miércoles, 14 de octubre de 2009

El rubí de la corona real inglesa


El reinado de Pedro el Cruel constituye una página sangrienta de la historia de España. El país se desgarró en una guerra civil entre los partidarios del rey legítimo y los de su hermano bastardo, Enrique de Trastamara, que le quería arrebatar la corona.

E13 de abril de 1367, Pedro derrotó a su hermano Enrique gracias a la ayuda de los arqueros ingleses del Príncipe Negro. Pedro I recompensó a su aliado inglés con «muchas joyas ricas de aljófar e piedras preciosas», entre ellas un notable rubí espinela del tamaño de un huevo de paloma procedente de una virgen del monasterio de Santa Maria la Real de Najera . Probablemente sea el mismo que luce la corona de Inglaterra engastado entre dos flores de lis. La State Imperial Crown data sólo de 1838, pero fue realizada con perlas y piedras preciosas provenientes de la colección real.

Como otras piedras notables, este rubí tiene su leyenda maldita. Sus dueños propenden a morir trágicamente: el propio Pedro I, asesinado por su hermano en Montiel; el Príncipe Negro, fallecido a los pocos meses de recibir la joya, sin llegar a reinar; en el siglo siguiente, el rey Ricardo III llevaba el rubí cuando perdió la batalla y la vida gritando: «Mi reino por un caballo.»
(según Juan Eslava Galán en España insólita y misteriosa)

sábado, 3 de octubre de 2009

La espada de san Martín - Besalú


El conde de Besalú era un valiente que había triunfado de los moros en muchas y variadas batallas. Allí donde había peligro acudía el conde con sus mesnadas, y no tardaba en dar buena cuenta de las turbas infieles.

Un día, estando en su castillo, vino uno de sus guardas a decirle que sabía de buena fuente que los moros subían por Bañolas hacia la plana de Santa Pau. Inmediatamente reunió el conde a sus leales y salió para entrentarse con los moros e impedirles el paso. Los encontró, y en el acto arremetió contra ellos con el empuje que era peculiar en él. En pleno combate se le rompió la espada. No era el conde hombre para conformarse viendo pelear a sus soldados. Mas no le era posible aeguir luchando desarmado. Recordó entonces que muy cerca del lugar en que se encontraban había una ermita dedicada a san Martín.

Abandonó el combate unos momentos para dirigirse a la ermita. Una vez allí, se arrodilló a los pies del santo y le pidió, con todo el fervor de que era capaz, que le sacara de aquel apuro. Estaba arrodillado, absorto en la contemplación del santo, cuando vli) que éste se quitaba la espada del cinto y se la ofrecía. l,evantóse el conde, loco de júbilo, y creyendo ser víctima de una alucinación, alargó la mano para convencerse de que, en efecto, el santo le ofrecía su espada. Con mano temblorosa, la cogió y, después ek dar gracias a Dios de todo corazón, salió corriendo en auxilio de sus hombres, que estaban perdiendo terreno.

Empezó a repartir golpes con su espada a diestro y siniestro. Sus hombres recobraron el valor que habían perdido momentáneamente, y redoblaron su esfuerzo. A las pocas horas yacían muertos todos los moros que habían iniclado el combate, en el llano llamado de Santa Fe.

los cristianos subieron entonces hacia Besalú. Cuando llegaron a Collsatrapa, sentáronse para descansar mientras contemplaban el panorama de Mirana y el Mor.

Los soldados elogiaron entonces al conde el valor que había demostrado en la batalla y la extraordinaria fuerza de su brazo. Contestóles éste que ello se debía a que san Martín le había prestado su espada. Parecióle al conde que sus hombres dudaban, y para demostrar la incomparable fuerza de aquella espada que había pertenecido al santo, dio un fuerte golpe a una enorme piedra que allí había, y la partió en dos.

La piedra existe todavía y es conocida con el nombre de Pedratallada.

(Extraído de "Leyendas de España" de Vicente García Diego)

domingo, 27 de septiembre de 2009

La Cueva de Hércules (Toledo)

Según la leyenda, Hércules edificó un palacio encantado cerca de Toledo, construido con jade y mármol, y ocultó en su interior las desgracias que amenazaban a España. Puso un candado en la puerta y ordenó que cada nuevo rey añadiera uno, ya que las amenazas se cumplirían el día en que uno de ellos fuera curioso y entrara. Según la leyenda, Don Rodrigo fue ese rey, y del palacio sólo queda la actual cueva que ocultaría maravillosos tesoros, entre ellos la famosa Mesa de Salomón.

En los últimos años, buscadores de tesoros investigan por las cuevas y subterráneos de Toledo, dando por hecho que el verdadero tesoro de los reyes visigodos nunca fue encontrado ni abandonó la capital.

