jueves, 10 de junio de 2010

La Isabelita - Valdegeña


Quiero referir la historia de la cuadrilla de forajidos que tenían por capitán a una mujer desalmada llamada la Isabelita. Esta se instaló en Valdegeña en una casita de las del barrio alto (quizá en la que vive la Josefilla) y allí estaba al principio misteriosamente hasta que los vecinos tan timoratos de aquellos tiempos y tan cobardes pudieron observar que de cuando en cuando iban al anochecer cinco o seis hombres con caballos y que por la mañana pronto desaparecían, o si se quedaban durante el día no se daban a conocer en el pueblo.

Los vecinos sospecharon mal y ya se rumoreó que el Revedado (camino de Trévago) habían cometido robos a los arrieros, que si al tío fulano que pasaba con su recua le habían quitado el dinero y un macho de los que llevaba con la carga entera, y así sucesivamente; hasta que ya se supo que la banda de ladrones tan pronto la encontraban por Valdegeña como por Sigüenza o Guadalajara y que su radio de acción era desde nuestro pueblo hasta Madrid.

Como no había apenas Guardia Civil campaban por sus respetos y la Isabelita era la que mandaba y ordenaba porque el jefe de la cuadrilla era su querido. Pues bien, como los arrieros como ya he insistido anteriormente eran muchos y sabían que la Isabelita mandaba, acudían a ella a asegurar su mercancía, pagándola un tributo que ella pedía a su antojo, y les daba un salvoconducto con el cual iban libres de todo riesgo hasta Madrid y desde Madrid hasta Tierra de Ágreda incluso del Revedado o Valle del Infierno. Mi abuelo Juanillo que era muy miedoso y temía que le robaran decía: (después que ya habían desaparecido de Valdegeña forajidos o ladrones y la Isabelita, que debieron permanecer dos o tres años en el pueblo, quizá presos por la Guardia Civil o fuerzas del ejército) que una vez fue a su casa dicha Isabelita y con mucho misterio (él se creyó que iba a robarle) le dijo: "Señor Juanillo, no se asuste usted porque vengo a su casa, ni se turbe pues vengo a pedirle a usted un favor que yo se lo agradeceré mucho y usted también me lo agradecerá, pero que por ningún concepto se lo ha de decir a nadie; y es que venda ahora y siempre que lo necesite cebada para los caballos de mis amigos cuando vengan, en la seguridad de que ni a usted ni a los suyos les pasará nada mientras esté yo en el pueblo; pero le repito que a nadie diga nada. Aunque yo llame a su puerta de noche o a horas intempestivas, ábrame sin cuidado".

Fueron muchas las veces que le vendió y que le pagó religiosamente y con esplendidez; así que el abuelo Juanillo se acostaba tranquilamente y era apreciado por la Isabelita famosa. Nunca, decía, vinieron los ladrones a mi casa, y cuando entraban o salían del pueblo a su fechorías y se lo encontraban alguna vez le saludaban con cierta atención y él dice que casi no se atrevía a mirarles de miedo. Todavía no era rico entonces, pero tenía sobrante en su casa y aunque lo necesitaba se privaba de ello por evitar males mayores. ¡Hombre listo! algunas cosas más contaban los del pueblo más o menos importantes, pero lo más esencial eran los robos que cometían y alguna que otra muerte que los ladrones habían cometido en los trayectos de Valdegeña a Madrid. Con esto de estar en Valdegeña la Isabelita y su cuadrilla, dice, que nadie se arrimaba a Valdegeña, ni aún en fiestas por miedo a la Isabelita. No se ha sabido, y no he oído nunca qué paradero tuvo dicha mujer, pero es de suponer que al irse tales gentes sabe Dios lo que sería de ella: cárcel o muerte, porque quien mal anda mal acaba"..

No se sabe qué alabar más de este texto, si el profundo aroma a "Far West" que expele, con su Jane Calamity mesetaria, sus "out-laws", y sus fechorías, o la habilidad de la Isabelita, buscando un eficaz "santuario" en Valdegeña, asegurándose el control del combustible con el abuelo Juanillo o el curioso sistema de igualas que creó a costa del gremio de arrieros. Pero lo más difícil de concebir es cómo se las arreglaría la buena de Isabelita para meter en cintura y tener a raya a una porción de facinerosos mal encarados y aguardentosos como sin duda debía ser su banda. Como el caballo del Espartero los debía tener la Isabelita.

© María Villanañe

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