayendo todos ellos a lo largo de seis años. El último en sucumbir fué “Casa Costa” que podemos apreciar en la foto con la característica estampa del camarero que salía al paseo para invitar a entrar a los presuntos clientes.
Junto con los chiringuitos desaparecieron conocidos establecimientos de baños como El Astillero, San Miguel, Orientales o San Sebastián que con ellos compartían espacio en la playa.

(Foto y texto traducido “La Barcelona desapareguda” de José Mª y Guillermo Huertas)

lunes, 24 de marzo de 2014

El Paje Rojín Rojal

El señor de Andrade tenia pajes que le servían durante la paz y le acompañaban en la guerra. Era Nuño Freiré de Andrade de áspera condición, y tal, que sus vasallos le negaron más de una vez la obediencia. Tenia varios hijos varones, y una hija llamada Doña Teresa, de rostro hermoso como la luz de la luna que en las aguas de Puentedeume riela, de voz apacible, como la brisa que salta en verano desde Cabo Prior y La Coruña á los amenos ribazos y frondosas cañadas de la Marina.
Era paje de Nuño Freiré un joven de veinte de años, de blanco rostro, ojos azules y rubia cabellera que le llegaba hasta los hombros, en cuyo hermoso semblante y gallardísima apostura se advertía la sangre de aquellos normandos, reyes del mar, que más de una vez saquearon Galicia durante la Edad Media. Llamábase el apuesto mancebo Rojin Rojal, era de carácter bondadoso, pero triste, y, habiendo nacido orillas de la hermosísima Ria de Arosa, más de una vez le halló Teresa mirando hacia el Sur y cantando con dulce y plañidero acento, dulces versos de amor.
« ¿Tienes amores por la Ria de Arosa? » le preguntó un día Teresa de Andrade. « No, señora, mi amor está más cerca. Para buscarle, no necesito ni aun bajar a Puentedeume »
Teresa y Rojin Rojal no hablaron más pero se amaron más que nunca desde aquel día.
Rudo y áspero, Nuño con pocos se mostraba amable; pero al ver la fidelidad con que Rojin Rojal cumplía, y aun advirtiendo en él cierta condición de carácter superior á la de todos los demás pajes, tenia en él grandísima confianza. Con todo , no faltaron dentro del castillo malas almas que le pusiesen al corriente de lo que entre las de Teresa y Rojin Rojal pasaba y el noble mandó despeñar á Rojin Rojal desde las almenas de la torre de Ia Torre de Homenaje.
Quiso Dios llegase a tiempo un mandado de Don Lope Osorio, ilustre y antiquísima familia de Galicia, pidiendo para su hijo Don Enrique la mano de Teresa. Al punto llamó Nuño a su hija, y viendo que, al decirla cuanto pasaba, desfallecía la doncella, con los ojos nublados de lágrimas: « ¡Elige, » exclamó; « Rojin Rojal está ya aprisionado de orden mía. O su vida, o tu mano para Don Enrique Osorio! »
Teresa cedió temblando; y sin osar decir palabra en defensa del mísero paje, vio llegar al prometido esposo, joven y apuesto, en verdad; pero no tan hermoso como Rojin Rojal. Nada de esto importaba á la noble doncella, para quien no había más voluntad que la de su padre.
Llegó el día de la boda, y al salir de la capilla, de la mano de su esposo el noble Don Enrique Osorio, halló que entre los pajes, formaba vestido de gala, como sus compañeros, Rojin Rojal
Don Enrique había pedido al señor de Andrade, que, en celebración de sus bodas, quedasen libres cuantos se hallaran aprisionados en los calabozos del castillo.
