miércoles, 5 de octubre de 2011

El Trasgu - Asturias

Uno de los personajes más conocidos de la mitología asturiana, el trasgo o trasgu es un duende pequeño, a veces representado con rabo y cuernos. Tiene la mano izquierda agujereada, viste traje y gorro rojo.


Vive en las casas y es sumamente travieso, llegando a ocasionar grandes destrozos en ocasiones. Causa graves trastornos en la vida familiar en aquellas casas que habita, molestando al ganado, tirando cosas al suelo, impidiendo que las personas duerman por las noches, etc. Sin embargo si se le trata bien, y siempre y cuando este de buen humor, el trasgu puede recoger y limpiar las casas, aunque suele ser mas dañino que benefactor.


Es tal la molestia que causa que en ocasiones las familias tienen que mudarse. No obstante es sumamente difícil deshacerse de él, acompañando normalmente a la familia en la mudanza, suelen anunciarse diciendo “yo también ando de casa mudada”.


Hay varias maneras según el mito de deshacerse de él, una es encargarle que traiga agua en una cesta, o que convierta un pellejo de carnero negro en blanco, al no poder hacerlo se marcha avergonzado.


Otra manera de deshacerse del trasgu es dejándole un plato de guisantes, como no los puede coger porque se le escapan por el agujero de la mano se enfada y se va.


El mito del trasgu está emparentado con otros mitos de duendes comunes en toda Europa y el resto del mundo.

El abrazo del muerto

En la ciudad de Cartagena, obligada por sus padres -gente de noble estirpe y poco caudal-, casó doña Laura de Rui-Pérez con el noble cuatralbo de la marina real don Gonzalo de los Arcos, que poseía grandes riquezas, pero que era ya anciano y achacoso.


Doña Laura sintióse muy desgraciada desde el mismo día de su boda; pero tuvo paciencia, pensando en la rica herencia que le sobrevendría cuando don Gonzalo muriera, cosa que forzosamente tenía que suceder siendo ella tan joven, puesto que se casó siendo casi una niña.


Un día presentóse en el palacio del de los Arcos uno de sus deudos, llamado don luan de Dios Casanova, quien comunicó al caballero que había encontrado a un hijo bastardo que éste tuvo en el Perú, cuando fue secretario de cámara del virrey. El joven vivía miserablemente y desconocía su noble origen.


Emocionado don Gonzalo, al saber que vivía aquel hijo al que creía muerto en el sitio de Cartagena de Indias, ordenó a su deudo que a la mayor brevedad le trajera a su lado, porque le quería instituir heredero universal.


Doña Laura había oído toda esta conversación, escondida tras unas cortinas, y, al ver perdida la herencia que tanto codiciaba, escapó de su palacio aquella noche y fuese a la calle de la Soledad. Mirando recelosamente si alguien la había seguido, llamó a la puerta de una casa que tenía encima del portal esta inscripción: "Jehová es grande. David".
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La dama contó a David, el israelita, su desventura, diciendo que esperaba de él la solución a su terrible problema. Éste, adivinando las intenciones de doña Laura, entrególe un frasco e indicóle que vertiera todos los días en el agua que bebiera don Gonzalo unas gotas de aquel líquido, que producía una enfermedad parecida a la fiebre héctica, que le mataría con lentitud y sin peligro de ser ella descubierta. La dama se apoderó del frasco y lo escondió en su seno.


El judío extendió entonces un documento que puso ante doña Laura para que lo firmara, y según el cual David le había prestado mil escudos de oro, que debería devolverle cuando entrara en posesión de la herencia de su esposo.


Firmó la dama el documento, aunque le parecía excesivo el precio, y salió de la casa del israelita.


Algún tiempo después, y en medio de agudos sufrimientos, falleció don Gonzalo de los Arcos, sin que los médicos pudieran conocer el origen de su enfermedad ni la causa de su muerte.


Llegó el día de la lectura del testamento y la viuda vio con gran sorpresa que toda la herencia pasaba a manos del hijo bastardo de don Gonzalo, dejándole a ella únicamente una pequeña cantidad que no le bastaba más que para comprar sus tocas de viuda.


Llamó al judío, desesperada, para decirle que le devolviera el documento, que en mala hora había firmado, ya que su crimen había sido inútil. No había heredado de su marido ni un solo céntimo y no podía pagar los mil escudos de oro que le exigía David.


