domingo, 25 de diciembre de 2011

El Tió de Nadal


El Tió de Nadal es un personaje mitológico catalán y relata una tradición de Navidad en Cataluña (España). Esta tradición también se puede encontrar en Occitania bajo el nombre Cachafuòc o Soc de Nadal, y en Aragón como Tronca de Nadal o Toza, todos ellos antiguos territorios de la Corona Aragonesa.

En el día de la Inmaculada Concepción (esto es, el 8 de diciembre), se empieza a dar de comer cada noche al Tió (un tronco), y se tapa normalmente con una manta para que no pase frío durante la noche. Se le alimenta hasta la Nochebuena, y entonces el tió, golpeado con bastones por los niños, "cagará" regalos para estos.

El Tió nunca defeca objetos grandes (estos ya los traen los Reyes Magos) sino chucherías, barquillos y turrones para los más pequeños. Según la comarca defeca higos secos y cuando deja de defecar (porque ya no le queda nada) defeca un arenque salado, un ajo, una cebolla, o se orina en el suelo.

Es común que lleve una barretina y una cara sonriente en uno de los extremos y que se sostenga con dos o cuatro patas.

(Resumen de  Wikipedia)

jueves, 22 de diciembre de 2011

La Guaixa

La Guaxa es otro ser mitológico que junto a la Güestia, el Güercu y el Carru de la Muerte se ocupa de predecir la muerte de las personas.
Es un ser dañino que es el causante de enfermedades, y si no se pone remedio incluso de la muerte.
Normalmente es invisible a los humanos, que perciben su presencia a través de enfermedades, muerte o desapariciones de personas, aunque a veces se aparece a ellos según algunos testigos que sostiene opiniones dispares: unos que no tiene una figura determinada, otros que es una mujer con aspecto de bruja de pelo blanco con un sólo diente muy afilado, la cara arrugada y llena de verrugas, extremadamente delgada y feísima, aunque también se le relaciona con las curuxas (ya que son aves nocturnas), especialmente con una llamada Currucha que en sus cantos parece pronunciar la palabra Guax, de plumas blancas, ojos fijos y finísimas garras para poder abrir las arterias de los niños mientras duermen. La Guaxa es insistente y no se irá hasta que acabe con ellos, a menos que alguien la eche con un amuleto o conjuro.
Por allí por donde pueda pasar el aire, la Guaxa también pasará. Habitualmente se cuela en las casas a través de la cerradura de las puertas, donde los niños o los jóvenes están durmiendo, les clava su único diente y los va desangrando. Así cuando alguien se va consumiendo poco a poco o simplemente desaparece sin dejar ningún tipo de rastro se dice : Paez que lu tragó la Guaxa.
Debido a estos relatos, la Guaxa es utilizada comúnmente para meter miedo a los niños para que sean obedientes, como el Papón o el Home del Untu.
Se  la compara con La Guajona de Cantabria y con la Xuxona de Galicia ya que las tres comparten el gusto por la sangre de las personas jóvenes.
Hay un dicho popular frecuente en lo que a desapariciones de cosas y personas se refiere: ¡Lo comió la Guaxa!

El platero Pedro Alvarez - León

Conozcamos hoy el curioso episodio del célebre platero Pedro Alvarez conforme lo narra Raimundo Rodríguez Vega, capellán que fue del convento de la Concepción y archivero de la Catedral durante muchos años. Hablaba del platero Pedro Alvarez por documentos del siglo XV.


Parece ser que por aquellas calendas el platero en cuestión, Pedro Alvarez, trabajaba los encargos que le hacía el Cabildo, cuyos señores capitulares eran celosos de que la catedral de León tuviese los adecuados objetos sagrados que solemnizan el culto.


Así las cosas, el canónigo tesorero encargó al afamado artista la confección de unos hermosos candelabros de plata para el altar. Al efecto le entregó el preciado metal necesario, a fin de culminar la obra conforme a lo que previamente se había estipulado. Y nuestro protagonista, al igual que en anteriores ocasiones, poniendo a gala, una vez más, su rara habilidad de maestro orfebre, fue preparando los moldes, utensilios y herramientas para que su trabajo llegara a feliz término lo más brevemente posible.


Pero la tentación es muy mala consejera. El platero, reunió sus cosas, hizo un petate, cerró su casa, y con el montón de plata, más o menos trabajada, huyó un anochecer de León y huyó a Portugal.


Atrás quedaba todo: el trabajo honrado y reconocido, la tranquilidad de vida, la obligación contraída, el honor de su profesión y de su persona. En adelante, pese al montón de plata, era un fugitivo de la sociedad y de la justicia.


El Cabildo catedralicio supo de inmediato la misteriosa desaparición de Pedro Alvarez con aquel botín. Y lo admirable es que no se sorprendió de la noticia; no se extrañó del hecho. Los señores canónigos sabían de las flaquezas humanas. y el robo lo tomaron con filosofía. Una tentación ocurre a cualquiera. Sin dar mayor publicidad al asunto, el Cabildo, pues, siguió como antes, como siempre, y tuvo, además, la elegancia humana y de no dar parte a la justicia del robo cometido.


Los señores capitulares, con gran dignidad ante lo sucedido, encargaron a otro platero el trabajo de nuevos candelabros. Y: ¡Aquí, señores, no ha pasado nada.


Pasó el tiempo. Y al cabo de un par de años, cuando ya todo se encontraba arrinconado en el desván del olvido, aparece nuevamente en León el orfebre Pedro Alvarez, el afamado artista huido y robador. Su presencia atrajo la curiosidad de las gentes. Arrepentido y avergonzado se presentó, inesperadamente, al tesorero catedralicio para devolverle lo que se había llevado a Portugal.


El caso es sorprendente, asombroso. De ello se entera toda la ciudad. Pedro Alvarez no había dilapidado nada de su robo, de aquel montón de plata que tenía depositado en su taller de León para hacer los famosos candelabros. Cuenta a los señores canónigos toda su odisea y quiere restituir lo que no es suyo. Ese era el fundamento de su regreso, y que sea lo que Dios quiera. El Cabildo le escucha estupefacto. Posiblemente más confuso y turbado que el propio Pedro Alvarez.


¿ Qué ocurrió entonces con el contrito platero leonés? Hubo la regañina de rigor, pero Pedro Alvarez no fue perseguido: "Lo pasado, pasado". Y lo más asombroso de todo, lo más increíble de todo, fue que Pedro Alvarez, el gran platero leonés, el consumado maestro de la orfebrería, rehabilitada su vida, siguió trabajando para la Catedral como... ¡platero de confianza del Cabildo!


En las actas capitulares de la «Pulchra Leonina», del siglo XV, se encuentra toda la historia de Pedro Alvarez, el famoso platero de León. Una historia que parece una novela


(Resumen de "Tradiciones leonesas" de Máximo Cayón Waldaliso.)