Don Nuño habló aparte á su hija después de la santa ceremonia, y aunque sabía cuan grande era la virtud de Teresa, no dejó de advertirla que olvidase ya todo sueño de la infancia. « Bien sé, > añadió; « que una tan noble dama como Doña Teresa de Andrade no había de poner los ojos en un pajecillo cualquiera. Pero si Rojin Rojal da la menor muestra de acordarse de lo pasado, saldrá al punto del castillo. »
Teresa era una verdadera dama, y fué desde aquel momento cristiana esposa de Don Enrique Osorio. ¿Olvidó, por ventura, el amor que á Rojin Rojal habia tenido? ¡Quién lo sabe! Pero es lo cierto que nadie pudo advertir en ella la menor muestra de confianza o cariño al desventurado paje.
En cambio, éste, joven, inocente, olvidado, á lo que imaginaba, de la hermosa y altiva Teresa, fué cada dia mostrándose más taciturno. El señor de Andrade llegó a oir lo que de la tristeza de Rojin Rojal se decía, y temiendo no fuese también a oidos de Don Enrique Osorio la más leve noticia de los pasados inocentes amores entre el paje y su hija Teresa, determinó, buscar un pretexto para que Rojin Rojal saliese del castillo. Un día, al pasar al lado del mísero mancebo; absorto éste en sus penas, siguió con los ojos clavados en las ventanas de la habitación de Teresa. Verle Don Nuño y darle cruelísima bofetada, fué todo á un tiempo. Ciego Rojin Rojal de generosa ira, buscaba su daga en la cintura, cuando se vio sujeto por dos hombres de armas que al de Andrade seguían.
Rojin Rojal, acusado de haber querido herir a su señor, fué en aquel punto echado para siempre del castillo; y le dijeron agradeciese el no pagar con la vida su loco atrevimiento, a la bondad de Don Nuño; pero, que si llegaba á parecer por las inmediaciones de Andrade, tuviese por segura la muerte
Rojin Rojal desapareció. Un año después, un horrendo jabalí aterrorizaba la comarca, matando todos los días a algún desventurado campesino. Don Enrique Osorio determinó ir á la cabeza de una gran batida que había de acabar con la fiera; y viendo que Doña Teresa, aunque sumisa y apacible, más bien mostraba continua tristeza que otra cosa, determinó llevarla á sitio seguro, para que desde él viese cuanto los cazadores hacían.
Inmediato al sitio por donde el Lambre desagua en la Ría de Ares, cruza su raudal un puente, que aun se llama del Porco. Allí quiso Doña Teresa ponerse, porque en las inmediatas alturas estaba, según decían, el jabalí, y desde abajo podía verse buena parte de la batida. A su lado quiso permanecer Don Enrique. La batida, que había comenzado por el valle del Bajoy, fué corriéndose al del Lambre, donde ambos esposos se hallaban. Oíase, en efecto, la bocina cada vez más cerca cuando, de pronto, saliendo del monte que llegaba a pocos pasos del puente, apareció el jabalí, de descomunal corpulencia, y con los colmillos ya ensangrentados.
Don Enrique tenia en la mano un venablo, y poniéndose delante de Teresa, arrojó á la fiera el arma, saltando al propio tiempo a las aguas del Lambre. El jabalí, herido, se detuvo un momento; pero más veloz y mortal que una saeta, cayó sobre la desventurada Teresa, despedazándola y huyendo luego, sin que fuera posible dar con él.
Pasaron días, y una mañana apareció la horrible fiera muerta en el puente del Porco, y en el mismo lugar donde había hecho pedazos á la hermosa Teresa de Andrade. Tenia el jabalí el corazón atravesado con una ancha y poderosa daga, en cuya empuñadura, que era de roble, se veían dos grandes R R de realce. ¡Así se vengo Rojin Rojal del jabalí.

