domingo, 26 de enero de 2014

El Tigre de Cataluña

Carlos de España, de Cominges, de Couserans y de Foix (Castillo de Ramefort, 15 de agosto de 1775 - Orgañá, 2 de febrero de 1839), fue un noble y militar francés al servicio de España, marqués de Espagne y barón de Ramefort en Francia, Grande de España y conde de España en este país. Se distinguió en la Guerra de Independencia y al servicio del rey Fernando VII, durante la restauración absolutista.
Nacido Roger-Bernard-Charles d'Espagne de Ramefort, era hijo del marqués Henri de Espagne, coronel y senescal de Couserans-Comminges-Nébouzan. Descendiente de los condes soberanos de Cominges, vizcondes de Couserans y condes de Pallars por línea paterna, y de los condes soberanos de Foix por línea materna. En 1791, la familia huyó del terror revolucionario, instalándose en Palma de Mallorca en 1793. En 1792 Carlos de Espagne sentó plaza en el Ejército español, en el que llegaría a general. Participó en las batallas de Bailén y Arapiles.
A la entrada de los aliados en Madrid (agosto de 1812) fue nombrado gobernador de la plaza, y después participó también en la batalla de Vitoria, en el bloqueo de Pamplona (en el que resultaría herido) y en la batalla de Sorauren, entre otras.
Al terminar la guerra, se negó a volver a su país y se puso incondicionalmente al lado de Fernando VII para reprimir el liberalismo. El Rey españolizó su apellido, le otorgó el título de Conde de España, con Grandeza de España, y el título de vizconde de Couserans. Llegó a ser capitán general de Cataluña, instaurando un auténtico régimen de terror desde su cuartel general en la Ciudadela de Barcelona, fortificación odiada por los barceloneses porque simbolizaba la represión de sus derechos seculares. Su crueldad en el gobierno del Principado hizo que se le conociera como El Tigre de Cataluña.
Más adelante se puso del lado del pretendiente Carlos María Isidro de Borbón durante la Primera Guerra Carlista, muriendo asesinado cerca de Orgañá, en el Puente de Espía, por su propia escolta y de acuerdo con las instrucciones de los principales jefes carlista en Cataluña, poco antes del Convenio de Vergara. Su cuerpo, y sobre todo su rostro, fue desfigurado y lanzado con una piedra atada al cuello al río Segre.

viernes, 24 de enero de 2014

El ángel caído - Madrid

Un lugar típico de Madrid al que cientos de personas acuden todos los días para realizar deporte, pasear o simplemente pasar la tarde es el Retiro. Este parque siempre ha encerrado un halo de misterio y existe un monumento en su interior llamado El ángel caído que ha suscitado gran expectación. Es una de las pocas estatuas dedicadas a Lucifer que hay en el mundo. Además, su localización se encuentra a una altitud topográfica sobre el nivel del mar de Alicante de 666 metros, el número con el que se relaciona al diablo.
La Fuente del Ángel Caído o Monumento del Ángel Caído se encuentra en los Jardines del Buen Retiro de la Villa de Madrid (España), en la Glorieta del Ángel Caído, sobre el solar que ocupaba la Fábrica de Porcelanas de la China, destruida durante la Guerra de la Independencia en 1813. Es obra de Ricardo Bellver (escultura principal) y Francisco Jareño (pedestal).
La obra fue adquirida por el Estado por 4.500 pesetas, según la tasación previamente efectuada por el Jurado de la Exposición, y se decidió enviarla a París, con motivo de la Exposición Universal de 1878. Dado que en ella sólo se admitían esculturas de mármol o bronce, se iniciaron los trámites para realizar la fundición en dicho metal. Bellver sugirió hacerla en Roma, pero finalmente se llevó a cabo en París, por la casa Thiebaut-Fils.

martes, 21 de enero de 2014

Cuevas árabes - Brihuega

Situadas en la Plaza del Coso, fueron construidas entre los siglos X y XI . Actualmente son propiedad de un Carnicero de la localidad.
Son un laberinto de galerías y túneles que recorren todo el subsuelo briocense, con una longitud aproximada de ocho kilómetros de los que se pueden visitar alrededor de 700 m. Utilizadas en épocas de asedio, a través de ellas tenían una vía de escape al exterior de las murallas.
Cuentan con una temperatura constante de 12ºc durante todo el año, de ahí que se utilizaran como almacén de víveres y alimentos en épocas pasadas.

