jueves, 10 de noviembre de 2016

Bosque del Montseny - Barcelona

Localizado en la sierra prelitoral catalana, el Montseny es un soberbio macizo montañoso que se despierta cada mañana con un sombrero de nubes cubriendo sus oscuros relieves de esquistos y granitos. Negro, grande y boscoso surge al amanecer con su tocado vaporoso para mantener bien empapados de humedad los bosques y su fauna emboscada.
El Montseny es una montaña de contrastes y de diversidad paisajista. La cercana presencia del mar favorece la influencia de un clima típicamente mediterráneo, con veranos calurosos e inviernos suaves en las partes bajas de la montaña, donde predominan especies vegetales como el alcornoque, la encina, el roble y el castaño, árboles que prácticamente han servido para favorecer y mantener asentamientos humanos a lo largo de toda la historia y para todo tipo de economías rurales, desde los íberos que formaron varios castros y poblados cerca del Turó de Mongrós, hasta las actuales masías de campesinos y ganaderos, pasando por templos románicos y castillos medievales. Cerca de Cánoves, en la cabecera del torrente de la Baga d'en Cuc en el paraje de Vallfornés, se encuentra el castaño más grande de Cataluña, testigo fiel de los avatares históricos de los pueblos que han habitado las laderas del Montseny durante los últimos siglos y de su convivencia con la montaña. Esta reliquia vegetal es conocida como el Castanyer Gros, mide 15 metros de altura, 1170 metros de circunferencia de tronco a un metro del suelo y su copa ofrece una sombra de 15,5 metros de diámetro, un auténtico abuelo de todos los bosques. Arriba, cerca de las cumbres donde el paisaje se alarga a horizontes indefinibles, la montaña ofrece otro tipo de panorama, más boscoso y menos humanizado, amparado por un clima montañoso centroeuropeo con inviernos fríos y veranos frescos. A partir de los mil metros de altitud los alcornoques desaparecen y las encinas se esconden; únicamente algunos castaños soportan los crudos inviernos de altura antes de que el ambiente quede totalmente poseído por el hayedo y sus cambios de imagen estacional. Los senderos por los alrededores de Santa Fe son silenciosos; tan sólo el crujido de las hojas marchitadas de las hayas rompe el equilibrio de sonidos, sombras, luces y colores, una acogedora armonía natural donde el sencillo discurrir de un torrente o el reflejo luminoso de las hojas de los acebos son fenómenos alucinantes en un mundo donde las cosas de la vida tienen un sentido puramente emocional.

(Juan José Alonso)

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