·El pastor de la Albufera

Cerca de la albufera valenciana, hace ya muchos años, un pastorcillo iba todos los días a apacentar sus cabras.
Era casi un niño y cuenta la leyenda que viva solo en una pobre cabaña entre la laguna y el mar. Todos los días paseaba por la dehesa sin mas compañía que su ganado, entre los pinos y las zarzas y cuando el sol calentaba el pastorcillo se sentaba al pie de un recio arbusto para solazarse con el sonido melódico de su flauta. Al eco de la música acudía siempre una pequeña culebra que permanecía junto al muchacho largo rato haciéndole compañía.
Tan solícito era el reptil que día tras día fueron estrechando una extraña amistad que hasta llegó a inquietar sus vecinos.
Deseoso de poder llamarla de alguna forma le puso por nombre Sancha, y tanta fidelidad le demostró que llego a agradecerle su visita como si se tratase de una amiga, el reptil por su parte en cuanto oía la flauta seguía alegre el ritmo de la melodía.
Así fue transcurriendo el tiempo y los dos extraños e insólitos compañeros se sintieron aliviados en su soledad. Pero el pastor cumplió la edad para prestar sus servicios a la patria y no tuvo mas remedio que dejar sus cabras, su flauta y lo que más le dolía la compañía de su amiga Sancha,
Pasaron diez años lejos de la dehesa y se hizo un hombre y encontró nuevos amigos, pero el recuerdo de Sancha y su compañía en sus días de soledad no lo había olvidado nunca.
Deseoso de volver a verla y evocar su juventud decidió volver a la Albufera y se fue a caminar un buen rato entre zarzas y matorrales, y llego al pie del arbusto donde se sentaba a tocar la flauta, llamó entonces a Sancha y, tras un rumor de hojas secas, la culebra apareció ante él; pero ya no era el pequeño reptil, sinó que su cuerpo había crecido en tal proporción que el militar se asusto y quiso huir, pero no le fue posible, porque Sancha más rápida se abalanzo para abrazarle y sé enrosco alrededor de su cuerpo, el joven pálido de terror noto que se estrechaba hasta dificultarle la respiración, mas no tuvo defensa alguna. Sancha emocionada estrujándole cada vez con mas calor, le quebró los huesos y acabo asfixiando con su viscoso cuerpo a su gran amigo.


(texto de "La velleta verda")

miércoles, 5 de octubre de 2011

El Trasgu - Asturias

Uno de los personajes más conocidos de la mitología asturiana, el trasgo o trasgu es un duende pequeño, a veces representado con rabo y cuernos. Tiene la mano izquierda agujereada, viste traje y gorro rojo.


Vive en las casas y es sumamente travieso, llegando a ocasionar grandes destrozos en ocasiones. Causa graves trastornos en la vida familiar en aquellas casas que habita, molestando al ganado, tirando cosas al suelo, impidiendo que las personas duerman por las noches, etc. Sin embargo si se le trata bien, y siempre y cuando este de buen humor, el trasgu puede recoger y limpiar las casas, aunque suele ser mas dañino que benefactor.


Es tal la molestia que causa que en ocasiones las familias tienen que mudarse. No obstante es sumamente difícil deshacerse de él, acompañando normalmente a la familia en la mudanza, suelen anunciarse diciendo “yo también ando de casa mudada”.


Hay varias maneras según el mito de deshacerse de él, una es encargarle que traiga agua en una cesta, o que convierta un pellejo de carnero negro en blanco, al no poder hacerlo se marcha avergonzado.


Otra manera de deshacerse del trasgu es dejándole un plato de guisantes, como no los puede coger porque se le escapan por el agujero de la mano se enfada y se va.


El mito del trasgu está emparentado con otros mitos de duendes comunes en toda Europa y el resto del mundo.

El abrazo del muerto

En la ciudad de Cartagena, obligada por sus padres -gente de noble estirpe y poco caudal-, casó doña Laura de Rui-Pérez con el noble cuatralbo de la marina real don Gonzalo de los Arcos, que poseía grandes riquezas, pero que era ya anciano y achacoso.


Doña Laura sintióse muy desgraciada desde el mismo día de su boda; pero tuvo paciencia, pensando en la rica herencia que le sobrevendría cuando don Gonzalo muriera, cosa que forzosamente tenía que suceder siendo ella tan joven, puesto que se casó siendo casi una niña.


Un día presentóse en el palacio del de los Arcos uno de sus deudos, llamado don luan de Dios Casanova, quien comunicó al caballero que había encontrado a un hijo bastardo que éste tuvo en el Perú, cuando fue secretario de cámara del virrey. El joven vivía miserablemente y desconocía su noble origen.


Emocionado don Gonzalo, al saber que vivía aquel hijo al que creía muerto en el sitio de Cartagena de Indias, ordenó a su deudo que a la mayor brevedad le trajera a su lado, porque le quería instituir heredero universal.


Doña Laura había oído toda esta conversación, escondida tras unas cortinas, y, al ver perdida la herencia que tanto codiciaba, escapó de su palacio aquella noche y fuese a la calle de la Soledad. Mirando recelosamente si alguien la había seguido, llamó a la puerta de una casa que tenía encima del portal esta inscripción: "Jehová es grande. David".
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La dama contó a David, el israelita, su desventura, diciendo que esperaba de él la solución a su terrible problema. Éste, adivinando las intenciones de doña Laura, entrególe un frasco e indicóle que vertiera todos los días en el agua que bebiera don Gonzalo unas gotas de aquel líquido, que producía una enfermedad parecida a la fiebre héctica, que le mataría con lentitud y sin peligro de ser ella descubierta. La dama se apoderó del frasco y lo escondió en su seno.


El judío extendió entonces un documento que puso ante doña Laura para que lo firmara, y según el cual David le había prestado mil escudos de oro, que debería devolverle cuando entrara en posesión de la herencia de su esposo.


Firmó la dama el documento, aunque le parecía excesivo el precio, y salió de la casa del israelita.


Algún tiempo después, y en medio de agudos sufrimientos, falleció don Gonzalo de los Arcos, sin que los médicos pudieran conocer el origen de su enfermedad ni la causa de su muerte.


Llegó el día de la lectura del testamento y la viuda vio con gran sorpresa que toda la herencia pasaba a manos del hijo bastardo de don Gonzalo, dejándole a ella únicamente una pequeña cantidad que no le bastaba más que para comprar sus tocas de viuda.


Llamó al judío, desesperada, para decirle que le devolviera el documento, que en mala hora había firmado, ya que su crimen había sido inútil. No había heredado de su marido ni un solo céntimo y no podía pagar los mil escudos de oro que le exigía David.


El israelita se negó a entregar el documento, reclamando el pago de los mil escudos. Después de una larga y violenta discusión, David dijo a la viuda que únicamente le entregaría el documento a cambio de un medallón que don Gonzalo llevaba en el cuello, sujeto con un cordón de seda. Doña Laura debía ir aquella noche a la iglesia de la Merced, donde yacía, expuesto, el cadáver de su esposo, y apoderarse del medallón.


Horrorizada, la viuda negóse, en principio, a profanar el cadáver del esposo a quien había asesinado. Pero el judío se mostró inflexible. Si no le entregaba el medallón, no le devolvería el documento, y si no pagaba los mil escudos, la justicia la obligaría a devolverlos.


Convencida la dama de que todas sus súplicas y ofrecimientos eran vanos, comprometióse a traerle al día siguiente el medallón que se destacaba sobre el pecho del cadáver de don Gonzalo.


De nuevo aquella noche salió la dama del palacio, vigilando sigilosamente para no ser vista. Entró en la iglesia de la Merced, y cuando todos los fieles abandonaron la iglesia y el sacristán hubo apagado todas las luces, acercóse en silencio a la capilla de las Ánimas. En el centro, e iluminado por cuatro cirios, yacía don Gonzalo, luciendo sobre su pecho el misterioso medallón que el judío exigía. Junto al medallón tenía las manos, rígidas y cruzadas.


Doña Laura, temblando de terror, inclinóse sobre el cadáver y, para poder quitarle el medallón, separó los brazos yertos. Inclinóse un poco más, y, al soltar los brazos para coger el medallón, la rigidez del músculo muerto los tornó a su posición primitiva, atenazando así el cuello de la dama. Giraron los ojos sobre sus órbitas; su rostro palideció, asustado, y entre estertores y convulsiones, falleció sobre el cadáver de don Gonzalo.