El israelita se negó a entregar el documento, reclamando el pago de los mil escudos. Después de una larga y violenta discusión, David dijo a la viuda que únicamente le entregaría el documento a cambio de un medallón que don Gonzalo llevaba en el cuello, sujeto con un cordón de seda. Doña Laura debía ir aquella noche a la iglesia de la Merced, donde yacía, expuesto, el cadáver de su esposo, y apoderarse del medallón.


Horrorizada, la viuda negóse, en principio, a profanar el cadáver del esposo a quien había asesinado. Pero el judío se mostró inflexible. Si no le entregaba el medallón, no le devolvería el documento, y si no pagaba los mil escudos, la justicia la obligaría a devolverlos.


Convencida la dama de que todas sus súplicas y ofrecimientos eran vanos, comprometióse a traerle al día siguiente el medallón que se destacaba sobre el pecho del cadáver de don Gonzalo.


De nuevo aquella noche salió la dama del palacio, vigilando sigilosamente para no ser vista. Entró en la iglesia de la Merced, y cuando todos los fieles abandonaron la iglesia y el sacristán hubo apagado todas las luces, acercóse en silencio a la capilla de las Ánimas. En el centro, e iluminado por cuatro cirios, yacía don Gonzalo, luciendo sobre su pecho el misterioso medallón que el judío exigía. Junto al medallón tenía las manos, rígidas y cruzadas.


Doña Laura, temblando de terror, inclinóse sobre el cadáver y, para poder quitarle el medallón, separó los brazos yertos. Inclinóse un poco más, y, al soltar los brazos para coger el medallón, la rigidez del músculo muerto los tornó a su posición primitiva, atenazando así el cuello de la dama. Giraron los ojos sobre sus órbitas; su rostro palideció, asustado, y entre estertores y convulsiones, falleció sobre el cadáver de don Gonzalo.


El Dios de la justicia unió, en apretado abrazo, a la víctima y a su verdugo.


(Vicente García de Diego en LEYENDAS DE ESPAÑA)

Maceros municipales de León

Don Francisco Cabeza de Vaca Quiñones y Guzmán, marqués de Fuente Oyuelo y señor de las casas de Villapérez y de las villas de Villaquilambre, Oteruelo y Villarente publicó en 1963 su obra “Políticas Ceremonias”, en la que publicadas en 1693 recopila todos los protocolos, deberes y obligaciones del regimiento (es decir, del Ayuntamiento) en sus actos y ceremoniales, tanto cívicos como religiosos, fijando los ordenamientos. Es precisamente en estas salidas de la Corporación Municipal, donde el corregidor (alcalde) y los regidores (concejales), así como otras autoridades deben ocupar los sitios correspondientes en representación y dignidad de la ciudad. Y al frente de la comitiva, como heraldos que rompen marcha, los cuatro maceros, pregonando la regia signatura de esta antigua Corte de Reyes que fue León.
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Los llamados maceros, que siempre rompen marcha a la cabeza del Ayuntamiento de León, cuando la Corporación asiste a los ceremoniales
de rigor protocolario, suelen la curiosidad pública por sus vistosos ropajes y atributos. Pero nadie crea que esto es una ostentación o un capricho para adornar la comitiva del Corregimiento (Ayuntamiento), sino que es una institución que dimana de lejanos tiempos, como privilegio de la realeza del primer Ayuntamiento de España, que es el de León, constituido por el rey don Alfonso XI el 6 de julio de 1345, con todas las preeminencias y prerrogativas.


Por consiguiente, los maceros del Municipio de León son inherentes al Ayuntamiento leonés, ya que son cosa esencial del mismo. De ahí que siempre figuren a la cabecera de la comitiva cuando la ilustre Corporación «sale desde sus casas con autoridad y grandeza» (por eso se dice «bajo mazas»), para asistir a distintas solemnidades, cual son las recepciones, ceremonias,
celebraciones y otros actos públicos de obligado cumplimiento en representación de la ciudad.


Es de rigor, igualmente, que cuando el Ayuntamiento acude a tales actos, vayan delante de los maceros los “farautes”, llamándose así a los que van tocando los clarines y tambores, acordes con la «Marcha de la Ciudad».
y últimamente también se ha puesto de precepto la banda de música interpretando el “Himno a León.


Hagamos de principio la salvedad de que primitivamente solamente fueron dos maceros. Se supone que estos dos maceros proceden de los tiempos del siglo XIV, a raíz de ser fundado el Municipio.


