lunes, 28 de abril de 2014

Los fantasmas de la Torre de Hércules

Para terminar nuestro trabajo, y tan sólo porque tiene relación con la Torre de Hércules, vamos á referir una anécdota, no escrita que sepamos en libro alguno, pero que oímos contar en nuestra niñez.
Parece ser que algunos contrabandistas, tan traviesos como decididos, á fin de desembarcar fácilmente sin pagar derechos de aduanas varios géneros, entre otros tabaco, alimentaron por cuantos medios estaban á su alcance la antigua creencia de que las brujas celebraban el sábado en aquellos lugares.
Con este objeto se disfrazaban de fantasmas, y lanzando terribles alaridos saltaban de peña en peña agitando teas de resina encendidas, consiguiendo de este modo atemorizar á los sencillos labriegos de aquellos contornos y á los pescadores no cómplices en los alijos, que durante la noche iban á tender sus redes en el mar inmediato á la torre. Esto acontecía á fines del siglo XIX.
Seguros de no ser vistos por ojo humano, desembarcaban nuestros contrabandistas sus géneros, celebrando luego con la mayor alegría y durante las noches apacibles, no pocas cenas entre los peñascos. Nadie, después del toque de oraciones, se aproximaba á la torre.
Hubo sin embargo un indigno sacerdote, que explotando la credulidad de algunos infelices, acudió con ellos á tan medrosos sitios y después de las doce de la noche, á invocar al diablo, á fin de que indicase los lugares en que existiesen tesoros.

(ANTONIO DE SAN MARTIN)

La Calle del Bonetillo - Madrid

Cuentan las crónicas, que allá por los años de Felipe II por aquellos días nefastos en que, con razón ó sin ella ( que en esto no me meto), se habló tanto, y se murmuró tanto, y se vilipendió hasta el exceso, por motivo de la enfermedad, calificada de sospechosa, y por la muerte, aún más sospechosa, del príncipe don Carlos, hijo del Rey Felipe, existía adscrito a la parroquia de Santa Cruz, el presbítero D. Juan Enríquez, a quien el príncipe D. Carlos dispensaba cariñosa amistad.
Estas relaciones no fueron del agrado del cardenal Espinosa, Dios sabe por qué causa. Motivos habría, altos ó bajos, para la reprobación del Cardenal, y para los dimes y diretes satíricos de la Corte y de los parroquianos de Santa Cruz; lo cierto es que un día, pasada medianoche, volvía D. Juan Enríquez á su casa, cuando encontró un entierro; sobre el féretro llevaban un cáliz y un bonete. Acercóse a preguntar de quién era y le contestaron que de D. Juan Enríquez; asombrado el clérigo repitió cuatro veces la pregunta, y otras tantas le contestaron que era su propio entierro. Corrió á su casa y encontró una mesa cubierta con paño negro y cuatro blandoncillos encendidos; preguntó á los vecinos quién era el difunto, y se encontró con que huían de él, creyéndole aparecido .
A la mañana siguiente fué á Santa Cruz, y le enseñaron el libro en que constaba su partida de defunción y la provisión de su plaza en la parroquia. Al volver á su casa, la puerta estaba clavada, y un familiar del Santo Oficio le llevó á los calabozos de la Inquisición de Toledo. En el tejado de la casa apareció sobre un palo un bonete encarnado, y desde entonces se llama la calle donde ocurrió este suceso, la calle del Bonetillo.