El Dios de la justicia unió, en apretado abrazo, a la víctima y a su verdugo.


(Vicente García de Diego en LEYENDAS DE ESPAÑA)

Maceros municipales de León

Don Francisco Cabeza de Vaca Quiñones y Guzmán, marqués de Fuente Oyuelo y señor de las casas de Villapérez y de las villas de Villaquilambre, Oteruelo y Villarente publicó en 1963 su obra “Políticas Ceremonias”, en la que publicadas en 1693 recopila todos los protocolos, deberes y obligaciones del regimiento (es decir, del Ayuntamiento) en sus actos y ceremoniales, tanto cívicos como religiosos, fijando los ordenamientos. Es precisamente en estas salidas de la Corporación Municipal, donde el corregidor (alcalde) y los regidores (concejales), así como otras autoridades deben ocupar los sitios correspondientes en representación y dignidad de la ciudad. Y al frente de la comitiva, como heraldos que rompen marcha, los cuatro maceros, pregonando la regia signatura de esta antigua Corte de Reyes que fue León.
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Los llamados maceros, que siempre rompen marcha a la cabeza del Ayuntamiento de León, cuando la Corporación asiste a los ceremoniales
de rigor protocolario, suelen la curiosidad pública por sus vistosos ropajes y atributos. Pero nadie crea que esto es una ostentación o un capricho para adornar la comitiva del Corregimiento (Ayuntamiento), sino que es una institución que dimana de lejanos tiempos, como privilegio de la realeza del primer Ayuntamiento de España, que es el de León, constituido por el rey don Alfonso XI el 6 de julio de 1345, con todas las preeminencias y prerrogativas.


Por consiguiente, los maceros del Municipio de León son inherentes al Ayuntamiento leonés, ya que son cosa esencial del mismo. De ahí que siempre figuren a la cabecera de la comitiva cuando la ilustre Corporación «sale desde sus casas con autoridad y grandeza» (por eso se dice «bajo mazas»), para asistir a distintas solemnidades, cual son las recepciones, ceremonias,
celebraciones y otros actos públicos de obligado cumplimiento en representación de la ciudad.


Es de rigor, igualmente, que cuando el Ayuntamiento acude a tales actos, vayan delante de los maceros los “farautes”, llamándose así a los que van tocando los clarines y tambores, acordes con la «Marcha de la Ciudad».
y últimamente también se ha puesto de precepto la banda de música interpretando el “Himno a León.


Hagamos de principio la salvedad de que primitivamente solamente fueron dos maceros. Se supone que estos dos maceros proceden de los tiempos del siglo XIV, a raíz de ser fundado el Municipio.


También ha quedado señalado al Ayuntamiento el poder tener y usar hasta cuatro Maceros. Todo esto concuerda con la visita que a principios de 1602 hizo a León el rey Felipe III en compañía de su esposa la reina doña Margarita de Austria, donde se habla de cuatro Maceros con ropones y gorras de terciopelo carmesí y mazas de plata al hombro y las armas de la Ciudad al
cuello, pendientes de cadenas de plata. Es evidente, por tanto, que si el Corregimiento leonés no hubiese tenido entonces desde antiguo la facultad de los cuatro Maceros antedichos, la presentación de los mismos durante los ceremoniales de la mencionada visita regia sería, sin lugar a dudas, realmente improcedente.


E personajes, de tan característico ropaje, visten una especie de dalmática en cuya espalda y delantero llevan, cuartelados, los blasones del escudo nacional, y en las mangas, abiertas y cuadradas, de una forma amplia y colgante, el escudo de la ciudad. Otras prendas del atuendo son las medias blancas de lana, a modo de polainas, siendo el calzado de fuertes borceguíes con aires de chapines; en la cabeza unas gorras o gorretas, adornadas en su cimera con plumas blancas, señal de linaje; en el cuello, gola plisada circular del mismo color, con vuelo ondulado donde se marcan rizados o tabloncillos a la vieja usanza. Los guantes son blancos y por lo que hace a la indumentaria es de terciopelo encarnado, que es el color del pendón de la ciudad, aunque éste en tela de damasco. Tal vestimenta está orlada de agremanes dorados.


Del cuello cuelga una cadena de eslabones cuadrados, signo de grandeza, rematada a la altura del pecho, de la cual cuelga un grueso medallón redondo con el escudo de León en relieve y otras alegorías. Y al hombro portan una artística maza de plata, de buen peso, adornada con dos dragoncillos alados. La parte cimera de la maza está rematada con un león del mismo metal noble.


(Resumen de "Tradiciones leonesas" de Máximo Cayón)

Garcerán Guerao de Pinós

En el siglo XII, Alfonso, emperador de Castilla, sostenía reñidas batallas contra el rey moro de Granada. El conde de Barcelona acudió en su ayuda fletando naves catalanas y genovesas.


Era almirante de las primeras Galceran Guerao de Pinos. En su afán de victorias se adentró demasiado en territorio ocupado por los sarracenos y cayó prisionero. Sus padres , los señores de Baga, estaban
desesperados. El conde de Barcelona se puso en tratos con el rey musulmán para ver que rescate pedían por el almirante. El monarca granadino, enfurecido por la perdida de Almería, pidió un rescate exorbitante: cien mil doblas, cien caballos blancos, cien vacas, cien paños de oro de Taurin y, lo que era peor de todo, cien doncellas.
Los señores de Baga se horrorizaron ante la ultima condición, y aun sintiéndolo mucho no podían consentir que por rescatar a su hijo cien familias fueran desgraciadas por la perdida de sus hijas. No obstante, fueron muchos los poderosos señores que opinaron que el pueblo debía de sacrificarse, ya que el almirante significa mucho para la cristiandad
Asi que el que tuviera cuatro hijas debía entregar dos, el que tuviera dos una, y el que tuviera una se sortearía con otro que tuviera también una. Recogieron todo y embarcaron todo lo que exigía el rey moro y partieron para embarcar en la playa de Salou.


Entretanto el prisionero estaba pasando penalidades en una lóbrega mazmorra, con el también se encontraba el señor de Sull. Varias veces intentaron evadirse pero no fue posible. Galceran solo soñaba con su casa de Baga, sus salones, sus jardines y su capilla, el recuerdo de esta le trajo a la memoria el pensamiento de encomendarse a san Esteban el patrón de su casa, rezo con mucha devoción al santo su salvación. Termino de rezar y vio como se abría la mazmorra y un hombre lo cogió de la mano y lo saco hacia fuera, el almirante siempre cortés miro al señor de Sull y el hombre le dijo que rezara y se encomendara al santo patrón San Dionisio el cual también acudió en su ayuda para ponerlo en libertad.


Se pusieron en camino a media noche y vieron al clarear el día que ya estaban cerca de la playa de Tarragona. Continuando por el camino de Baga, vieron de pronto en las arenas de Salou, una gran aglomeración de gente. Eran las doncellas que que iban a embarcar para entregarse como rescate de Garceran, al reyezuelo moro de Granada.


Todos celebraron con gran jubilo la liberación del almirante, y cuando mas tarde Valenia fue conquistada, Galceran Guerao de Pinos mando levantar la iglesia de San Esteban, de aquella capital, en acción de gracias.