También ha quedado señalado al Ayuntamiento el poder tener y usar hasta cuatro Maceros. Todo esto concuerda con la visita que a principios de 1602 hizo a León el rey Felipe III en compañía de su esposa la reina doña Margarita de Austria, donde se habla de cuatro Maceros con ropones y gorras de terciopelo carmesí y mazas de plata al hombro y las armas de la Ciudad al
cuello, pendientes de cadenas de plata. Es evidente, por tanto, que si el Corregimiento leonés no hubiese tenido entonces desde antiguo la facultad de los cuatro Maceros antedichos, la presentación de los mismos durante los ceremoniales de la mencionada visita regia sería, sin lugar a dudas, realmente improcedente.


E personajes, de tan característico ropaje, visten una especie de dalmática en cuya espalda y delantero llevan, cuartelados, los blasones del escudo nacional, y en las mangas, abiertas y cuadradas, de una forma amplia y colgante, el escudo de la ciudad. Otras prendas del atuendo son las medias blancas de lana, a modo de polainas, siendo el calzado de fuertes borceguíes con aires de chapines; en la cabeza unas gorras o gorretas, adornadas en su cimera con plumas blancas, señal de linaje; en el cuello, gola plisada circular del mismo color, con vuelo ondulado donde se marcan rizados o tabloncillos a la vieja usanza. Los guantes son blancos y por lo que hace a la indumentaria es de terciopelo encarnado, que es el color del pendón de la ciudad, aunque éste en tela de damasco. Tal vestimenta está orlada de agremanes dorados.


Del cuello cuelga una cadena de eslabones cuadrados, signo de grandeza, rematada a la altura del pecho, de la cual cuelga un grueso medallón redondo con el escudo de León en relieve y otras alegorías. Y al hombro portan una artística maza de plata, de buen peso, adornada con dos dragoncillos alados. La parte cimera de la maza está rematada con un león del mismo metal noble.


(Resumen de "Tradiciones leonesas" de Máximo Cayón)

Garcerán Guerao de Pinós

En el siglo XII, Alfonso, emperador de Castilla, sostenía reñidas batallas contra el rey moro de Granada. El conde de Barcelona acudió en su ayuda fletando naves catalanas y genovesas.


Era almirante de las primeras Galceran Guerao de Pinos. En su afán de victorias se adentró demasiado en territorio ocupado por los sarracenos y cayó prisionero. Sus padres , los señores de Baga, estaban
desesperados. El conde de Barcelona se puso en tratos con el rey musulmán para ver que rescate pedían por el almirante. El monarca granadino, enfurecido por la perdida de Almería, pidió un rescate exorbitante: cien mil doblas, cien caballos blancos, cien vacas, cien paños de oro de Taurin y, lo que era peor de todo, cien doncellas.
Los señores de Baga se horrorizaron ante la ultima condición, y aun sintiéndolo mucho no podían consentir que por rescatar a su hijo cien familias fueran desgraciadas por la perdida de sus hijas. No obstante, fueron muchos los poderosos señores que opinaron que el pueblo debía de sacrificarse, ya que el almirante significa mucho para la cristiandad
Asi que el que tuviera cuatro hijas debía entregar dos, el que tuviera dos una, y el que tuviera una se sortearía con otro que tuviera también una. Recogieron todo y embarcaron todo lo que exigía el rey moro y partieron para embarcar en la playa de Salou.


Entretanto el prisionero estaba pasando penalidades en una lóbrega mazmorra, con el también se encontraba el señor de Sull. Varias veces intentaron evadirse pero no fue posible. Galceran solo soñaba con su casa de Baga, sus salones, sus jardines y su capilla, el recuerdo de esta le trajo a la memoria el pensamiento de encomendarse a san Esteban el patrón de su casa, rezo con mucha devoción al santo su salvación. Termino de rezar y vio como se abría la mazmorra y un hombre lo cogió de la mano y lo saco hacia fuera, el almirante siempre cortés miro al señor de Sull y el hombre le dijo que rezara y se encomendara al santo patrón San Dionisio el cual también acudió en su ayuda para ponerlo en libertad.


Se pusieron en camino a media noche y vieron al clarear el día que ya estaban cerca de la playa de Tarragona. Continuando por el camino de Baga, vieron de pronto en las arenas de Salou, una gran aglomeración de gente. Eran las doncellas que que iban a embarcar para entregarse como rescate de Garceran, al reyezuelo moro de Granada.


Todos celebraron con gran jubilo la liberación del almirante, y cuando mas tarde Valenia fue conquistada, Galceran Guerao de Pinos mando levantar la iglesia de San Esteban, de aquella capital, en acción de gracias.


(texto de "La velleta verda)