Pese a que es cierto que fue a esa ubicación donde descendieron los bragados enviados por el Cardenal Silíceo que más tarde morirían, estudios más rigurosos basados en antiguos escritos no ubican las cuevas de Hércules dentro de Toledo, sino que sitúan allí la entrada (que se encuentra desaparecida), mientras que las cuevas se encontrarían en las afueras de la ciudad.

La tradición popular cuenta que, durante la Guerra Civil, muchas personas huyeron a través de esas cuevas desde Toledo, saliendo a través una bóveda hundida cerca de la vecina población de Mocejón.

Allí, existen unas enigmáticas cuevas construidas por el hombre y datadas en el 4000 a. C. a las que se accede a través de la bóveda derruida, desde la que se llega a una planta tan grande como la Catedral de Toledo, laberíntica, con salas de reunión, mesas donde se supone han realizado sacrificios, etc. Desde esta planta se pasa a otras salas y a otras galerías que se orientan hacia Toledo, pero que 100 metros más adelante se encuentran cegadas por el paso de los años.

Lamentablemente, las cuevas se encuentran en una finca privada y en un estado de conservación deplorable y peligrosísimo (en todo ese cerro se observan hundimientos y accesos adicionales a galerías cegadas). Esto, especialmente que no se trate de patrimonio nacional, ha impedido realizar una investigación oficial.

jueves, 24 de septiembre de 2009

El Caballero de Olmedo - Valladolid


En Medina del Campo se oye aún un cantar que dice:

De noche le mataron
al caballero;
la gala de Medina,
la flor de Olmedo.

Dice la leyenda que nació este cantar del hecho de que hubo en Oimedo un caballero apuesto y galán como pocos, valiente y audaz entoda clase de juegos de armas y muy particularmente en el más arriesgado de los toros.
Amaba este cavallero y era profundamente amado de una dama de Medina que por su extremada hermosura llamaban todos la Dama del Alba, que aseguraban que cuando ella aparecía, veíase a su alrededor como un resplandor de amanecer.

En las fiestas de Medina organizáronse justas y torneos y una fiesta de toros en la plaza en la que tomaron parte los más nobles y arrogantes caballeros.
Acudió también el de Olmedo. En la tribuna principal estaba su amada, la Dama del Alba, quien, al aparecer en la liza don Alonso, así se llamaba el apuesto joven, le lanzó una encendida rosa, qu prendió en el broche que cerraba su rico vestido.

Lucióse y triunfó Alonso de Olmedo en todos los juegos en que tomó parte; muy especialmente, como de costumbre, en el de los toros, matando a cuantos echaron a la plaza.

Terminada la fiesta, saludó a su dama, que le despidió lanzándole un beso con la punta de sus delicados dedos, y encaminóse a Olmedo para dar cuenta a sus padres del resultado de la fiesta. Éstos, que no tenían otro hijo, le esperaban con ansia cada vez que salía para tomar parte en tan peligrosos juegos.

Anochecía ya cuando emprendió el camino, y el caballero estuvo tentado de quedarse en Medina para pasar allí la noche; pero, pensando en la ansiedad de sus padres, espoleó a su caballo y dlrigióse resuelto hacia su casa.

Iba absorto en el recuerdo de la belleza y las gracias de su du hermosa Dama del Alba, cuando vio venir hacia él, por el mismo camino, un caballero en todo parecido a él y con un vestido exacto al suyo. Sorprendido, preguntóle Alonso de Olmedo quién era y de donde venía. Contestóle su doble con voz lúgubre que era el caballero Alonso de Olmedo, a quien unos desalmados acababan de asesinar en aquella cuesta. Y señaló una pendiente cercana por la que debía pasar el caballero para llegar a su casa.

Se alejó el desconocido, a quien hubiérase podido tomar propia sombra de Alonso de Olmedo, y el caballero quedóse un momento pensativo sin saber qué hacer.

Un extraño presentimiento apoderóse de su ánimo, y tenlado estuvo de volver grupas y encaminarse de nuevo a Medina. Pero otra vez el recuerdo y la ansiedad de sus padres, que creerían, sin duda, que había parecido víctima de un toro en la fiesta le impulsó a continuarsu camino.

No habría andado veinte pasos, cuando oyó una voz de mujer, clara y fresca, que cantaba esta copla:

De noche le mataron
al caballero;
la gala de Medina,
la flor de Olmedo.

