jueves, 9 de febrero de 2012

Un colegio para chicas guapas - Madrid

El Colegio fue fundado en 1630 por Andrés Spínola con el nombre oficial del Colegio de Nuestra Señora de la Presentaciones, aunque desde un principio se conoció como “del Marqués de Leganés” porque, durante las ausencias del fundador, el marqués era el encargado de la institución.


El Colegio se dedicaba a recoger y educar a las niñas desamparadas de 6 a 10 años y para entrar en él había que cumplir varios requisitos: gozar de buena salud, ser inteligente, no tener defectos físicos... Pero quizás lo más sorprendente es que se debía elegir preferentemente a las niñas más hermosas ya que se consideraba que, a causa de su belleza, debían enfrentarse a mayores peligros en la vida y tenían más posibilidades de “perderse” que las demás niñas en su situación. A las niñas se las educaba para ingresar en alguna organización religiosa, tener algún oficio que les permitiera vivir decentemente o para conseguir un buen matrimonio.


Desapareció engullido por la Gran Vía, al abrirse esta calle a principios del siglo XX.


(Autor: Conde de Polentinos)

domingo, 5 de febrero de 2012

Ordás, castillo trágico

Muchos castillos guardan una historia teminada, a menudo, de forma trágica. Como aquella del castillo de Santa Maña de Ordás, conjunto castrense de los Quiñones de Luna.
En este silencio del castillo de Ordás, hay algo terrible para contar. Dicen muchos que fue traición del sobrino. Y dicen otros que fue venganza por malquerencia de su tío. Por entonces, por aquellos lejanos años del siglo XIV, en León se levantaron muchos clamores de protesta contra don Pedro Suárez de Quiñones, poderoso señor de Luna. Este magnate, usando y abusando de su alta posición, ya que era “Adelantado mayor” en tierras de León y Asturias y casado, además, con la muy noble señora doña Juana González de Bazán, estaba construyendo un suntuoso palacio en el lugar que hoy llamamos Plaza del Conde, aprovechando para ello la mayor firmeza de una buena parte de la muralla legionaria que bordea actualmente la calle del conde de Rebolledo. Época feudal en que la existencia era muy precaria, puesto que siempre acechaba el hambre y una cosecha deficiente diezmaba la población. Y como los campesinos o los escasos comerciantes necesitaban protección y la encontraban en el señor feudal, a cambio de gran parte de sus cosechas o de sus recursos mercantiles.
La construcción de tal palacio tomando parte de la muralla era un atropello a la ciudad. No sentaba bien a los leoneses aquel capricho, aquella arbitrariedad del encumbrado señor. Hubo reclamaciones, quejas, ya que la obra en cuestión afectaba de lleno a las defensas urbanas. Pero el fundador del antiguo concejo de Luna, aprovechándose de su privilegiado cargo, hizo caso omiso y continuó los trabajos palaciegos pese a todas las oposiciones.
La situación se puso muy tensa cuando su sobrino, don Ares, se encaró con su tío afeándole tal proceder. Esta oposición de don Ares ante su tío fue de dominio público y las gentes se sentían confortadas con la valentía del joven caballero, que se enfrentaba al magnate por defender las legítimas posesiones de la capital en interés de todo el pueblo. Pero esto granjeó a don Ares la enemistad familiar. Y ya desde aquí las relaciones entre tío y sobrino se enfriaron hasta desembocar en la tragedia.
Don Pedro Suárez de Quiñones, que fue todo un personaje de la historia leonesa de entonces, tenía en tierra de Santa Maña de Ordás, bañada por el río Luna, un castillo con gran torre cilíndrica. Dicen que esta fortaleza había sido construida en el siglo X por el caballero francés Pedro García de Aspu, fundador de la dinastía de los Ordás durante el reinado de Alfonso III, como premio que le otorgó el monarca por sus buenos servicios en la lucha contra el moro. Pero siendo posesión realenga en sus principios, luego pasó al dominio de los Quiñones por su condado de Luna. Hoy día, al cabo de los siglos, el torreón de Ordás se destaca en solitario sobre un promontorio, siendo testigo mudo en la cresta de su loma de lo que allí aconteció en la época a que nos referimos.
Mucho debió ser el encono que don Pedro Suárez de Quiñones tomó a su sobrino, don Ares de Amaña. Sin embargo, ocultando con todo disimulo aquella animosidad, pero fraguando secreta y sangrienta venganza don Pedro pasó una invitación a su pariente para que asistiera a una cacería montera que había organizado en sus posesiones de la tierra de Ordás, campiña deliciosa muy abundante entonces de toda clase de caza. de pelo y pluma.
Don Ares de Amaña, por su gran afición a la cinegética y demostrada habilidad en la cetrería, creyendo que su tío lo había olvidado todo y deseaba reconciliarse con él, aceptó con el mayor agrado la invitación. Le parecía hasta una demostración de generosidad y afecto, pese a las diferencias habidas entre ambos.
Se presentó en el castillo para disfrutar de unas jornadas de sano ejercicio campero. No pensaba, ni remotamente, lo que allí le esperaba. La cacería discurrió felizmente, con gran concurrencia de batidores y perros acosadores de la fauna salvaje. Y como remate de ella, según era costumbre antaño, se celebró un banquete en el castillo, en el transcurso del cual se comentaban las incidencias habidas en las batidas. Es lo lógico de siempre en esta clase de reuniones entre cazadores. Pero en un momento dado por señal convenida, los sicarios de don Pedro Suárez de Quiñones irrumpieron violentamente en el salón y allí mismo, sin más miramientos ni contemplaciones, asesinaron alevosamente a don Ares de Amaña con tremendas puñaladas. Se habían saldado para siempre las diferencias entre tío y sobrino. Pero no quedó ahí el tremendo suceso. Llevado de su miserable venganza, una venganza que clamaba al cielo, el soberbio y malvado don Pedro ordenó que a su sobrino se le cortase, además, la cabeza y que fuera arrojada como basura desde lo alto de la torre del castillo, para general escarmiento.y así se hizo.
Las leyendas se nutren de muy variadas versiones, pues otra referencia, todavía más espeluznante, señala que los sicario s de don Pedro se gozaron en freír aquella cabeza. Otra que, después de degollado, fue asada y que ellos mismos, sobre una bandeja, se la llevaron a su madre. De cualquier modo la barbarie, la bestialidad y el sadismo consumaron aquel espantoso crimen.
Cuentan igualmente que doña Sancha Alvarez, la madre, llena de terror y acogotada por su inmensa pena, escribió para la sepultura de su desgraciado hijo, enterrado en San Isidoro, el más desgarrador y lírico epitafio que allí se conserva. Este fue el final de tan escalofriante episodio, de aquella rivalidad familiar.
En el torreón de Ordás, que todavía se mantiene desafiando los siglos, parece que desde entonces está vagando la sombra de don Ares de Amaña, el caballero leonés, alegre y confiado, que de un modo tan tremendo fue traicionado. Es uno de los más horrendos relatos de las sangrientas leyendas o historias leonesas.
(Resumen de "Tradiciones leonesas" de Máximo Cayón Waldaliso.)