(texto de "La velleta verda)

viernes, 5 de agosto de 2011

Don Juan de Echenique

Una noche de invierno de 1745, don Juan de Echenique capitán de la real guardia de Corps. Paseaba por la calle sacramento cuando desde un balcón una hermosa dama le invito a subir. Entró el capitán , subió las escaleras hasta la alcoba donde le esperaba la dama. La casa estaba ricamente decorada con tapices y arañas que colgaba de los techos. La noche pasó deprisa, las campanas de san Justo indicaba la hora del relevo, había perdido la noción del tiempo. Se vistió atropelladamente el galán, bajo corriendo las escaleras y salió de la casa. Llegando a la calle Mayor, echo de menos el espadín. Volvió corriendo a la casa, llamo varias veces pero nadie contestaba. Un vecino se acerco al oír los golpes y le comentó que la casa llevaba vacía 40 años. Don Juan, confundido le dijo que era imposible, el había pasado allí toda la noche y se había dejado su espadín. Ante la insistencia del capitán, el vecino cogió la llave y abrió la puerta. Don Juan palideció cuando vio muebles cubiertos de polvo, tapices raídos, cortinas desgarradas señal de haber estado cerrada durante mucho tiempo. Abrió la habitación donde paso la noche y vio colgado de la silla su espadín, se alivio el capitán pues daba muestra de que no había sufrido una alucinación.


Don Juan de Echenique penso que esto era una advertencia del mas allá, ingreso en un convento abandonando así su vida frívola.


El espadín se coloco en la parroquia de san Sebastián a los pies del Cristo de la fe, que es conocido como el Cristo del guardia de Corps.

El oso del escudo de Madrid

Uno de los obsequios de la villa de Madrid a Juan II de Castilla fue un oso pequeño vivo, encerrado en una jaula de gruesos troncos de nogal. El oso estaba amaestrado y en el regalo estaba incluido el cuidador, un húngaro que no sabía una palabra de castellano y que dominaba al osezno por medio de alaridos y ademanes violentos.


Todo esto gustó mucho al rey niño y no hubiera disgustado a nadie de la comitiva real de no ser porque, dos noches después de la llegada, el oso rompió los barrotes, se escapó, hirió a un centinela y desapareció en la espesura que rodeaba al Alcázar, es decir, el Campo del Moro.


El húngaro se marchó diciendo que iba a buscar al osezno, y no volvió.
Y en eso quedó el regalo.


(Texto copiado de "¿Por qué es Madrid la capital de España...?" de Federico Bravo Morata)

El Nuberu - Dios de nubes y tormentas

El Nuberu es la divinidad de las nubes y las tormentas, se le representa como un hombre con espesa barba , viste pieles de cabra y un sombrero de ala ancha, puede ser terriblemente dañino con las personas dañando pastos y sembrados, si bien puede ser muy beneficioso con aquellos que le ayuden.


El mito nos cuenta que vive en Egipto en la ciudad del grito, en una ocasión vino a Asturias montado en las nubes, teniendo la mala suerte de caerse a la tierra, pidió cobijo y nadie se lo dio hasta bien entrada la noche en el que un pobre campesino se apiadó de él. En gratificación todos los años le riega bien sus sembrados aumentando estos.


Años después este campesino tiene que efectuar un viaje al lejano Egipto, enterándose el campesino de que su amada después de tantos años de ausencia decide casarse con otro, va a pedir ayuda al Nuberu, éste le monta en una nube llegando a tiempo para impedir la boda.

Achamán - El principio del mundo

En un principio era Achamán, dios poderoso y eterno que se bastaba a sí mismo. Antes de él sólo había la nada y el vacío, el mar no reflejaba el cielo y la luz aún carecía de colores. Achamán también se llamaba Abora y también Alcorac. A él debían su existencia las criaturas, pues creó la tierra y el agua, el fuego y el aire, y toda la vida que en ellos cabía. Achamán habitaba las alturas y a veces las cumbres de las montañas para regocijarse contemplando lo que ante su mirada se avivaba.


Un día se detuvo Achamán en la cima de Echeyde. Desde allí su obra le pareció más bella y perfecta, como si la descubriese por vez primera, y pensó que debía compartirla. Entonces decidió hacer a los seres humanos para que también ellos admirasen lo creado, para que de ellos hicieran uso y para que lo conservasen.

La Nao fantasma - Cartagena

En el año 1618 levantóse en Cartagena la Tela de Regimiento, palenque destinado a torneos, justas, lizas, juegos de sortijas, carreras de cañas y otros espectáculos caballerescos propios de la época en que se rendía culto a la destreza en el ejercicio de las armas.


Entre los muchos y arrogantes caballeros que se presentaron al torneo, sobresalía, por su arrogancia, don Luis Garre, de Cáceres, apuesto mancebo que entusiasmaba, no sólo al populacho, sino a las más linajudas damas de la nobleza.


Don Luis había vuelto a Cartagena después de dos años de ausencia; alejamiento casi obligado por una historia infamante en sus amores con doña Leonor de Ojeda, hija del alcaide del castillo que más tarde se llamó de la Concepción.


Esta dama, a quien amaba, desde años atrás, don Luis, tenía amores con el moro Yusuf Ben Ah, que para poder convivir en una sociedad donde imperaba el espíritu de intransigencia religiosa, había fingido la conversión, adoptando el nombre de don Carlos Laredo. En secreto, y en la intimidad de su hogar, practicaba, junto con su padre Mohámed y su hermana Fátima, la fe de Mahoma.


Enterado don Luis de esto, y deseoso de desembarazarse de don Carlos, a fin de tener el camino libre hasta llegar hasta doña Leonor, denunció al de Laredo, o, mejor dicho, a Yusuf, y el Santo Oficio le condenó a la hoguera, donde murió proclamando su fe mahometana.


El viejo Mohamed cayó en profunda melancolía, animándose únicamente cuando, junto con su hija Fátima, hacía planes para vengarse de don Luis, que había desaparecido de España. Murió, por fin, el anciano; pero antes hizo jurar a su hija, por Alá, que ella realizaría la venganza que entre ambos habían planeado.


Cuando, pasados dos años, apareció de nuevo don Luis en las justas y torneos de Cartagena, quedó sorprendido al recibir una misiva en la que se le decía que "si para amparar a una dama era tan valeroso como por la tarde en la Tela, le esperaban al toque de queda en el molino derruido enclavado en el arranque del camino de Canteras".


Pensando que tal vez se trataba de un lance amoroso, acudió el arrogante don Luis a la cita. En el lugar indicado se encontró con una dama tapada, que le recibió cariñosamente, ofreciéndole un refresco. El caballero apuró de una sola vez el líquido y, transcurridos unos momentos, cayó como herido por el rayo.


La tapada atóle fuertemente de pies y manos; después salió del molino e hizo una seña. Aparecieron, a su gesto, dos hombres que llevaban una litera, sobre la que colocaron a don Luis, y seguidos por la dama emprendieron el camino por la falda del monte Sicilia, hoy monte y castillo de Atalaya, hasta llegar a la cala llamada Algameca, en recuerdo al santo morabito Selim El Algamek.


Se acercó a la playa un ligero esquife, en el que embarcaron la dama y el cuerpo inerte del caballero. La pequeña embarcación atracó a una galera en cuyo mástil flameaba el estandarte de la media luna.


Mientras unos marineros levaban anclas, otros bajaron al sollado el cuerpo del caballero Garre. La nave hizo rumbo a Argel, cortando las aguas del Mediterráneo.


Bajó la dama al sollado y acercó a la nariz de Garre un pomo de sales, que le devolvieron el conocimiento. Cuando vio ante sí a Fátima, la sangre se heló en sus venas. Intentó levantarse; pero fuertes ligaduras se lo impedían. Ante su imaginación apareció la imagen de Yusuf: su tormento, la hoguera... Comprendió que había llegado su última hora.
Fátima, sombría, parecía el ángel del mal. Erguida ante el caballero, pronunció su sentencia. Comería el pan de la esclavitud; pasaría su vida encadenado al banco del galeote; el látigo del arráez laceraría su cuerpo, y su existencia sería para él una pesada y dolorosa carga. Yusuf y Mohamed estaban vengados. Salió luego del sollado, y don Luis quedó en la mayor desesperación.