Parecióle que la voz salía de detrás de unos matorrales que había junto del camino, y desvióse para ver quién era el que había cantado. Dio vueIta a las matas, y no pudo ver a nadie. Miró por todos aque!los alrededores; mas no vio un alma.
Estuvo tentado de volver a Medina, y de nuevo el pensamiento de los ancianos le obligó a seguir adelante. Espoleó a su caballo, y a todo galope dirigióse hasta la cuestecilla que su sombra le señalara como el lugar donde había sido asesinado.
Jamás se supo qué había pasado exactamente. Sólo que al día siguiente, al amanecer, unos pastores le encontraron agonizante, con un cuchillo clavado en el pecho. No pudo decir más que al llegar a la cuesta unos caballeros se echaron encima de él y le acuchillaron. Y allí, en aquella misma cuesta, murió Alonso de Olmedo.

(según Leyendas de España de Vicente García de Diego)

jueves, 3 de septiembre de 2009

El origen de Madrid


Entre los pocos supervivientes que huyeron despavoridos al finalizar la guerra de Troya se encontraba el príncipe Bianor, el cual, tratando de evitar la masacre, se dirigió al puerto buscando alguna nave con la que abandonar el país. Al no encontrarla, se abrió camino hacia Grecia y después a Albania, donde fundó un reino. A su muerte, su hijo Tiberis, le sucedió en el trono. Tiberis tenía dos hijos, Tiberis y Bianor. El primero, legítimo de su matrimonio y el segundo engendrado con una bella aldeana llamada Mantua.

Tratando de evitar los problemas de sucesión en el reino, Tiberis dotó de una fabulosa riqueza a la aldeana Mantua y a su hijo Bianor, expulsándolos del reino rumbo a Italia.
Una vez en Italia, y en la región del norte, esta aldeana fundaría la ciudad de Manto, hoy conocida por Mántova.

Cuando Bianor alcanzó la madurez, se vio influenciado por un sueño, donde el dios Apolo le aconsejaba rehusar al reino que le ofrecía su madre, tomando la decisión de partir con sus huestes en dirección a la tierra donde muere el sol.

Antes de la partida, aconsejado por su madre, se puso el prenombre de "Ocno", cuyo significado era "el don de ver el porvenir en los sueños".

El viaje, que duró aproximadamente diez años, quedó interrumpido una noche, en la que de nuevo se le volvió a manifestar el dios Apolo, indicándole que, en ese mismo lugar debería fundar una nueva ciudad a la que tendría que ofrendar su vida.

Cuando Ocno despertó, pudo ver con sorpresa un terreno hermoso, apacible, rico en vegetación de encinas y madroños, con abundante agua. Cerca de este lugar, pastoreaban con sus rebaños unas gentes de carácter bondadoso y amable, llamados "Carpetanos" ó "Los sin ciudad", los cuales esperaban una señal de los dioses que les indicase donde asentar su patria.

Ocno les contó su sueño y allí mismo empezaron a construir una muralla, casas, un palacio y un templo. Cuando la ciudad estuvo acabada y se dispusieron a consagrarla a los dioses, surgió nuevamente el conflicto, ya que, mientras que unos eran partidarios del dios Apolo, otros no lo eran.

Ocno volvió a convocar a Apolo en uno de sus sueños, suplicándole que diera una respuesta a este conflicto.

Apolo volvió a aparecer y le indicó dos cosas importantes: la primera, que la ciudad debería consagrarse a la diosa "Metragirta", llamada también "Cibeles", diosa de la tierra, hija de Saturno, y la segunda, que había llegado el momento de ofrecer su propia vida para que cesara la discordia y se salvase la ciudad.
Al despertar, Ocno transmitió el sueño a sus gentes y mandó cavar un pozo profundo. Cuando estuvo terminado, se introdujo en el mismo y taparon la boca con una enorme losa tallada.
Todo el pueblo se sentó alrededor mientras oraban y entonaban cantos fúnebres, hasta que, la última noche de aquella luna, se desató una terrible tormenta y de las cumbres de Guadarrama, descendió en una nube la diosa Cibeles, que arrancó a Ocno de su tumba y lo hizo desaparecer.
Desde entonces, la ciudad se llamó con el nombre de la diosa "Metragirta". Después, pasó a ser "Magerit" y de aquí a Madrid, "La ciudad de los hombres sin patria".

¡Dejadme solo!


Un ameno reportaje de Angeles Villarta nos lleva a la curiosa estampa del Madrid del año 1418. Está en la urbe Juan II de Castilla y lidia un toro en presencia de cortesanos y pueblo..«El primero que mató un toro en Madrid fue su majestad don Juan II, rey de Castilla. Entonces, el primero que salía al ruedo que era cuadrado, (perdonen ustedes el disparate), era el toro. Los toreros estaban en el graderío. Miraban al cornúpeta, y si les parecía que podían con él bajaban a la arena, y si no, se quedaban tan tranquilos comentando con los compadres todos los castillos, alcázares y alcazabas que les habían quitado a los moros.