San Marcelo - Patrono de León

San Marcelo, no es solamente titular de la parroquia de su mismo nombre, sino que también es Patrono Celestial de los leoneses.
La historia de San Marcelo es historia leonesa desde los tiempos de la Legión VII, aquella aguerrida formación militar romana de cuyo campamento surgió luego la ciudad. En ella, en esta fuerza de choque, formó el centurión Marcelo, de ahí que, asimismo, León sea llamada la «Ciudad de San Marcelo».
El barrio y el templo de San Marcelo ocupan el corazón de la ciudad. El centurión Marcelo, un día del mes de julio del año 298 (siglo III de la Era Cristiana), hizo «confesión de fe», durante las fiestas romanas dedicadas en honor del emperador, ante las mismas jerarquías de la Legio Séptima Gémina, formada en parada militar. Fue un acto de valentía. En medio de aquellas fastuosas ceremonias arrojó al suelo la espada y sus atributos de centurión legionario, diciendo: «Soy cristiano y milito en la milicia de Cristó, Rey Eterno».
Pronto fue apresado, sometido a proceso y martirizado en Tánger, (donde habia sido llevado), el 29 de octubre de aquel mismo año. Un verdugo le segó de un tajo la cabeza. Después de sus penalidades carcelarias y trágica ejecución, la Iglesia, le distinguiría con la santidad.
Muchos siglos después, el 31 de marzo de 1493, la capital leonesa, se adornó con sus mejores galas para recibir los restos de San Marcelo. Para recibirlos se había trasladado a León el mismo rey don Fernando I el Católico, acompañado de muy lucido séquito. La comitiva de las reliquias llegó a Puente Castro, siguió a Santa Ana y, finalmente Rúa arriba, llegó a la iglesia de San Marcelo, en cuyo altar mayor fueron depositados los restos del Santo Centurión. Desde entonces aquí están los restos del mártir y numerosos documentos nos hablan de estas y otras cosas de San Marcelo.
Francisco Cabeza de Vaca Quiñones y Guzmán, marqués de Fuente Oyuelo escribe lo que sigue: “El cuerpo del glorioso centurión mártir, San Marcelo, natural de esta ciudad, insigne por su constancia en la fe, y su valor en el martirio e incomparable por haber logrado tener doce hijos que dieron la vida en defensa de la verdad católica, se venera en esta ciudad en la iglesia de su nombre, que está, como es sabido, enfrente de las Casas Consistoriales. Se venera en lo alto del retablo, en arca rica de plata”
Curioso es señalar los nombres de los doce hijos que Marcelo tuvo con Nonia, su esposa: “Claudio, Lupercio, Victorio, Facundo, Primitivo, Emeterio, Celedonio, Servando, Germán, Fausto ,Januario y Marcial.
(Resumen de "Tradiciones leonesas" de Máximo Cayón Waldaliso)