(“Madrid viejo” de Ricardo Sepúlveda)

El Fossar de les Moreres

Los orígenes del Fossar de les Moreres datan del siglo XII, cuando el párroco de la iglesia de Santa María del Mar, necesitado de un lugar cercano a su parroquia para enterrar a sus fieles, solicitó al potentado y burgués Bernat Marcús la donación de un terreno adyacente a la iglesia, que era de su propiedad. Marcús, después de meditarlo largamente, le cedió el solar, pero con la condición de que en el plazo máximo de quince días se debía haber enterrado en su solar algún feligrés de Santa María, ya que consideraba que si transcurrido dicho plazo el terreno no se había utilizado, no era tan necesario como el párroco pretendía.
Transcurrido el plazo otorgado por Marcús sin que se produjera ningún fallecimiento, Marcús se dirigió a la iglesia para anular la donación realizada. Cuando llegó bajo las moreras que adornaban la plaza, un fulminante ataque al corazón acabó con su vida, siendo el propio donante quien inauguró el cementerio.

sábado, 19 de abril de 2014

La caída del Príncipe Carlos - Alcalá de Henares

Refiere la tradición un suceso ocurrido en el Palacio Arzobispal de Alcalá de Henares, que aun cuando pequeño en sí, acaso produjo consecuencias fatales en la historia de España.
Poblábanla un día severos cortesanos de Felipe II; la guardia formaba en el patio, y el pueblo esperaba en los alrededores para ver al hijo del poderoso monarca que, de paso por Alcalá, residía en el palacio de los arzobispos toledanos. El movimiento de atención se comunica de unos a otros; las cabezas se descubren; presentan las armas los soldados en ademan de respetuoso saludo, y en la galería superior aparece, rodeado de su servidumbre, un mozo, casi un niño: es el príncipe D. Carlos , hijo de Felipe II, cuyo triste fin ha dado asunto para encontradas opiniones a críticos é historiadores, y para obras de ingenio a pintores y poetas. Con juvenil viveza y hablando con las gentes que le rodean, baja los peldaños, a veces de dos en dos; pero al llegar a la mitad de la escalera pone un pie en falso, cae al suelo y rueda largo trecho, movido del impulso que llevaba, sobre las duras piedras. Acuden rápidamente las personas del acompañamiento; el rumor de los que tratan de informarse crece, y levantando al príncipe del suelo, al incorporarse y al volver en sí, muestra en la cabeza una leve herida por donde la sangre asoma. La conmoción cerebral producida por aquel golpe se presenta por algunos como causa de aquella especie de excitación mental o cuasi demencia, que hizo notable al príncipe D. Carlos por sus extravagancias , y que posiblemente no era más que triste herencia de familia.

(José Bisso en Castillos y tradiciones feudales )

El lago de Taravilla

Una tarde de septiembre de 1528, bajo una imponente tormenta, llamó a un albergue perdido en el monte, un noble caballero. Sus vestidos eran lujosos, y el ventero, después de inspeccionar por la mirilla de la puerta abrió complacido.
El recién llegado pidió lumbre para secar sus ropas y permiso para meter en la cuadra a su caballo. Como la tormenta no cesaba y la noche se echaba encima, decidió alojarse allí; mandó que le prepararan una buena cena y una habitación para dormir.
El ventero, imaginando que el caballero sería algún gran personaje extraviado en el monte y con sus bolsillos repletos de escudos, determinó apoderarse del oro, ya que a un rincón tan intrincado del bosque nadie le habría visto entrar. Le sirvió la cena lo más rápido posible, y no cambió palabra con él para que sin ninguna distracción, se retirara inmediatamente a su aposento. El dueño de la posada, se despidió para acostarse, se metió en su cuarto, buscó un afilado cuchillo, y con gran agitación esperó a que su huésped estuviese acostado.
Escuchó un rato sin percibir el menor ruido, y sabiendo que ya con certeza el caballero dormía, abrió con cuidado la puerta, se lanzó sobre el lecho y clavó repetidas veces el arma sobre el infeliz durmiente. El asesino cuando comprobó a la luz de una bujía que el hombre estaba muerto, registro sus ropas, hallando en ellas varias bolsas de oro.
El hostelero se sintió feliz, varias veces contó las monedas y finalmente las puso en lugar seguro, metió a la víctima, rápidamente, en un saco lleno de piedras y cosido, lo cargó y lo transportó  hasta la cercana laguna de Taravilla, la cual creen sin fondo y comunicada con la Muela de Utiel por abismos subterráneos.
Vuelto a casa, el criminal borró toda huella del crimen, se acostó satisfecho y durmió toda la noche. Al día siguiente, como no encontró el cuchillo, se inquietó con el pensamiento de que lo hubiese dejado clavado en el muerto y de que el arma llevaba grabada en la hoja su nombre y apellidos. Pero se tranquilizó pensando ¿quién podría verlo nunca ?, podría vivir tranquilo, ningún humano había llegado jamás al fondo del lago.
Pasados unos meses, una negra noche, un fuerte temblor de tierra se dejó sentir en la comarca, abriendo las entrañas de la Muela de Utiel, lo que hizo que bajaran las aguas del lago de Taravilla, finalmente desaparecieron en las entrañas de las simas y el lago quedó seco. Acudieron a contemplarlo los vecinos de los pueblos de alrededor y descubrieron un saco abierto por algo cortante y un cadáver con un puñal en la mano, ese puñal llevaba el nombre del hostelero grabado.
La noticia se divulgó rápidamente, y el asesino al verse descubierto, antes de ser detenido, se ahorcó de una viga.
Semanas más tarde las aguas comenzaron a llenar de nuevo el lago. Desde entonces se ha repetido varias veces el fenómeno, y los vecinos creen que las aguas se retiran cuando el lago esconde algún secreto, y vuelven a aparecer cuando se le ha dado al cadáver cristiana sepultura.
La laguna de Taravilla es visitable, está cerca de Molina de Aragón, en el parque natural del Alto Tajo.