DATOS A TENER EN CUENTA.
•Situación: Situadas en la plaza del Coso, nº 7
•Contacto: 949.280.649 (Carnicería Hermanos Gutiérrez)
•Horario: de 10.00h a 14.00h y 16.30h a 19.30h (de martes a domingo. Estos horarios son aproximados)
•Entrada: 2€

miércoles, 15 de enero de 2014

La Fuente de Guanga

En lo alto de una frondosa montaña que domina la villa de Pravia hay un manantial al que se atribuyen virtudes maravillosas. Se dice que toda doncella que lava el rostro en sus aguas queda limpia de malos pensamientos.
He aquí una de las leyendas relacionadas con esta fuente: Vivía en el castillo de Tudela, durante el reinado de Alfonso VI, un señor magnánimo y generoso, muy amado por todos sus vasallos; se llamaba don Pelayo Téllez. Tenía éste una hija hermosísima, de nombre Susana, a quien adoraba. Susana había obtenido de su padre el consentimiento para elegir esposo libremente; pero pasaba el tiempo y no se decidía por ninguno.
Una apacible tarde otoñal se hallaba, con su padre, asomada al balcón principal del torreón de Oriente, contemplando el bello panorama q u e s e extendía bajo sus ojos. Don Pelayo trataba de sondear el corazón de su hija,  enumerándole a todos sus pretendientes y elogiando las buenas cualidades de cada uno. Estaba preocupado porque tenía que morir sin ver asegurada su descendencia. Susana se mostraba exigente: a todos los caballeros que le nombraba su padre, encontraba algún defecto. El ser soñado por ella no se había presentado todavía.
Cuando estaban hablando de esta forma, apareció un jinete árabe montando un caballo negro, perseguido por una turba de hombres, mujeres y muchachos, que le arrojaban piedras y ballestas. El jinete se detuvo de pronto, amenazándoles con gesto arrogante, que denunciaba su condición de caballero. Don Pelayo contuvo a los perseguídores desde el balcón, dando enérgicas voces, y mandó que se le abrieran las puertas. Al verlo solo y perseguido por villanos, siendo caballero, se dispuso a ofrecerle hospitalidad.
Momentos después, el árabe se presentaba ante don Pelayo, e hincando gallardamente una rodilla en tierra, expresó su agradecimiento con bellas palabras. Dijo que su nombre era Aben Zobey, y relató cómo había dejado Toledo a causa de u n disgusto tenido con su rey Almenón. Se había dirigido primero a la corte de Alfonso VI, para pedirle hospitalidad mientras intercedía por él a su rey; pero Alfonso,
aunque le recibió afectuosamente, no creyó oportuno que permaneciera en León, y le ofreció una escolta para que le acompañase a donde él quisiera. La fama de la hidalguía y de la generosidad de don Pelayo le decidieron a marchar a su castillo; pero, en exceso confiado, al llegar al concejo de Tudela había despedido la escolta y se había visto atacado por la turba.
Don Pelayo escuchó con atención el relato del árabe y, bien impresionado por su aspecto y sus modales, le ofreció hospitalidad por el tiempo que quisiera. Susana observaba atenta al caballero mientras hablaba, y pronto comprendió que ya nada podría detener el amor que comenzaba a sentir por él.
Poco tiempo después, Pelayo organizaba una cacería en honor de su huésped. Susana acompañó a su padre y a Aben Zobey, quienes, al distribuir los puestos, se habían reservado uno de los dos más peligrosos. Sólo se les presentó una corza, que el árabe atravesó con su lanza con admirable destreza, ofreciéndosela después galantemente a la doncella cristiana.
Impaciente don Pelayo porque no entraba ninguna otra pieza, salió a recorrer los demás puestos, dejando a Susana en compañía d e Aben Zobey. Fue la ocasión que él aprovechó para confesarle el amor que sentía desde el primer día que la vio. Le ofreció sus riquezas, sus esclavos para servirla, y sus guerreros para defenderla. Susana, azorada y conmovida, le contestó que su padre no consentiría en tal unión.
Cuando Aben Zobey le proponía ardientemente la huida, oyeron unos gritos agudos. Se precipitaron al lugar de donde partían y se encontraron a don Pelayo moribundo, al lado de un oso gigantesco, herido también de muerte. Susana se desmayó, manchándose el traje con la sangre de su padre, y Aben Zobey, después de rematar al animal, se la llevó a un arroyuelo cercano para reanimarla, en el momento en que llegaban, corriendo, varios monteros. Pero ya era demasiado tarde: al mismo tiempo que Susana volvía de su desmayo, el castellano de Tudela exhalaba el último suspiro.
Todos amaban a don Pelayo, y su entierro se hizo en medio del mayor duelo. Aben  Zobey era uno de los más apesadumbrados.
Transcurrió algún tiempo, y el árabe continuaba en el castillo. Pasaron días y semanas. Los tudelanos comenzaban a murmurar de su permanencia. Odiaban a Aben Zobey, porque a causa suya se había organizado la fatal cacería, y desconfiaban con temor supersticioso de su caballo, negro como Satanás.
Cuando corrió la noticia de que Aben Zobey se iba a hacer cristiano y a casarse con Susana, estalló la indignación popular. La idea de tener por señor a un moro, aunque estuviese bautizado, repugnaba a los habitantes del señorío. El amor de Susana crecía, y pronto comprendió que sólo se podría casar con el árabe si abandonaba su país.
Estaba decidida a aceptar la fuga que Aben Zobey le proponía; pero antes de tomar una resolución, le pidió unas horas de plazo. Era el tiempo que necesitaba para ir a la fuente de Guanga. Recordó que toda doncella que lavase su rostro en aquel puro manantial lavaría también sus malos pensamientos.
Al rayar el alba, se dirigió, acompañada de una fiel servidora, a la maravillosa fuente. Después de haberse arrodillado, murmurando una plegaria, sumergió el rostro en ella repetidas veces, y pronto sintió que la frescura de aquel agua penetraba en su corazón, dejándolo más libre y más ligero.
Cuando Susana volvió al castillo, Aben Zobey le preguntó de nuevo si estaba dispuesta a marchar con él. Y Susana se quedó sorprendida de la facilidad con que pudo responder:
- Por mucho que os ame, no puedo ser vuestra esposa. Me lo impiden la voluntad de mi pueblo y la memoria de mis padres.
Aben Zobey abandonó el castillo abatido y desesperado. Poco tiempo después supo Susana que había muerto heroicamente en un combate.
Al cabo de dos años, Susana consintió en casarse con un caballero del país. Pero nunca logró borrar por completo de su corazón la imagen del árabe. A menudo subía a la fuente de Guanga a repetir la deliciosa inmersión en sus aguas, para aligerar su corazón.