Una vez solo, don Luis decidió escapar o morir luchando. Después de titánicos esfuerzos, consiguió romper las ligaduras de sus manos. Recordando que del techo de su prisión pendía una linterna, pensó encenderla para preparar la huida. Sacó de su escarcela eslabón y pajuela, que encendió rápidamente. Un brusco viraje de la nave le hizo, perder el equilibrio. Cayó, y dejó escapar de su mano la pajuela encendida sobre un montón de estopa y jarcias embreadas, que ardieron al punto.


Envuelto en humo y aterrorizado por el peligro, el hidalgo buscó la salida. A la luz de las llamas, vio con espanto, junto a ellas, una barrica de las destinadas a guardar pólvora.


Perdida la esperanza, hincóse de rodillas, pidiendo perdón al Redentor por sus muchos pecados.


Una horrenda detonación atronó el espacio. Trozos de bajel, cadáveres mutilados, fragmentos de objetos, fueron lanzados por el aire. Una nube negra elevóse hasta el cielo, y el mar borró una tragedia cuyos protagonistas se hundieron para siempre en sus profundidades.
Cuentan los pescadores de estas costas —Escombreras, Portús y La Azohía— que todos los años, al alba del día de la Virgen, se oye un pavoroso estruendo, como un cañonazo, que desvanece bruscamente
una sombra flotante, cuya silueta se parece a una nave que ellos han bautizado con el nombre de la Nao Fantasma.


(Vicente García de Diego en LEYENDAS DE ESPAÑA)

martes, 10 de mayo de 2011

El salto de la Reina Mora - Siurana

El rey moro se había hecho fuerte en su castillo de Siurana y desde allí no cesaba de hostigar a los cristianos que ya dominaban ya toda la comarca del Priorato, alrededor del castillo.
Su mujer, Abdel Assía, era una mujer de belleza sin igual ornada con todos los dones de la naturaleza. En cierta ocasión en que las huestes moras se encontraban  peleando contra el Señor de Tarragona, Amat de Claramunt, esta dama, segura de la inespugnabilidad del castillo, ofrecía un espléndido banquete a sus cortesanos. La lucha se desarrollaba tan cerca que una flecha cristiana cayó en medio de la mesa causando el consiguiente pánico. Los comensales se dieron cuenta de que los cristianos ya habían entrado en el castillo y se aprestaron a tomar las armas. Pero ya era tarde.
La reina consiguió montar en su caballo y se dirigió hacia la puerta seguida por los soldados cristianos que corrieron a detenerla. Viéndose perdida la reina dirigió el caballo hacia el abismo y se lanzó al fondo. Tal fue la fuerza del impulso del animal al saltar que su herradura quedó marcada en la roca viva y aun hoy puede ser contemplada por los curiosos visitantes

lunes, 9 de mayo de 2011

El caso Manises

Los hechos

El suceso lo protagonizó un Supercaravelle de la compañía TAE (ya desaparecida). Este vuelo, el JK-297 con 109 pasajeros, procedía de Salzburgo (Austria) y había hecho escala en Mallorca antes de seguir rumbo a Tenerife.

A medio camino y sobre las 11 de la noche, el piloto Francisco Javier Lerdo de Tejada y su tripulación observaron una serie de luces rojas que se dirigían hacia la propia aeronave. El rumbo de colisión de este presunto artefacto provocó un gran nerviosismo en la tripulación. El comandante pidió información sobre las extrañas luces, pero ni el radar militar de Torrejón de Ardoz (Madrid), ni el centro de control de Barcelona pudieron dar una explicación del fenómeno.

Para evitar una posible colisión, el comandante elevó su aparato, pero las luces hicieron lo mismo y se colocaron a apenas medio kilómetro del avión. La imposiblidad de hacer una maniobra para esquivarlas provocó que el comandante se viese forzado a desviar su rumbo y aterrizar de emergencia en el aeropuerto de Manises. Es la primera vez en la historia que un avión comercial se ve obligado a aterrizar de emergencia debido a un supuesto avistamiento ovni, ya que el no identificado estaba violando todas las normas básicas de seguridad.

Las luces detuvieron la persecución antes del aterrizaje. Tres formas no identificadas fueron detectadas finalmente por el radar. El tamaño de aquella forma luminosa fue calculado en unos 200 m de diámetro, y fue observado por numerosos testigos. Una de las extrañas formas pasó muy cerca de la pista de aterrizaje. Incluso se llegaron a encender las luces de emergencia en previsión de que aquél fuera un vuelo no registrado en apuros.

Ya el día siguiente, sobre las 0.40 horas, un Mirage F-1 despegó de la base aérea de Los Llanos (Albacete) con el objetivo de identificar el fenómeno. El piloto, Fernando Cámara, capitán del Ejército del Aire, tuvo que aumentar su velocidad hasta 1,4 mach para finalmente distinguir una forma troncocónica que cambiaba de color, aunque enseguida el artefacto desapareció de su vista. El piloto recibió información sobre un nuevo eco del radar, que indicaba que un nuevo objeto, o quizás el mismo, estaba sobre Sagunto. Cuando el piloto se acercó lo suficiente, el objeto aceleró y desapareció de nuevo. Pero esta vez, el caza fue blocado (sus sistemas electrónicos fueron inutilizados). En términos de defensa esto se considera una operación de agresividad. Finalmente, ocurrió lo mismo por tercera vez, y esta vez el ovni desapareció definitivamente rumbo a África. Tras hora y media de persecución, y debido a la falta de combustible, el piloto tuvo que volver a su base sin resultados.

Posibles explicaciones

Hay múltiples explicaciones de este suceso: desde los que creen que el fenómeno ovni consiste en la visita de habitantes de otros mundos hasta los que piensan que aquellas luces no eran más que astros nocturnos o fenómenos meteorológicos.
Los escépticos explican el bloqueo electrónico del Mirage F-1 basándose en que estaba estacionada en la zona la Sexta Flota de la Marina de los Estados Unidos con un potente sistema de guerra electrónica, pendiente de los sucesos de la crisis de los rehenes en Irán.
La explicación oficial vendría gracias al expediente del Ejército del Aire, que sería desclasificado años después, en agosto de 1994. El asunto llegó incluso al Congreso de los Diputados, cuando en septiembre de 1980 el diputado Enrique Múgica pidió una explicación de lo ocurrido.
Una de las explicaciones más recientes de los hechos, auspiciada por la Fundación Anomalía, afirma que las luces vistas por la tripulación del Supercaravelle JK-297 eran en realidad las llamaradas de las torres de combustión de la refinería de Escombreras, junto a Cartagena.
No obstante, el suceso no está cerrado y sigue siendo fruto de debates y todo tipo de explicaciones.

El plano de Teixeira - Madrid

Conocidísimo es el plano de Madrid, que en 1656 se estampó en Amberes sobre dibujos realizados por Pedro de Texeira, en eI que se presenta a Madrid en perspectiva caballera, con lo que pueden verse las fachadas de todas las casas que miran hacia mediodía. El plano es un inapreciable documento para conocer el Madrid de la mitad del siglo XVII y el Ayuntamiento ha realizado numerosas tiradas, efectuadas a distintos tamaños, que le han hecho muy popular.