FERNANDO FULGOSIO (extracto)

domingo, 23 de marzo de 2014

La noble chana de Moldes - El Bierzo

Cuenta la leyenda que a principios del siglo XIX habitaba en la aldea berciana de Moldes un joven pastor de vacas llamado Silverio, de carácter noble y apacible. Parece ser que dicho joven había tenido bastante éxito entre las mozas del lugar, hasta que una de ellas conquistó su corazón: fue la celosa Arcadia, una mujer dominante y temperamental. Tras unos años de noviazgo se casaron y a partir de entonces Silverio tuvo que compaginar el cuidado de las vacas con el trabajo de las tierras de su mujer. Poco tiempo tardaría en darse cuenta el joven de que en realidad su mujer tan sólo le apreciaba como mano de obra.
 Una tarde de neblina, cuando se disponía a recoger las vacas, Silverio vio a un lado del camino la radiante figura de una joven que, sentada en una gran piedra, peinaba sus rubios cabellos con lo que parecía ser un peine de oro. Cuando se acercó más, la joven percibió su presencia y, tras mirarle fijamente a los ojos, corrió hasta desaparecer en la ladera rocosa. El joven vaquero no acertó a comprender por dónde desapareció la figura, puesto que en ese punto no existía ninguna cueva, tan sólo manaba de la misma roca un pequeño regato de agua.
 Silverio estaba comenzando a perder la razón; no podía olvidar la mirada cristalina de la extraña mujer, así que casi todos los días acudía al lugar del encuentro y la llamaba, pero ella nunca aparecía. Pronto el rumor de tal situación se extendió por el pueblo y los alrededores; sus paisanos le tacharon de loco y de adúltero. Su mujer montó en cólera, sobre todo porque sus tierras quedaron desatendidas.
 Una noche de San Juan, Silverio se sentó en la roca en la que vio a la enigmática muchacha por primera vez. Bajo la luz de la Luna pudo distinguir perfectamente cómo la bella mujer se materializaba entre el agua, lentamente, sin hacer ruido alguno. Sus miradas se cruzaron por un instante, lo suficiente para declararse su amor imposible. Él no paraba de hablarla, pero ella permanecía callada y tan sólo se limitó a entregarle un grueso collar de oro del que pendía un oscuro talismán de jade. Pero entonces apareció Arcadia dando voces y la muchacha desapareció por el regato. Silverio enmudeció; su celosa mujer le arrancó el collar del cuello y prometió levantar un inmenso muro de piedra para cerrar el paso a la chana.
Durante los días siguientes, la codiciosa Arcadia estuvo usando el talismán para intentar romper los encantamientos de las cuevas de mouros cercanas para apoderarse de sus míticos tesoros, pero no tuvo ningún éxito. Lo que sí logró fue cumplir su reciente amenaza y levantar un muro de piedra tan grueso que fue capaz de frenar el curso del agua feérica. Satisfecha, se burló de la chana y también de su marido, a quien castigó todo lo que pudo. Mas un día apareció muerta en extrañas circunstancias, ahogada al parecer por el gran collar de oro. Nadie culpó de tal muerte al pobre Silverio, puesto que todos lo atribuyeron a una maldición sobrenatural inducida por las xanas o por los mouros.
 Pasado un tiempo, Silverio acudió de nuevo al lugar del encuentro; se dio cuenta de que entre las piedras el agua comenzaba a brotar de nuevo y decidió construir una casa en el mágico lugar en vez de derribar el muro. La chana parecía estar de acuerdo con la idea, ya que cubrió de riquezas al vaquero, quien pudo vender sus vacas y dedicarse por entero a la construcción de la casa, con la esperanza de poder disfrutar del amor de la chana algún día.
 El sueño de Silverio no se cumplió, puesto que murió de agotamiento sin poder finalizar las obras. Aún hoy en día hay quien asegura oír el desconsolado llanto de una mujer al pasar por delante de la casa; es la noble chana de Moldes, que lamenta por toda la eternidad haberse enamorado de un mortal y haberle causado la locura y la muerte. Las lágrimas forman un perpetuo regato que se acrecienta en las noches de luna llena.

(Por Silverolus)

La Atlántida

Durante muchos siglos, incluso después de que las Islas Canarias fueran conquistadas por los españoles, imperaba la idea que éstas eran las cumbres de las montañas de la Atlántida, un gran continente sumergido entre África y América.
Cuenta la leyenda que esta inmensa isla de la Atlántida, dominada por Poseidón, dios del mar, estaba habitada por los atlantes, un pueblo rico y sabio, además de justo, generoso y pacífico. Sin embargo, esto cambió y aquel pueblo virtuoso se volvió avaricioso y belicoso y fue entonces cuando Zeus, rey de los dioses, decidió castigar a los atlantes y, en una sola noche, provocó  erupciones volcánicas y grandes maremotos que destruyeron la Atlántida.
Aunque otra versión de la historia apunta que el verdadero motivo del castigo fue que los atlantes descubrieron los secretos de las energías cósmicas que controlaban sólo los dioses.
En cualquier caso, el mito de la Atlántida sostiene que, bajo las aguas, aún es posible descubrir sus extraordinarias ciudades.