martes, 14 de enero de 2014

El espejo de las brujas

Hay otra tradición semi-fantástica relacionada con la Torre de Hércules que algunos creen data también de esta época, pero que según los anticuarios se remonta a más lejana antigüedad.
Esta tradición es la referente á cierto espejo mágico que las brujas habían colocado en la cúspide de la torre, espejo en donde se reflejaban las naves, y que tenia la habilidad de atraer a éstas hacia las rocas, en donde después de encallar las embarcaciones, devoraban las brujas á sus tripulantes: este espejo fué robado por los normandos. 
Según un autor anónimo, ya desde los primeros tiempos de la fundación de la torre, tuvo ésta en su cúspide una gran plancha de estaño, reluciente como un espejo, en la cual refractaba sus rayos el sol. Esta plancha era giratoria y de forma circular. Por las noches se encendía una hoguera en la plataforma, la cual refractando en el estaño pulimentado, suplía a la luz solar, sirviendo a los navegantes para avisarles la proximidad de grandes escollos. De aquí la fábula del espejo.

martes, 7 de enero de 2014

La Muralla de Lugo

El diós Marte no supo nunca por qué se enfadó con su hijo Oqu, y lo castigó mandándolo a vivir con los humanos a la tierra.
Le dejó en una cueva en un alto, entre dos ríos.
"Cuando considere que ya has cumplido tu castigo, yo mismo te vendré a buscar". Le dijo Marte a su hijo Oqu.
Han pasado ya desde ese día muchos, muchísimos años, y el pueblo en donde Oqu vive hoy se llama Lugo.
Los del pueblo saben que es hijo del dios Marte, dios de la guerra y de la agricultura y nieto de Júpiter y Juno, pero no saben decir desde cuándo está entre ellos. Sencillamente lo quieren y lo veneran.
Cuando llegó a la Tierra, Oqu era un hombre corpulento de melena rojiza. Hoy es menudo y tiene el pelo blanco largo que le sobrepasa la cintura y una barba, del mismo color que el cabello, que casi le roza el suelo sino anda erguido.
Hace más de veinte siglos una terrible peste asoló toda Europa. Él, Oqu, preparó con hierbas que crecían en la entrada de su cueva, una medicina que dio al jefe del pueblo para que la distribuyera entre sus habitantes. Al entregársela, le dijo:
"Tienen que tomarla todos los que viven en el pueblo, dos puñaditos en ayunas, todos los días durante una luna".
El jefe los reunió en el centro de la aldea y allí repartió las hierbas, insistiendo como deberían de tomarla y hacerlo durante una luna completa.
El pueblo entero se acercó a la entrada de la cueva de Oqu.
"Gracias, le dijeron los habitantes del pueblo con admiración y cariño. -Muchas gracias".
 Soy yo el que está agradecido por vuestro trato que me disteis desde que vine a vivir a vuestro pueblo, ya no recuerdo cuanto tiempo hace desde que me mandó mi padre, espero que pronto él me perdone y me permita volver al Olimpo.
Y así fue como ningún habitante del pueblo sufrió de la devastación de la epidemia de peste y se libraron de una muerte casi segura.
Cuando los romanos invadieron esta tierra, la llamaron Lucus Augusti. Con ellos trajeron muchos adelantos: mejoraron la agricultura, construyeron puentes, trazaron vías de comunicación, baños, acueductos, un sinfín de cosas. Y además, es cuando decidieron levantar una muralla que rodease toda la ciudad para que estuviese fortificada y bien protegida.
Esto causó a los habitantes de Lucus Augusti una gran preocupación pues la cueva de Oqu estaba situada en el trazado que los romanos habían marcado para la muralla.
Hacía días que no se le veía y nadie le pudo comunicar lo que estaba por ocurrir con su cueva.
Sara, una mujer sencilla y valiente, se atrevió a enfrentarse con el cargado y le dijo: «No deben tocar la cueva de Oqu. Él vive desde siempre que se recuerde en este lugar y es muy querido por todo el pueblo. Deben de cambiar el trazado de la muralla».
Todos a una corearon: «No deben de destruir su cueva. Él es hijo del dios Marte».