Para realizarlo, el cosmógrafo portugués - todavía Portugal estaba unido a la corona de España - realizó dibujos de por lo menos una de las aceras de todas las calles  del Madrid de entonces. Cierto que en el caserio ordinario se ve claramente que no corresponden, una por una, a la realidad, sino a un dibujo convencional. Pero si esto es cierto en cuanto al caserío, los edificios principales: iglesias, palacios, edificios oficiales sí están reproducidos con exactitud, pese a su pequeña escala.


No hace mucho tuvimos ocasión de demostrar documentalmente que pasó menos de un año entre la realización de los dibujos en Madrid y la estampación, en Amberes, en planchas de cobre de la obra. Si tenemos en cuenta la lentitud de los medios de comunicación de la época y la lentitud obligada para la grabación de las planchas, la rapidez de la realización es verdaderamente sorprendente. Esto hemos podido determinarlo, porque encontramos las memorias de obra que establecen que la construcción del palacio de Abrantes que se encontraba precisamente en el estado en que Texeira la dibuja en los últimos días de 1654 o los primeros de 1655, y también nos demuestra la exactitud de los dibujos cuando se ocupa de casas
principales, como es el caso del citado palacio, en la calle Mayor, el que nos ha servido para estas comparaciones y que está dibujado en el plano a mitad de su obra y hasta figurando en una de sus partes la valla que cierra la parte por construir, como era y sigue siendo usual en las obras.


(según "Curiosidades de Madrid" de José del Corral)

La cueva del monje - Jumilla

En época remota, en el magnífico monasterio de Santa Ana, enclavado en Jumilla, vivía un monje, fiel cumplidor de las reglas monásticas, que edificaba en su virtud a los otros frailes. No se permitía el más ligero goce en su vida ordinaria, sazonaba su comida con ceniza o sal, se ofrecía para los más rudos trabajos, y su cuerpo estaba llagado por las continuas disciplinas.


Un día llamaron a la puerta del convento; salió a abrir el fraile, el cual quedó impresionado ante la belleza de una joven. Ella pidió confesión, y el fraile, al momento, se prestó a complacerla. Pero, enamorado de ella, le impuso la penitencia de volver a los dos días.


Aquella noche, en sus rezos de maitines estuvo tan abstraído que sus labios repetían las oraciones, pero su imaginación no podía apartarla de aquella maravillosa muchacha que le había perturbado su espíritu. En su conciencia se entabló una lucha entre el deber y la pasión. Se sentía culpable y redoblaba sus sacrificios;  pero la devoción había huido de él, y sus prácticas religiosas le hastiaban. Su vida toda se le iba detrás de la joven, y al cabo de dos días, al volverla a ver, la pasión triunfó.

El monje salió aquella noche, silenciosamente, mientras la comunidad dormía, y, saltando las tapias del claustro, fue al encuentro de la dama, que lo esperaba cerca del convento. Antes del amanecer es- tuvo de vuelta en su celda, sin que los monjes hubieran notado su ausencia.

Se repitió esto durante varios días. Hasta que fue descubierto por el superior, el cual una noche, desvelado, vio desde su ventana saltar una sombra y encontró vacía su celda. El prior amonestó severamente al monje y, con gran dolor, tuvo que expulsar a su hijo querido.


Apenado, se marchó el fraile del convento. Sus largos años de vida piadosa, que abandonaba al irse tras un placer humano, adquirieron ahora una fuerza poderosa que arrastraba tras sí a su alma, torturándole. En confusión y desasosiego caminó largo rato. Tropezó, por fin, con una profunda cueva cavada en la roca, y se refugió en ella. Allí, entregado a la oración y penitencia, y alimentándose sólo de hierbas, intentó expiar sus culpas, muriendo al poco tiempo de hambre y frío. Su cadáver fue encontrado por un pastor que una noche se guareció en la cueva, que desde entonces toda la comarca conoce por la cueva del Monje.


(Vicente García de Diego en LEYENDAS DE ESPAÑA)

miércoles, 27 de abril de 2011

Las cobijas de Vejer

Una de las tradiciones que se cree son de origen musulmán es el de las mujeres cobijás (Cobijadas) de Vejer. La cobijá es una mujer que antiguamente, en algunos pueblos de la provincia de Cádiz y. sobre todo en Vejer de la Frontera, cubrían completamente su cuerpo con un manto negro, dejando al descubierto un ojo. En el Museo de Cádiz hay un cuadro el que aparecen cinco mujeres con ese atuendo paseando por Vejer.
Cuente la historia que esa vestimenta era común entre las mujeres de los publos de la Janda y del Campo de Gibraltar hasta bien entrado el siglo XX. Hoy en día se pueden ver detalles de ese traje típico en mosaicos de las calles de la ciudad y en la estutua cercana a la judería de Vejer.
Ese traje fue prohibido en varias ocasiones a lo largo de la historia, sobre todo a partir de 1936 alegando que podía servbir para enmascarar a los delincuentes.
El traje se compone de unas enaguas blancas con tiras bordadas, una blusa blanca adornada con encajes, una saya negra sujeta a la cintura y un manto negro fruncido con forro de seda que cubre totalmente a la mujer excepto el ojo que queda al desbierto.
Afortunadamente aun se conserva la tradición de ataviarse con ese hermoso traje durante las fiestas que se celebran en Vejer.

Madrileños "gatos"

Muhammad I, hijo de Abderramán II fundó Madrid en 852. Construyó una fortaleza amurallada que controlaría todo el valle del manzanares y la sierra del Guadarrama. Dentro de esta muralla se situaría la almudaina o ciudadela y una pequeña mezquita.


La muralla del magerit musulmán se construyó con grandes bloques de brillante perdenal, tenía torres cuadradas y tres puertas de acceso: la de la Vega, Arco Santa María y la de La Sagra y varios portillos.


Hubo muchos intentos por conquistar Madrid, la primera vez fue en el 924 al mando del conde Fernán González, mas tarde, en 968 Ramiro II de león dejo bastante dañara la fortaleza y el califa Abderramán ordenar fortificar Madrid.


Un día de mayo de 1085, las tropas del rey Alfonso VI se acercan a Magerit. Al amanecer llegaron las tropas a la puerta de la vega, iban cautelosos para sorprender al enemigo, de repente uno de los soldados se separa del pelotón y comienza a trepar por la muralla hincando la daga por las juntas de la piedra. Subió tan ágilmente que todos empezaron a decir que parecía un gato. Cuando comenzó la lucha el hombre ya había subido arriba, corrió al torreón de la fortaleza y cambio la bandera mora por la enseña cristiana.


En memoria de esta hazaña, desde ese momento él y todos sus sucesores cambiarían el nombre por el de gato. Desde entonces a todos los nacidos en Madrid se le llaman “gatos”


(Foto de ArteHistoria)

jueves, 3 de marzo de 2011

San Vicente - De Valencia a Lisboa

En octubre de 2008 os contaba la historia de san Vicente Martir y de como este aragonés había llegado a ser el celestial patrono de Lisboa.


No decía nada, sin embargo, de la forma como sus restos habían llegado a la capital portuguesa desde Valencia, donde estaba enterrado.


El relato de esta parte del extraño viaje la debo a una interesante recopilación de leyendas valencianas de la que es autora Fernanda Zabala.


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Según la tradición, los restos del Santo descansaban en la anttiuga iglesia de San Bartolomé o del Santo Sepulcro.


Hacia el año 780, el dominio muslmán en la Península Ibérica, hizo temer a los responsables del templo que tuviese lugar alguna profanación por lo que decidieron trasladar las reliquias del Santo a Asturias que no había sido sometida por los invasores.