domingo, 16 de marzo de 2014

El Mentidero de San Felipe - Madrid

Los mentideros de Madrid eran lugares donde los madrileños del Siglo de Oro se reunían para conversar. Allí se hablaba de todo lo divino y lo humano, se especulaba, fabulaba y en suma, se comentaba, más por no callar que por otra cosa, sobre Madrid, sus gentes y aquellos que las gobernaban.
El Convento de San Felipe el Real fue un antiguo convento madrileño de los monjes agustinos calzados, situado al comienzo de la Calle Mayor de Madrid, junto a la Puerta del Sol. Construido entre los siglos XVI y XVII, estaba edificado sobre un gran pedestal (con perímetro protegido de barandillas) en el que se encontraba el más célebre mentidero de la villa (las Gradas de San Felipe). Uno de sus huéspedes ilustres fue Fray Luis de León. Se encontraba frente al palacio de Oñate.
Durante el siglo XVI el convento poseía unos fuertes muros para aislar la vida conventual del bullicio exterior de la Puerta del Sol. La construcción de la fachada por el arquitecto Juan Gutiérrez Toribio dio lugar a una superficie con gradas que se denominó Lonja de San Felipe. En dicha superficie se congregaban los habitantes de Madrid para intercambiar noticias, rumores, calumnias, inventos, secretos y opiniones. Es por esta razón por la que se denominó "mentidero" de Madrid. Las gradas de San Felipe fueron también sitio de reunión para reclutar soldados destinados a los Países Bajos Españoles durante la guerra de Flandes. Un día la balconada de la lonja se hundió debido al peso causado por la aglomeración de gente reunida en ella para presenciar la prisión de un réprobo. El accidente causó numerosos muertos y heridos.

martes, 11 de marzo de 2014

Nelson en Tenerife

El 25 de julio de 1797, y tras algunos días de infructuosos intentos, una tropa de aproximadamente 900 hombres al mando del contralmirante inglés Horacio Nelson trata de desembarcar en Santa Cruz de Tenerife. Las tropas asentadas en Tenerife, fundamentalmente milicias populares formadas por tinerfeños y un destacamento del ejército francés, todos bajo el mando del teniente general Antonio Gutiérrez, combaten en las mismas calles de la ciudad con los atacantes que han logrado desembarcar.
Finalmente las tropas inglesas son derrotadas y al menos uno de sus navíos hundido en el puerto de la ciudad.

El ataque de Nelson terminó con un acuerdo que permitió a los ingleses regresar a sus barcos con sus armas bajo la promesa de no molestar a ninguna de las Islas Canarias.
En el Museo Militar de Canarias, en Santa Cruz de Tenerife, se exhibe, además de amplia información e iconografía sobre este acontecimiento, el cañón tigre. Según la tradición, fue un disparo de este cañón de bronce el que destrozó un brazo a Horacio Nelson.

Els Quatre Gats - Barcelona

Els Quatre Gats ("los cuatro gatos" en español) fue un establecimiento hostelero (cervecería, cabaret, restaurante, etc.) inaugurado en Barcelona el 12 de junio de 1897. Durante los seis años en que se mantuvo activo, hasta 1903, se convirtió en uno de los lugares de referencia del modernismo catalán.
Se hallaba ubicado en la calle Montsió (o Montesión) en los bajos de la Casa Martí, un edificio neogótico del arquitecto Josep Puig i Cadafalch (1896). Los impulsores principales del local fueron los pintores Santiago Rusiñol i Prats, Ramon Casas i Carbó, Joaquín Mir Trinxet y Miquel Utrillo. El hostelero era Pere Romeu, personaje de una fisonomía muy característica que constituía la imagen viva del local.
Els Quatre Gats se inscribía en una larga tradición de tertulias, cenas y reuniones de arte propias de la ciudad de Barcelona, aunque su inspiración directa fue el cabaret Le Chat Noir ("el gato negro") de París, cuyo nombre parafrasea, poniéndolo en relación con la frase hecha que identifica "cuatro gatos" con una concurrencia escasa.
Se realizaron exposiciones de arte (las dos primeras individuales que Pablo Picasso realizó en su vida tuvieron lugar allí en febrero y julio de 1900), veladas literarias y musicales, espectáculos de títeres y sombras chinescas, etc.
Durante el año 1899 fueron publicados 15 números de la revista Quatre Gats.
Con otra filosofía, "Els Quatre Gats" a día de hoy sigue funcionando como bar restaurante.

