miércoles, 25 de agosto de 2010

Laguna de Anna

Cuentan las gentes de la comarca que hace ya siglos, uno de los primeros condes de Cervelló, que era el señor de Anna, había organizado una cacería por los alrededores de la laguna. Al parecer, el conde se apartó de sus compañeros de caza seguido de un criado, cuando iba en persecución de la pieza. Pocos días antes había llovido y, de pronto, se encontraron ambos frente a un desprendimiento de tierras que había puesto al descubierto la entrada de una caverna que parecía artificial.

Sorprendidos por el hallazgo, el conde y su criado se olvidaron de la pieza que perseguían y se asomaron a la boca del hipogeo. Parecía cuidadosamente labrado y, sin duda, estaba destinado para un fin. Ayudándose con la luz de una antorcha, ambos penetraron en la caverna y, al poco trecho, se encontraron con un espectáculo insospechado: toda una red de canales y compuertas ingeniosamente concebidas hacía que el gran caudal de agua que llegaba desde las profundidades de la tierra, llegado a un determinado punto, comenzase a distribuirse sabiamente y sin la ayuda de nadie, organizándose solo en una infinidad de regueros perfectamente construidos que penetraban de nuevo en los agujeros de la cueva para ir a parar a las múltiples fuentes y manantiales que brotan por toda la comarca. La sabia concepción de aquella red de distribución de aguas hacía que, con la única medida del caudal que brotaba del fondo, se pusieran en funcionamiento las compuertas que actuaban a modo de válvulas, haciendo que en ningún momento faltase el agua en ninguna de las acequias y distribuyendo su curso de tal modo que, periódicamente, se viera favorecida una u otra de las fuentes.

El conde se dio cuenta de la enorme sabiduría de quienes, en tiempos pasados, fueron capaces de idear aquel ingenio, así como de la razón que seguramente tuvieron para esconderlo y mantenerlo secreto a los ojos de los campesinos. Así se evitarían sus envidias y cada uno de ellos atribuiría a la Providencia el caudal de agua que recibiera, sin que jamás se le ocurriera envidiar a su vecino cuando tenía más suerte que él. De este modo, juramentándose con su criado a seguir manteniendo aquel secreto, se apresuraron a tapar con piedras la boca de la cueva y a sembrar jaras frente a las piedras, de modo que pareciera que aquello no ocultaba la cárcava que realmente se encontraba detrás.

Con los años, el conde murió y el criado no supo mantener por más tiempo el secreto, pero era ya muy viejo y olvidó el lugar donde hicieron el descubrimiento.

De modo que, desde entonces, los campesinos de Anna saben que sabios antepasados organizaron para ellos la distribución de su tesoro, pero tienen conciencia de que más vale ignorar cómo lo hicieron, para evitar las envidias y los pleitos que tan a menudo tienen sus vecinos de la Huerta, que tienen que recurrir constantemente a( juicio imparcial del Tribunal de las Aguas.


(Guía de leyendas españolas de Juan G. Atienza)

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