El viaje debía realizarse por mar a pesar del riesgo de tener que navegar cerca de las costas africanas. Sin embargo, todo transcurrió sin graves contratiempos hasta que, ultrapasado el estrecho de Gibraltar, un fuerte temporal obligó al navío a acercarse a la costa de los Algarbes lusitanos. Embarrancaron en una lengua de arena a la que dieron el nombre de Cabo San Vicente en honor del santo cuyos restos trasladaban.


Cuando se disponían a zarpar de nuevo, su barco fue avistado y destruido por una flotilla árabe. Buena parte de los náufragos consiguieron esconderse y salvar la vida así como las reliquias y fundaron una colonia y un santuario en cuya cripta mescondieron los huesos de San Vecente.


Muchos años más tarde, en 1112, la colonia fue arrasada por las huestes de Habul Hacem, y sus habitantes (descendientes de los valencianos) exterminados pero las reliquias no fueron descubiertas. En 1148, el Rey Alfonso Henriques de Portugal conquistó Lisboa y enterado de la historia de las reliquias viajó al Cabo San Vicente y entre los restos del santuario descubrieron los restos delatados por una bandada de cuervos que acompañaron el viaje de vuelta y que, desde entonces figuran en el escudo de Lisboa.

Las Chalgas

Las "Chalgas" o tesoros escondidos es algo consustancial con nuestra tierra asturiana, ya que no hay pueblo o aldea, por remotos que sean, donde no se hallen leyendas de tesoros escondidos, casi siempre atribuidos a los moros.


Aunque en las descripciones. de los primeros estudiosos se utiliza el nombre para los tesoros, mientras a las jóvenes doncellas que los custodian son conocidas como atalayas, -el introductor del término parece ser Juan Meriéndez Pidal, al que luego sigue Rogelio Jove y Bravo, mientras los pioneros Laverde y Agüero no las nombran específicamente -los estudios posteriores asimilaron el término a ambos y las hacen prácticamente semejantes a las xanas, por su singular belleza y juventud, aunque parece que se diferencian de éstas en que las jóvenes doncellas son seres humanos encantados, mientras que las xanas no están siempre encantadas.


Debido a su penosa situación, presentan habitualmente una expresión de gran tristeza, cantando bellas, pero melancólicas canciones, mientras el cuélebre permanece atento a sus movimientos, excepto el día de San Juan, en que entra en un sopor irresistible, momento en que se les puede desencantar.

La Peña de Mirón - Trébago

Acerca de este monolito, se cuenta en Trébago una leyenda que, por sus características, es la que acusa reminiscencias y hechos más antiguos. en tiempos muy remotos, tal vez prehistóricos, habitaba en el poblado un hombre dotado de una habilidad y fuerza muscular extraordinarias. Es lógico que con tales atributos y considerando la época a que nos referimos, en la que imperaba la ley del más fuerte, despertase la admiración y el respeto entre sus convecinos, por lo que llegó a ser jefe de la comunidad, imponiendo su autoridad directiva sobre ella.

Pero es el caso que, provocados quizá por envidia, y con la intención de desacreditar al Hércules, comenzaron a circular entre los habitantes rumores de que el tío Sartén, que así se llamaba nuestro personaje, no tenía, ni mucho menos, la fuerza de que alardeaba, que era como cualquier otro de los hombres por él gobernados, y que por tanto no estaban justificados el respeto y la autoridad que se le otorgaban. Estas murmuraciones provocaron una honda división entre los habitantes del lugar, que se agruparon en dos bandos, defendiendo unos la efectividad muscular del tío Sartén y acatando, por tanto su autoridad, y otros negando todas sus facultades de poder físico, desconociendo, en consecuencia, su supremacía sobre los demás. siendo tan importante y de tanta trascendencia el asunto que se ventilaba, no tardaron en caldearse los ánimos hasta el punto que tal cuestión casi llega a resolverse por medio de las armas. Y así hubiera sucedido si el tío Sartén no hubiese tomado la drástica resolución de demostrar, definitivamente y para siempre, ante todos, que poseía los atributos en los cuales cimentaba su autoridad.

A tal efecto, convocó al pueblo para que, en determinado día, se reuniese en el paraje denominado Peña del Mirón, y que allí en presencia de todos, realizaría la proeza más grande de su vida, al poner en posición vertical, con la sola ayuda de sus fuerzas, una piedra de unos diez metros de largo por unos cuantos de ancho, que yacía horizontalmente en aquel lugar.


Llegó el día señalado, y ante el regocijo de sus partidarios y el asombro de sus detractores, hizo efectiva la hazaña de levantar por sí solo el enorme peñasco. El entusiasmo y respeto por el Hércules no tuvo límites, y hubiera seguido ejerciendo su mandato, ya sin disputa, a no ser que nada más terminar su proeza cayera exánime al pie mismo de la peña, que desde entonces se conoce como Peña del tío Sartén. sin duda, y debido al enorme esfuerzo, algún órgano interno se lesionó tan seriamente que le privó de la vida.

La consternación y el dolor por tan grande desgracia fueron enormes, y creyéndose el pueblo culpable de ella, y temiendo el castigo de su dioses paganos, sepultaron al tío Sartén al pie de la piedra que él levantara, siendo este paraje, a partir de entonces, lugar de culto y peregrinación en memoria del héroe.

San Fausto - Bujanda

San Fausto era natural del pueblo de Alguaire, en la provincia de Lérida, y en una batalla -nadie dice cuál ni cuándo - fue hecho prisionero por ios sarracenos, que le llevaron esclavo a África, donde se convirtió en esclavo de un poderoso señor.

Con él y en su casa, aprendió los secretos de la agricultura y, siendo un fervoroso cristiano, consiguió al cabo del tiempo convertir a su amo, que por ello le concedió la libertad y le regaló un hermoso caballo para que regresara a su tierra.

La vida de san Fausto en Alguaire fue la de un auténtico maestro, pues pasó el resto de su existencia enseñando a sus convecinos y a todas las gentes del contorno aquellas artes de la agricultura que habia aprendido en tierra de moros. Al mismo tiempo, con su fe, logró también que aquellos campesinos en ciernes fueran mejores y más piadosos.

Ya muy viejo, san Fausto sintió cercana la hora de su muerte. Todos pensaban en oficiarle fabulosos funerales y enterrarle en la iglesia del pueblo, pero el moribundo llamó a sus más allegados y les conminó a que cumplieran escrupulosamente sus deseos: Después de su muerte, pondrían su cuerpo sobre su caballo y dejarían que el Señor le llevase donde quisiera: en el lugar en el que el caballo se detuviera.
allí le enterrarían.

Muerto el santo varón, cumplieron su último deseo y el pueblo entero siguió al corcel, ya muy viejo, que con su preciosa carga se puso en camino, atravesando ríos y montes y tierras catalanas, aragonesas, castellanas y navarras. Llegado al obispado de Calahorra, el caballo se arrodilló tres veces: de su primera genuflexión nació una fuente, la segunda está marcada sobre una roca, la tercera y última la hizo en el lugar exacto donde ahora se levanta la iglesia de Bujanda. Allí mismo murió desfallecido y el pueblo supo que aquel era el lugar que la providencia había destinado para sepulcro de su santo maestro. Allí fue enterrado y allí se construyó una iglesia sobre la tumba que ocupaba.

viernes, 14 de enero de 2011

La huerta valenciana

La huerta valenciana nació en la época del imperio romano, creando la ciudad de Valentia, como centro logístico y de hibernación para sus campañas de conquista sobre Iberia.


Aportaron cultivos que conocían como cereales, el olivo y la vid. No obstante estos y por las condiciones propias del entorno no eran lo suficiente productivas.


No obstante sirvió para su cometido de abastecimiento de tropas así como posteriormente en las campañas de los visigodos. dejando abandonado tanto los campos como la ciudad.