domingo, 9 de marzo de 2014

Nuño el Fuerte

En la época en que el rey Alfonso VII subió al trono, el feudalismo asturiano se hallaba en todo su apogeo. Don Álvar de San Martín era el tipo más acabado de estos señores, mezcla de reyezuelos orgullosos y de bandidos. Reinaba despóticamente en su fortaleza del castillo de San Martín de las Arenas, que se alzaba sobre una roca gigantesca, junto a la desembocadura del río Nalón. Su rapacidad y sus violencias tenían atemorizados a los campesinos del territorio.
 Frente a la banda de sus secuaces se había organizado otra entre las turbas que le odiaban y querían libertarse de su tiranía; la acaudillaba Nuño el Fuerte, que, aunque capitán de bandidos, poseía un noble corazón.
 En cierta ocasión ocurrió un incidente que convirtió la enemistad de los dos jefes en un odio feroz. Don Álvar de San Martín se había sentido atraído por una rica hembra que poseía, además de su hermosura, una fortuna considerable. Se llamaba doña María de Lena, y había entregado su corazón hacia tiempo al noble caballero don Ares de Miranda; por lo tanto, no acogió con agrado los galanteos del castellano San Martín. Pero el padre de la doncella, queriendo evitar que ésta se casase con don Ares, noble, pero muy pobre, la obligó a contraer matrimonio con el temido señor. Doña María, al borde de la desesperación, confesó que éste no podía realizarse porque iba a ser madre. Don Álvar sintió que su espíritu ardía de cólera y de despecho; pero no quería renunciar a la espléndida dote que el matrimonio le podría proporcionar, y la boda se realizó. La venganza del señor de San Martín fue feroz. Asesinó al desgraciado don Ares y se dispuso a matar al niño en cuanto hubiera nacido.
 En una noche tormentosa, don Nuño caminaba a través del bosque. Parecía el único ser humano que había desafiado la tormenta. Llegó a una solitaria ermita, se cobijó en el atrio y comenzó a murmurar una plegaria. Pero antes de que la hubiera terminado, oyó a lo lejos el galope de un caballo. Entonces el rudo y hercúleo bandolero, escondiéndose detrás del atrio, esperó. A los pocos momentos llegó un jinete llevando una mujer a la grupa. La desmontó bruscamente y le arrancó de los brazos un niño recién nacido, sin hacer caso de sus súplicas ni de sus lamentos. Era don Álvar, el castellano de San Martín. Se disponía a atravesar con la espada a la inocente criatura, cuando don Nuño, arrebatado por la indignación, salió de su escondite. Los dos hombres se reconocieron y se miraron con odio. El hercúleo don Nuño, dueño de la situación, amenazó al otro con quitarle la vida si no le entregaba el niño. Don Álvar no tuvo otro remedio que hacer lo que se le exigía, y partió después al galope, llevándose a su mujer en la grupa.
 Este incidente incrementó la rivalidad entre caballeros y bandidos, y durante quince años duró la lucha, que ensangrentó y devastó toda la comarca. El niño salvado tan providencialmente fue el señalado por el destino para poner fin a la confusión y llevar la paz y el bienestar a los atemorizados hogares.
 Don Nuño veló por él con el cariño de un padre. Se lo entregó a una aldeana de su confianza para que lo criara, y cuando fue mayor, le enseñó el manejo de las armas. Don Rodrigo, que así se llamaba el hijo de la desventurada doña María de Lena, creció robusto y fuerte y conservó los sentimientos honrados que su tutor le había inculcado. Desconocía a sus padres, aunque sabía que era de origen hidalgo. Amaba a don Nuño y compartió con él el gran odio al castellano de San Martín.
 Un día, don Rodrigo descubrió una entrada al castillo perfectamente oculta y disimulada. Hacía tiempo que no era usada por nadie, pues la galería a que daba paso estaba cerrada con escombros. Cuando comunicó su descubrimiento a don Nuño, viendo éste que había llegado el momento de la venganza, reveló al joven la historia de su nacimiento y cómo su madre yacía encerrada en uno de los más lóbregos calabozos del castillo. Don Rodrigo, entonces, juró vengarse y rescatarla; pero don Nuño le advirtió que si para él estaba reservado el rescate, reclamaba para sí la venganza.
 Algún tiempo después, una noche en que don Álvar y sus secuaces se reunían en una espaciosa sala del piso bajo para repartirse el botín, fueron sorprendidos por los bandidos, al frente de los cuales iba su capitán. Don Nuño se lanzó como un león contra el castellano de San Martín, atravesándolo con su espada, mientras sus guerrilleros hacían espantosa carnicería entre los desprevenidos caballeros.
 Poco después, don Rodrigo, acompañado de su tutor, se dirigía al calabozo donde se hallaba su madre. Avejentada por los sufrimientos físicos y morales, yacía arrodillada ante un crucifijo. Los dos hombres pudieron oír cómo pedía la gracia de ver a su hijo una vez antes de morir. Don Nuño la llamó dulcemente, y, al reconocerle, ella le preguntó con ansia qué había sido de su hijo. Entonces entró don Rodrigo y se arrojó en sus brazos. Don Nuño contempló la escena conmovido, y por primera vez en muchos años, de sus ojos brotaron lágrimas.
 Don Rodrigo heredó el castillo de San Martín y conservó a su lado como escudero al que había sido su noble tutor. Licenció éste a sus guerrilleros; muchos volvieron a tomar el arado y otros marcharon a alistarse en las tropas de Alfonso VII, que tan brillantes victorias iban a obtener.
 La paz había vuelto a reinar en los dominios de los castellanos de San Martín de las Arenas.