El destronamiento de Enrique IV

En 1467 tuvo lugar en Avila uno de los espectáculos más grotescos, más sorprendentes, que la mente humana pueda imaginar.
Reunidos en la ciudad de las murallas unos centenares de rebeldes al rey decidieron destronarle simuladamente, ya que no poseían realmente la persona del soberano. El Memorial de Valera lo narra así: «Cerca de los muros levantóse un cadalso, abierto de sus cuatro costados para que se viese todo lo que allí se hiciese. E allí se puso una silla real, con todo el aparato acostumbrado de se poner a los Reyes, y en la silla una estatua, a la forma del Rey Don Enrique, con corona en la cabeza e cetro real en la mano. Leídas las acusaciones contra Don Enrique por sus grandes excesos y la dicha esterilidad, grandes crímenes y delitos todos, alzóse el Arzobispo Carrillo y quitóle la corona a la estatua, y el Marqués de Villena Juan Pacheco quitóle el cetro, y fué tercero el Conde de Plasencia que quitóle y arrancóle la espada, y cuarto el Maestre de Alcántara don Gómez de Cáceres y los Condes de Paredes y de Benavente, quitáronle los otros hornamentos de la realeza, derribando la estatua mientras pronunciaban a coro la frase: « ¡A tierra, puto! »
Los nobles rebeldes procedieron después de esto a repartirse las posesiones del rey,.correspondiendo al arzobispo de Sevilla, como regalo, la villa de Madrid, e sus villas contiguas. Y en Madrid se reunieron algunos meses después estos mismos rebeldes, con los leales a Enrique IV, para ver de hallar paz en Castilla.
Texto y grabado copiados de "¿Por qué es Madrid la capital de España...?" de Federico Bravo Morata

El ramo de San Juan

En una aldea del Pirineo, por las cercanías de Rosas, un galán asediaba a una muchacha, la más bella del lugar.
La joven no sabía ya cómo alejar al joven, que no le hacía ninguna gracia, porque veía en él algo raro, distinto de los demás que conocía.
Llegó el día de san Juan, y la moza se fue con sus amigas, tal como era costumbre —y lo sigue siendo—, a la orilla del río a buscar la "buena ventura". Allí se entretuvo en coger florecillas de san Juan, romero y tomillo. Cuando llegó a su casa, hizo con todo ello una cruz y la colgó en la puerta. .
Por la noche vino, como todas las noches, a rondarla el indeseable  galán. Fue a llamar a la puerta; pero al ver la cruz, se detuvo.
Llamó a la muchacha por la ventana y le dijo que bajara a quitar la cruz. La joven le contestó que no quería quitarla. Que la había pucsto allí para festejar la noche de san Juan y para que Dios protegiera la casa.

El muchacho, que iba aquella noche decidido a entrar en la casa y precipitar a la joven al infierno con él, no pudo realizar suspropósitos
La joven vio entonces claramente por qué no le podía gustar aquel muchacho. Era el demonio en figura de hombre.
Desde entonces, todas las muchachas del Alto Ampurdán, desde Rosas al Garona, ponen en su puerta, en la noche de san Juan, una cruz hecha de romero y tomillo.
(Según  "Leyendas de España" de Vicente García de Diego)