»Sacaron el primer novillo y probablemente fue don Juan II quien, por primera vez, pronunció la frase:

—Dejadme solo.

»Acababa de contraer matrimonio con doña Marta de Aragón y quería lucirse ante su joven esposa. Como todavía no era costumbre, no le brindó la muerte del novillo. Lo mató con un puñal.

»Parece que era un becerrete de pocas carnes y cortos cuernos; pero como quien le dio muerte fue el rey, los cortesanos dirían que había sido un toro de muchas arrobas.»

(Texto tomado de "¿Por qué es Madrid la capital de España...?" de Federico Bravo Morata)

sábado, 15 de agosto de 2009

La hija de Alfonso el Magno


El rey Alfonso el Magno reunió cuantos hombres pudieron entrar en sus huestes, y partió a guerrear contra los infieles. Muchas comarcas asturianas quedaron desguarnecidas. Entre ellas, la de Gauzón. Coincidiendo con esta ausencia del rey, tuvo lugar una de las funestas invasiones normandas. El mar de Asturias se cubrió de embarcaciones ligeras y achatadas, que descargaron sobre todo el reino enjambres de fieros guerreros. La furia de los invasores nada perdonaba:: templos, casas, mieses: todo fue despiadadamente arrasado.
Gauzón fue una de las comarcas más maltratadas. La destrucción del monasterio de San Salvador de Perlore, en el que profesaban las más nobles damas del país, causó gran impresión entre los desdichados asturianos. La fama de sus riquezas había despertado la codicia de los invasores, quienes, después de saquearlo bárbaramente dieron muerte o redujeron a la esclavitud a las indefensas religiosas.

Aquella desolación no podía quedar sin venganza. Los hombres menos viejos de la comarca se reunieron con una tropa de muchachos de catorce a dieciséis años, bajo la dirección de un noble del país. Pelearon éstos enardecidos, como verdaderos hombres, y dieron ejemplo a los viejos, que los secundaron en la lucha. Los normandos atemorizados por tan fiera acometida, y tomándola como avanzada de un poderoso ejército, se retiraron desordenadamente, dejando muertos muchos de sus guerreros y abandonada gran parte de los productos de su rapacería.

Entre los muchachos que tan bravamente habían peleado se distinguió Leandro, el hijo del noble que los había acaudillado. Su mejor hazaña fue vengar la muerte de una joven madre y libertar a su hijita de tres años. La niña se llamó Elena y fue entregada a los cuidados de Mónica, la nodriza del joven héroe.

Pasaron los años. Elena creció sin saber quiénes eran sus padres pero gracias a los cuidados de la buena Mónica, que fue para ella la mejor de las madres, no tuvo que deplorar su falta. Cuando fue mujer se convirtió en la doncella más hermosa de la comarca.

Vivían las dos mujeres en una casita del medio del bosque. Leandro las visitaba con frecuencia, y llegó el tiempo en que los jóvenes se amaron. Elena temía que no se pudieran casar; Leandro era hijo de un poderoso señor, y ella no era más que una huéi'fana de padres desconocidos. Si alguna vez se realizaba su sueño, prometió erigir una capilla a la Virgen de la Esperanza, en el lugar del bosque donde había pasado su niñez y su juventud.

Durante mucho tiempo trató Leandro de hallar noticias sobre el nacimiento de su prometida. Había podido saber que su madre fue dama de la familia de los Argüelles; pero nada pudo averiguar de su padre. Desesperado porque su familia no le daba el consentimiento para casarse con una desconocida, y perdidas todas las esperanzas de averiguar nada más, se quejó al rey. Alfonso le estimaba mucho, además de serle acreedor de valiosos servicios, y escuchó .con interés su narración. Con intención de ayudarle en sus pesquisas, le preguntó si conservaba algún recuerdo que pudiera servir de pista. Leandro le enseñó una medalla que Elena le había dado, y el monarca se emocionó visiblemente al contemplarla. Había reconocido en ella a la que él mismo había regalado a la madre de la joven, años atrás cuando consiguió rendir su virtud. Elena era su hija.

Profundamente conmovido, abrazó a Leandro y le relató la historia de aquel amor de su juventud.

Algún tiempo después, Elena y Leandro se casaban con la mayor espelndidez El rey Alfonso apadrinó sus bodas.

El mismo día de la ceremonia, Elena puso la primera piedra de la ermita de la Virgen de la Esperanza. El santuario vivió mucho tiempo; pero el recuerdo de la hija de Alfonso el Magno vive todavía.

(LEYENDAS DE ESPAÑA - Vicente García de Diego)