Realmente lo que hoy conocemos como la huerta valenciana se desarrolló en la Edad Media, durante el periodo islámico, creando una importante infraestructura fluvial, principalmente con la construcción de acequias y azudes, pequeñas presas, que derivaban las aguas de las fuertes avenidas del Turia y los barrancos, consiguiendo desecar grandes zonas pantanosas y llevando el riego los campos. También se impulsó y desarrolló diversas actividades a lo largo de estás infraestructuras como molinos de agua, aprovechando el caudal que circulaba por las acequias, como lavaderos cercanos a las viviendas o alquerías. Un ejemplo interesante de huerta dependiente de la ciudad para la obtención de alimentos fue el de la huerta de Ruzafa, cuyo nombre en árabe identifica, precisamente, a este tipo de huertas urbanas.


Gracias a estas infraestructuras la ciudad de Valencia, así como las poblaciones de su entorno consiguieron desarrollarse.


Se creó realmente un rico espacio productivo, el origen de la huerta de Valencia es claramente de época andalusí, como consecuencia de la introducción de la tradición árabe (Yemen y Siria) del regadío, así como las bereberes norteafricanas. Los productos cultivados en ella son muy dispares, consecuencia de una sociedad independiente y tributaria. A los cultivos clásicos que ya se cultivaban en época romana, cereales, viña, olivos, se añaden el arroz y la chufa como más característicos de las zonas más húmedas, hortalizas nuevas en Al-Andalus como la berenjena y la alcachofa, etc. Al ser los productos hortícolas el cultivo por excelencia, se tomó de ahí el nombre de este entorno.


Las acequias mayores estuvieron regidas desde la época musulmana por el tribunal de las aguas, aún vigente hoy, por el que se controlaba el uso y utilización de los caudales de riego.


Son ocho las acequias mayores de la ciudad de Valencia: Moncada, Tormos, Mestalla, Rascaña, Cuart, Mislata, Favara y Rovella.

El subterráneo del castillo de la Concepción

En una de las bellas casas solariegas de la marina vivían los nobles señores de Lepe. Éstos tenían una hija, a la que querían mucho. Esta hija, doña Sol, tenía amores, desde niña, con don Mendo de Acevedo. Los padres de doña Sol se opusieron a estos amores, no porque la familia de don Mendo no lo mereciera, que eran de noble y puro linaje, sino porque no poseía patrimonio alguno y ellos querían para su hija, aparte del buen nombre, la riqueza.

Don Mendo, al comprender que la oposición de la familia de doña Sol era debida a su escasa fortuna, se marchó a la guerra, para alcanzar fama y riqueza. Doña Sol le animó, prometiéndole fidelidad absoluta.
Cuando don Mendo se hubo marchado, los padres casaron a doña Sol con un caballero, capitán de caballos, oriundo de Toscana, llamado don Rodrigo Rocatti Alvear. Doña Sol lloraba amargamente, y aunque cumplía con sus obligaciones de esposa, odiaba con toda su alma a su marido, que era para ella como un tirano.

Pasado algún tiempo, llegó al castillo de la Concepción, que habitaban los señores de Rocatti y Alvear, un cautivo que había sido rescatado de Orán. Este cautivo contó a doña Sol que su amado, don Mendo, vivía aún, pero que remaba en una galera morisca y era inhumanamente maltratado por el sotarráez.

Doña Sol sentíase consumida por los remordimientos. Se acusaba de haber sido débil al consentir en su boda con don Rodrigo. Bajo el peso de este remordimiento empezó a nacer en ella la idea de que debía salvar a don Mendo, costara lo que costara. Arrodillóse, pues, una tarde, ante la Virgen del Rosell y juró solemnemente rescatarle, aunque para ello tuviera que emplear la perfidia. ntentó por varios medios comprar la libertad del amigo de su infancia; pero nada puso conseguir. Y, tal como había prometido, pensó en emplear el engaño.

Púsose al habla, por medio de un esclavo moro, con el capitán del bajel en que su amado iba de galeote. Con este capitán, y siempre a través del esclavo, hizo un trato que ella no pensaba cumplir: entregaría al capitán el plano de las entradas subterráneas del castillo —dándole las notas equivocadas—, y él le entregaría a don Mendo.

Todo salió mal. El esclavo descubrió el plan a don Rodrigo, y éste, herido en su amor propio, no comprendió que al corazón no se le manda y que a doña Sol le era imposible olvidar al hombre a quien había amado desde niña. Y dejándose llevar de su cólera, condenó a doña Sol a la terrible muerte del emparedamiento. Doña Sol aceptó la sentencia de su marido, sintiendo únicamente no poder salvar a don Mendo.

Antes de ejecutar las órdenes de don Rodrigo, doña Sol estuvo unos días encarcelada. Pidió la confesión, y por la tarde de su último día, del anterior al que estaba fijada la fecha del emparedamiento, acudió a su celda un fraile dominico. La dama confesó al fraile su inocencia, su gran amor por don Mendo y la gran pena que sentía por no poder libertarle. El fraile, hondamente emocionado, descubrió a la dama su identidad. Era don Mendo, que, al salir de su cautiverio, y habiendo tenido noticia de su boda con don Rodrigo, había tomado el hábito para tener, por lo menos, el consuelo de la religión.

Cuando, un rato después, vinieron a la celda unos hombres preguntando al fraile si había ya preparado a la por dos veces perjura —según ellos— doña Sol, éste, pálido y angustiado, respondió que antes de que la dama saliera de aquella cárcel él tenía que hablar con su señor. Recibióle don Rodrigo. El monje pidió entonces el indulto de doña Sol, jurando y perjurando, por los sagrados hábitos que ostentaba, que era inocente del crimen de que se la acusaba. El marido se negó, diciendo que había traicionado, no solamente a su honor, sino también a la patria. Intrigado, quiso entonces saber quién era el monje, a lo que éste contestó que era un caballero tan noble como el que más, y que sólo la falta de dinero le había obligado a abandonar su patria y a la mujer amada, y si hoy su nombre era fray Juan de la Cruz, en un tiempo había sido don Mendo de Acevedo.

Don Rodrigo ordenó entonces a sus hombres que prendieran al monje. Éste, atenazado por los fuertes brazos de los soldados, recibió un fuerte golpe en la nuca, que le hizo perder el sentido. Don Rodrigo tomó un pergamino y escribió en él la siguiente frase: "Por sacrílego y desleal". Colocó el infamante cartel sobre el pecho de don Mendo y, ante los aterrados ojos de sus hombres de armas, lo clavó -atravesándolo con un grueso clavo- en el esternón del monje. Viendo que aún vivía, mandó a sus hombres que le bajaran al subterráneo y lo ahorcaran.

Penetró entonces en la cárcel de doña Sol y le anunció que su cómplice había sido ya castigado y que le había llegado a ella la hora. La dama fue conducida al in pace de la fortaleza. Cuando llegaron al lugar señalado por el marido, la dama, con gesto majestuoso, dijo: "Soy inocente. La sangre que mi esposo derrama caerá sobre su cabeza. Don Rodrigo: quedáis emplazado, de aquí a veinte días, si soy inocente".

Entró en el in pace, y cuando los hombres daban las últimas paletadas que tapaban el muro se oyó todavía la voz de doña Sol, que decía: "Emplazado quedáis, don Rodrigo; emplazado quedáis".

Veinte días después murió don Rodrigo repentinamente, por lo cual fue desemparedado el cuerpo de la dama para darle cristiana sepultura.

(Vicente García de Diego en LEYENDAS DE ESPAÑA)