El jardín de las Hespérides

Las autores clásicos, varios siglos antes de Cristo, situaron el Jardín de las Hespérides en Canarias. Este lugar hace referencia a las islas paradisíacas en las que habitaban las Hespérides, las tres hijas de Atlas, el personaje mítico condenado a sostener la cúpula terrestre tras ser derrotado por Zeus. El Jardín estaba custodiado por Ladón, un fiero dragón de 100 cabezas por las que escupía fuego y al que los antiguos griegos "descubrieron" en la imagen del Teide en erupción.
En el Jardín de las Hespérides crecían manzanas de oro en los árboles y cuando a Hércules, otro personaje mítico de la antigüedad, le encomendaron sus famosas 12 tareas, una de ellas fue robar esta manzanas. Hércules convenció a Atlas para que las robase, porque le sería más fácil entrar en el Jardín engañando al dragón. Mientras, Hércules se comprometió a sostener, temporalmente, el cielo. Atlas aceptó y robó las manzanas después de matar a Ladón, que confiado, le había franqueado las puertas de aquel paraíso. Y aunque la intención de Atlas era huir y traspasar para siempre su pesada carga a Hércules, finalmente Hércules logró engañarle y devolverle a su lugar. Después, las manzanas fueron entregadas a Atenea, quien las devolvió al Jardín y a sus jardineras, las Hespérides.

domingo, 13 de abril de 2014

El Tío Paquete - Madrid

El tío Paquete era un ciego que frecuentaba el mentidero de las gradas de San Felipe el Real, donde cantaba y tocaba la guitarra.
A él se le atribuye la copla siguiente.

"Vale más un cachete
de cualquier maja
que todos los halagos
de una madama"

Alrededor de 1820 Goya le retrató en un pequeño cuadro que puede encuadrarse dentro de la “Pintura negra” del genial artista y que probablemente fué realizado en la denominada “Quinta del Sordo” y que se encuentra en el Museo Thyssen de Madrid.

El incendio de los Almacenes El Aguila

El día 6 de Junio de 1981 ardieron por completo los Almacenes El Aguila, situados en la encrucijada e la calle Pelayo y la Pla Universidad de Barcelona.
Eran uno de los establecimientos más populares de la ciudad y habían sido inaugurados en 1857 en la Plaza Real, por iniciativa de Pedro Bosch i Llabrús.
El edificio definitivo de la plaza Universidad era obra de José Domenech i Mansana y había abierto sus puertas en 1925, siendo saludado por los ciudadanos como un elemento urbano de gran importancia.
Un águila de metal coronaba el edificio y en la foto aparece sobresaliendo de las llamas en un intento de sobrevivir a la catástrofe.
Este hecho luctuoso hace recordar otro similar ocurrido el día de Navidad de 1932 en los Almacenes El Siglo, otro popular establecimiento de la Ciudad Condal.

