jueves, 12 de julio de 2012

Hércules y Sevilla

A la dinastía Heráclida sucedio en el gobierno de Hispania la de los Atlantes. Antes de ocuparme de ella, pasaré una breve revista a algunas leyendas relacionadas con los ciudades fundadas por Hércules y sus sucesores.
Empiezo por Sevilla.


Cuenta la Primera Crónica General de Alfonso X el Sabio que unos seiscientos años antes de Cristo, en una de sus incursiones por el curso superior del río Betis, Hércules indicó dónde se situaría Sevilla erigiendo un dolmen con seis enormes columnas, que delimitaron el perímetro de la futura urbe. En cada una de ellas escribió un principio virtuoso que debía gobernarla, y así surgieron las consagradas al amor, el impulso, la armonía, la gracia, la sabiduría y la belleza. En la última reprodujo su propia imagen, a fin de ser recordado por quienes la habitaran.


Los fenicios rindieron culto a Hércules, pero los romanos, más ingratos, fueron olvidándolo hasta que en el año 45 Julio César quiso apoderarse por completo de su gloria, pues refundo Sevilla con el nombre de «Julia Romula Hispalis». Quizá para contentarlos, concedió a sus vecinos la valiosa ciudadanía romana.


Como la historia es siempre justa, en el año de Nuestro Señor de 1578, durante el reinado de Felipe II, el conde de Barajas abrió la Alameda de Hércules para entretenimiento y paseo de sus pobladores, y dispuso en sus extremos sendas estatuas de Julio César, el restaurador, y del propio Hércules, el fundador, a fin de que ambos fueran celebrados por los sevillanos, que tanto les deben.


("Ciudades y Leyendas" de Manuel Lucena Giraldo)

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