viernes, 7 de marzo de 2014

Gara y Jonay - La Gomera

La historia de Gara y Jonay es una bella leyenda guanche. Gara era una bella princesa de La Gomera que se enamoró de Jonay, también príncipe, hijo de un rey de Tenerife. Jonay nadó, sobre unas pieles de cabra infladas de aire, desde Tenerife a La Gomera, para encontrarse con su amada. Pero los padres de la pareja, asustados ante los malos augurios de un Teide humeante, se opusieron firmemente a la relación.
Gara y Jonay huyeron, entonces, al monte más alto de la Isla, hasta donde fueron perseguidos. Viéndose acorralados, afilaron un palo por sus dos extremos y, apoyándolo en sus pechos, se abrazaron para morir atravesados por la madera. Hoy, aquel monte y su Parque Nacional lleva el nombre de Garajonay, en recuerdo de aquellos jóvenes que escogieron morir juntos antes que vivir separados
.

martes, 4 de marzo de 2014

Las fuentes Mentirosas - Monistrol de Montserrat

Las fuentes Mentirosas de Monistrol de Montserrat, situadas al pie de la carretera hacia el monasterio, son surgencias ocasionales de la fuente "Gran" que se encuentra unos metros por debajo, ya en el pueblo, en la plaza que lleva este nombre.
Las Mentirosas permanecen completamente secas durante largas temporadas. Pero excepcionalmente, siempre después de lluvias muy intensas, de las Mentirosas surgen inesperados caudales de agua que dan origen a un notable arroyo. Este hecho aconteció en junio del 2000, en el episodio de inundaciones y desprendimientos de rocas en Montserrat.
Siete años más tarde, el milagro de las Mentirosas se ha producido de nuevo; de las fuentes Mentirosas ha vuelto a surgir un impetuoso caudal de agua, gracias a la lluvias muy generosas caídas en Montserrat durante los primeros días de la Semana Santa. La fuente "Gran" de Monistrol, situada en la base del macizo, constituye el desagüe principal del karst de Montserrat. El caudal máximo que esta fuente consigue desaguar es de 60 litros por segundo. Si de la montaña llega una cantidad de agua mayor, entonces se acumula hasta rebosar por las Mentirosas, con caudales de desagüe mayores.
Las fuentes Mentirosas de Monistrol de Montserrat, a pesar de sus largos períodos de inactividad, forman parte del sistema kárstico del macizo. La galería de una de ellas puede seguirse en un recorrido interior de unos 40 metros.