(Foto y texto traducido de “La Barcelona despareguda” de José Mª y Guillermo Huertas)


domingo, 6 de abril de 2014

"El Born" de Barcelona

El Born era a Barcelona lo que Les Halles a París, el mercado central, el vientre de la ciudad. Lo fué desde 1876 a 1971 y era un espectáculo digno de contemplarse con el griterío de vendedores, transportistas y compradores.
No sólo iban a proveerse al Born los tenderos, sinó también otra clase de gente, como las órdenes religiosas que así compraban un poco más barato que en los comercios del barrio.
El horario más animado comenzaba hacia las dos de la madrugada y duraba hasta las ocho, cuando sólo quedaba desorden y suciedad y algún retrasado que no había conseguido venderlo todo y rebajaba los precios para no tener que devolver la mercancía al almacén.
Después de su clausura se convirtió en teatro, sala de exposiciones, etc.
Excavaciones posteriores han puesto al descubirto parte del barrio de la Ribera que fué arrasado por Felipe V.

(Texto resumido de Josep Mª Y Guillem Huertas. Foto de Xavier Miserachs)




martes, 1 de abril de 2014

El salto pasiego

El salto pasiego es un deporte rural tradicional de los pasiegos, en el oriente de Cantabria.
Este deporte constituye un ejemplo de cómo el uso de una habilidad o técnica de trabajo va desapareciendo con el paso del tiempo, dando lugar a la competición y al juego. Esta disciplina es similar en concepción a otro tipo de modalidades como el salto del pastor canario o el salto de canales que usaban en Flandes, y que aún hoy en día se realizan en Frisia.
Los antiguos pasiegos formaban un grupo de ganaderos que habitan en un territorio de relieve abrupto y quebrado que originó el uso del "palancu", o palo pasiego, que les permitía evitar arroyos, muros, o hoyos en el suelo, durante sus movimientos en el monte. El "palancu" en sí es una vara recta de avellano, debido a que este árbol es de madera flexible.
Modalidades
Hay varias modalidades de salto pasiego, que fueron catalogadas en 1946 en el Campo de la Magdalena, que son la siguientes:
Mudando el palo de sitio las veces que el competidor pueda.
Cuando el palo no puede ser separado del suelo y el ejecutante va arrastrándose sobre él.
Cambiando el palo de sitio una sola vez cuando el saltarín está en el aire.
Corrida sobre el palo, en el cual el ejecutante, sostenido sobre aquél en el aire, va dando saltos pequeños, recorriendo grandes distancias de forma inverosímil.
Salto como una pértiga de tipo medio. Es la modalidad más destacada. En ella el saltador tiene que coger carrera hasta llegar a la línea, la cual nunca debe ser pisada. Una vez llegado a la línea clava el palo por delante de la línea y se sostiene sobre el palo para así llegar a dar un último impulso hacia adelante y lograr conseguir la máxima longitud posible.
El récord de dicha modalidad sigue aún vigente desde el año 2001 y fue logrado por el saltador Juan Manuel Fernández Saro, cuya marca se establece en 9,10 metros de longitud.
“Juego de Rayar”, muy practicado en las zonas pasiegas y en el valle de Carriedo. Existen tres modalidades en su realización: con un palo, con dos y sin él. El participante a pies juntos, y apoyado con una mano en el palo, se inclina hacia delante, traza una raya en el suelo con el dedo índice, y se vuelve a levantar. En el caso del rallado con los dos palos, la raya se practica con una ramita que sujetan con la boca, y en el juego sin palo se raya una pared frente a la que se colocan también a pies juntos