En el momento en que los soldados dispersaban de mala manera a la gente apareció Oqu en la entrada de su cueva, más insignificante que nunca. Pisándose la barba dijo: «¿Véis aquel árbol?», señalando a un roble grandísimo que estaba como a 200 pasos. «Tiene más de cien años, yo vi cuando lo plantaron. Si lo trasladáis ahora sin duda, morirá».
«¡Así es!, ¡es cierto! Sí,», dijo la gente del pueblo que le escuchaba. «Yo soy como ese árbol», continuó Oqu. «Estoy enraizado en este trozo de tierra, a la espera de que mi padre me perdone y pueda volver a mi lugar de origen. No puedo abandonar este pequeño espacio en el que vivo. Id y decirlo en Roma a vuestro César. Él lo comprenderá».
Y dicho esto, entró de nuevo en su cueva y no se le volvió a ver en más de un mes. En vista del problema se interrumpió la construcción de la muralla y los encargados, mandaron una carta por un mensajero al César a Roma.
Ya sólo les faltaba para terminar la muralla ese tramo que ocupaba la cueva de Oqu.
Por fin después de una espera que pareció interminable, se recibió contestación de Roma del mismo César. En ella podía leerse: «No toquéis la cueva, he oído que es hijo del dios Marte. No le molestéis, no vaya a ser que su padre se enoje con nosotros. Hablad con Oqu, llegad a un acuerdo. Será bien dejar su vivienda como está y ponedle una puerta en la misma muralla».
Cuando el capitán y el encargado, se dirigían a la cueva de Oqu para darle la nueva, el hijo de Marte, salió a recibirlos como si ya supiese que estaban en camino y sin darle tiempo a que ellos hablaran para comunicarle lo que su César había dispuesto dijo: «Sí, sí estoy de acuerdo. No toquéis nada de mi cueva. Dejadme una puerta en la muralla para que yo pueda entrar y salir».
Y así se hizo.
Donde estaba la puerta de la cueva de Oqu, hoy en día, nadie lo sabe. Juan, el herrero, dice que su padre, que es el hombre más viejo de la ciudad, aseguró que estaba en el tramo de la muralla que mira al sur.
Ya habían transcurrido muchos años, en Roma mandaba otro César, fue cuando tuvo noticias por sus hijos que vinieron a Lugo de la historia de Oqu.
Ellas lo quisieron visitar. Decididas a conocerlo, anduvieron hasta la puerta que daba acceso a la vivienda del hijo del dios, pero por más que lo llamaron no obtuvieron respuesta alguna.
No soportaron la osadía de que Oqu no respondió a sus llamadas así que enfadadas se lo comunicaron a su padre.
El César, iracundo, exclamó: «¿Quién es ese sujeto que se atreve a no recibir a las hijas del César?» Envió un mensajero con la orden de que los soldados entraran en la cueva por la fuerza si era necesario, que prendiesen a Oqu.
Entraron cuatro soldados detrás del capitán y tuvieron que salir con extrema rapidez al escuchar un estruendo aterrador. Se estaba derrumbado la muralla.
Todas las gentes se arremolinaron en el umbral de la cueva pidiendo a Oqu que saliera de allí a toda prisa antes de que la muralla lo sepultara. Una niña, Rosiña, dice que le vio sonriendo desde dentro, pero nadie puede asegurar que así fuese.
El caso es que todo el tramo sur de la muralla se vino abajo y que cuando volvieron a levantarla, nadie se preocupó de encontrar el cuerpo de Oqu.
Preguntaréis que fue de Oqu. ¿Tal vez su padre le perdonó?
La gente recogió piedras que aún hoy muchas casas las tienen incrustadas en sus fachadas, en recuerdo de su amigo y bienhechor.
Y lo único que sabemos es que una noche al año coincidiendo con el equinoccio de primavera, una luz muy potente sale de entre las piedras de granito de la muralla y que esa misma noche, unas plantas con flores violetas cubren toda esa zona.
Y que muy temprano, las mujeres y los hombres de Lucus Augusti las recogen y las guardan, por si alguna vez vuelve la epidemia de peste que asoló toda Europa hace muchos años y que pasó de largo por nuestra ciudad gracias a la medicina que preparó Oqu.
Así es como me lo contó mi abuelo Felipe y yo hoy os lo cuento para que sepáis la historia de la muralla de Lugo.

