miércoles, 29 de abril de 2009

La Ventana de la Mora (Cuenca)


Eran los Cristianos los que dominaban la Ciudad de Cuenca en esa época de la reconquista, pero muchos moros no se retiraron, porque habían vivido y nacido en la ciudad del Jucar durante toda su vida. Convivian pacificamente, eso sí en diferentes barrios, y cada uno manteníendo sus costumbres bajo la vijilancia de soldados cristianos.
En la Calle de San Pedro existía una gran casa donde vivía una mora muy hermosa, la cual estaba enamorada de un militar cristiano. Las visitas que le hacía eran muy arriesgadas puesto que era un amor prohibido y se veían en un patio ajardinado que tenía la casa. Además, la mora se estaba adiestrando en la religión cristiana, y para ello inventó una escusa para que su padre cambiara la celosía de su ventana por otra diseñada por ella con la escusa de la poca luz que entraba. El nuevo enrrejado tenía forma de cruz. Pero una cruz muy bien disimulada por los adornos. Pero llegó el problema, y es que la mora estaba en edad casadera, y su padre le preparó un marido al cual ella rechazó. El futuno marido de la jovén no comprendía el porque de su negatíva y la espió día y noche.
Los dos enamorados se veían cuanto podían y prepararón un plan de huida. El Cristiano preparó a un cura para casarlos, y cuando el reloj del Mangana sonara doce veces la mora escaparía por el patio para casarse inmediatamente con el. El día transcurrió muy despacio y cuando el Mangana habló la mora salió por ese patio. El enamorado la esperaba en la calle de Severo Catalina impacientemente y juntos corrieron hacia el Mangana para casarse y huir rapidamente. Pero varios moros encabezados por el rechazado pretendiente de la joven arremetieron contra los amantes. Ella se desmayó, y al día siguiente no sabía lo que había pasado.
Con el tiempo se enteró de la muerte de su amado y ni corta ni perezosa propuso suicidarse colgandose desde la ventana. Pero segundos antes de ponerse la cuerda en el cuelló entro una nueva criada, la cual era la encargada de enseñar a la mora la religión cristiana. Ella le dijo que su apuesto enamorado murió diciendo que vería a su amada en el cielo. Y el suicidio estaba prohibido para los cristianos. La mora empezó a reconvertirse con el propósito de hacerse monja en un convento de clausura.
El tiempo pasó y el padre su puso enfermo, la moza decidió irse al convento en ese momento, pero el padre confesor le dijo que tenía que cuidar a su padre tan odiado por ella, y esa sería su misión y sacrificio. Ella solo vivía para encontrarse en el cielo con su amor, y rezaba y sacrificaba para que cuando llegara el momento de marchar las puertas del cielo se le abrieran de par en par. El padre murió y ella se metió como monja en un convento situado por la parte alta de la ciudad (parte del el castillo).

martes, 21 de abril de 2009

La caballada de Atienza


En 1158 muere Sancho III y su hijo Alfonso VIII hereda la corona de Castilla siendo un niño. Las familias de los Castros y de los Laras pugnan por la tutoría del monarca. En el testamento de Sancho III se les daba a los Castros la tutoría del monarca, sin embargo los Lara se apoderaron por la fuerza del joven rey. Ante esto los Castro piden ayuda al tío del rey, Fernando II de León. Este último, posiblemente viendo la oportunidad de gobernar en ambos reinos, entró en Castilla al frente de un ejército para apoderarse del pequeño Alfonso. Ante estos acontecimientos Manrique Pérez de Lara pacta la entrega del pequeño en Soria. Finalmente el pequeño rey es sacado de Soria y llevado por Pedro Núñez de Fuentearmegil primero a San Esteban de Gormaz y finalmente a Atienza, una de las villas mejor fortificadas del reino, que no tardará en sufrir el cerco al que le someterán las tropas del rey de León.

En la mañana del domingo de Pentecostés de 1162 los arrieros de Atienza, con el rey niño disfrazado de arriero entre ellos, abandonan la villa por la puerta de la Salida. Van a la ermita de la Virgen de la Estrella, patrona de Atienza, donde simulan una romería. La vigilancia de los sitiadores se relaja y así consiguen llevar al rey niño primero a Segovia y luego a Ávila. Duró la huida siete jornadas.

Desde entonces los miembros de la Cofradía de la Santísima Trinidad, heredera de la antigua cofradía de arrieros y popularmente conocida como “de la Caballada”, recuerdan el hecho a lomos de sus caballerías ataviados a la antigua usanza y al son de la dulzaina y el tamboril. Todos los domingos de Pentecostés desde la mañana temprano, cuando la comitiva atraviesa el pueblo camino de la ermita de la Estrella, hasta el atardecer, en que tendrán lugar las carreras entre ellos, los cofrades irán cumpliendo con la tradición escrupulosamente. Los hermanos siguen al pie de la letra unas ordenanzas que cuentan con siglos de antigüedad, no obstante las multas impuestas por el Prioste a los cofrades se hacen en forma de celemines de trigo, libras de cera o cuartillos de vino