El Corral de la Pacheca - Madrid

Los Corrales no eran más que pequeños corrales o patios traseros formados por una o varias casas colindantes, pero sembraron la simiente de dos grandes teatros madrileños.
Viajemos en el tiempo y situémonos en un nuevo barrio que surge junto a la entonces plaza del Arrabal -la actual Plaza Mayor-. Corría el año 1574 y la moda de las representaciones teatrales va cobrando fuerza en un Madrid ávido de arte dramático. Por aquel entonces, la mayoría de estos corrales estaban en manos de cofradías. Y es que para obtener recursos con los que mantener sus hospitales recurrieron a montar escenarios donde representar piezas teatrales.
Así lo hacían las cofradías de la Sagrada Pasión y de la Soledad, que costeaban su piadoso trabajo con parte del precio de las entradas a esos espectáculos -la sisa-. Aunque ambas cofradías tuvieron más de una pelea, finalmente llegaron al acuerdo de repartirse los beneficios de la explotación de todos los corrales de comedias de la ciudad.
Comencemos por el situado en la plaza de Santa Ana semiesquina a la calle del Príncipe y alquilado a la señora Isabel Pacheco, de la que toma su nombre: el Corral de la Pacheca. Una de la primeras referencias que se recogen en los libros nos lleva al 5 de mayo de 1568, fecha en la que la compañía de Alonso Velázquez representa por primera vez una comedia -después se sucederían en este espacio obras de Calderón de la Barca y Lope de Vega-. En este solar, escaso de comodidades, el escenario estaba formado por bancos sostenidos por diversas tablas y dos cortinas, una de fondo y otra de telón. Lo que debería ser el patio de butacas no era tal -sin asientos ni toldos- y el público debía estar a pie. Sin embargo, poco parecía importarles a los conocidos como «mosqueteros», público más dedicado a hacer ruido que a seguir la obra. No en vano, acudían con carracas, pitos o cascabeles que hacían sonar provocando gran alboroto. A veces, incluso, si no les gustaba el sainete de turno, lanzaban a los actores objetos con mal olor.
A las mujeres les estaba reservado un lugar al final del patio, la «cazuela», una galería independiente. Con el tiempo y la mejora de ganancias, se fueron construyendo gradas de madera a lo largo de los muros. Existía otro tipo de localidad, los desvanes, en el segundo piso.
Para entretener al público, las representaciones no tenían descanso -duraban unas dos horas- y se celebraban los domingos por la tarde y los días de fiesta. Sin embargo, con el paso del tiempo comenzaron a realizarse también los martes y jueves, menos durante las Pascuas.Empezaban a las 2 de la tarde en los meses de octubre a abril; a las 3 durante la primavera, y a las 4 en verano.
Aunque no solían contar con techos -lo que provocaba la suspensión de la obra los días de lluvia-, en 1574 la compañía italiana de Alberto Ganassa puso un techo en el Corral de la Pacheca y un toldo para proteger del sol y para representar escenas nocturnas.
Con el tiempo siguió sufriendo modificaciones hasta convertirse, primero en el Teatro Príncipe y luego en el actual Español, el único teatro de España cuya ubicación coincide con el que tuvo el corral de comedias del que surgió.

¿Pero que pasó con el popular corral de la Cruz? Según relataba Francisco Azorín en su libro «Leyendas y anécdotas del viejo Madrid», fue inaugurado en 1579 por la hermandad de la Cruz o del Cristo de la Piedad. Como el corral de la Pacheca, estuvo descubierto hasta el año 1743, fecha en que el arquitecto Sachetti construyó el primer edificio. Posteriormente, Pedro de Ribera reformó el edificio que, finalmente, fue derribado en 1859.
Tras la adquisición de varias casas en esa misma ubicación,  en 1583 se inauguró el Corral del Príncipe, nombre tomado de la calle en la que se sitúa. Casiano Pellicer comenta: "En 21 de septiembre, día de San Mateo, año de 1583, representó Vázquez y Juan de Ávila en el teatro del Príncipe, que es el primer día que se representó en él,

El huevo de Colón

Estando Cristóbal Colón a la mesa con muchos nobles españoles, uno de ellos le dijo:"Sr. Colón, incluso si vuestra merced no hubiera encontrado las Indias, no nos habría faltado una persona que hubiese emprendido una aventura similar a la suya, aquí, en España que es tierra pródiga en grandes hombres muy entendidos en cosmografía y literatura". Colón no respondió a estas palabras pero, habiendo solicitado que le trajeran un huevo, lo colocó sobre la mesa y dijo: "Señores, apuesto con cualquiera de ustedes a que no serán capaces de poner este huevo de pie como yo lo haré, desnudo y sin ayuda ninguna". Todos lo intentaron sin éxito y cuando el huevo volvió a Colón éste al golpearlo contra la mesa, colocándolo sutilmente lo dejó de pie. Todos los presentes quedaron confundidos y entendieron lo que quería decirles: que después de hecha y vista la hazaña, cualquiera sabe cómo hacerla.