(Pilar Llamas)

sábado, 4 de enero de 2014

Escudo de armas de la familia de Moncada

La casa de Moncada tenía por escudo de armas ocho panes sobre campo de púrpura. El origen de este blasón nos lo refiere una tradición.
Tocaba ya a su término la conquista de Mallorca, en que tanto se había distinguido la familia de Moncada, muriendo dos de esta casa en la primera refriega contra los moros insulares. Don Jaime se había ya apoderado de la capital, y los pocos sarracenos que quedaban habíanse refugiado en las cuevas de Arta, a las que el monarca de la Corona de Aragón pusiera estrecho sitio. Dos días hacía ya que apenas tenía víveres el campamento de los cristianos, y sabedor D. Jaime de que había pan en la tienda de D. Hugo de Moneada, dirigióse a ella con D. Nuño Sánchez y más de cien caballeros.

Al ver el de Moncada la honra que merecía del rey, levantóse apresuradamente para recibirle, y enterado del motivo que allí guiara al monarca, cuenta la tradición que se quitó la capa de grana que llevaba puesta y la extendió en el suelo a guisa de mesa, colocando sobre ella los últimos ocho panes que le quedaban, los cuales ofreció caballerosamente al rey y a su comitiva, siendo tanto el milagro, dice la crónica, que de aquellos siete panes comieron hasta satisfacer su hambre D. Jaime y sus cien caballeros. En memoria de este hecho tomaron los Moncada por armas ocho panes de oro en campo de grana, abandonando las armas de Baviera que se supone habían usado hasta entonces por descender de aquellos duques. 

jueves, 2 de enero de 2014

El Muelle - Madrid



Su verdadero nombre era Juan Carlos Argüello Garzo, más conocido por “El Muelle” por haber estampado su “firma artística” en paredes y todo tipo de superficies lisas que encontró en sus paseos nocturnos por Madrid. La rúbrica la llegó a registrar e incluso demandó al Ayuntamiento por plagio porque aparecía su “firma” en una viñeta del periódico municipal Villa de Madrid.
Su graffitti consistía en su firma con una rúbrica representando un muelle terminado en una punta de flecha.
En la década de los 80 no hubo pared que no llevara su “firma” en rotulador de punta gorda primero, y con pintura en spray posteriormente. Se convirtió en un “símbolo” para la juventud madrileña al que casi nadie llegó a conocer.
Tuvo muchísimos imitadores que competían entre sí pero el genuino grafitero madrileño ha sido y será “El Muelle”, nacido en el barrio de Campamento y muerto en 1995 a los 29 años de edad a causa de un cáncer. Se calcula que llegó a realizar más de medio millón de graffittis de los que prácticamente no ha perdurado ninguno, pero sí perdura en la memoria de toda una generación de la movida madrileña.