jueves, 3 de septiembre de 2009

¡Dejadme solo!


Un ameno reportaje de Angeles Villarta nos lleva a la curiosa estampa del Madrid del año 1418. Está en la urbe Juan II de Castilla y lidia un toro en presencia de cortesanos y pueblo..«El primero que mató un toro en Madrid fue su majestad don Juan II, rey de Castilla. Entonces, el primero que salía al ruedo que era cuadrado, (perdonen ustedes el disparate), era el toro. Los toreros estaban en el graderío. Miraban al cornúpeta, y si les parecía que podían con él bajaban a la arena, y si no, se quedaban tan tranquilos comentando con los compadres todos los castillos, alcázares y alcazabas que les habían quitado a los moros.

»Sacaron el primer novillo y probablemente fue don Juan II quien, por primera vez, pronunció la frase:

—Dejadme solo.

»Acababa de contraer matrimonio con doña Marta de Aragón y quería lucirse ante su joven esposa. Como todavía no era costumbre, no le brindó la muerte del novillo. Lo mató con un puñal.

»Parece que era un becerrete de pocas carnes y cortos cuernos; pero como quien le dio muerte fue el rey, los cortesanos dirían que había sido un toro de muchas arrobas.»

(Texto tomado de "¿Por qué es Madrid la capital de España...?" de Federico Bravo Morata)

sábado, 15 de agosto de 2009

La hija de Alfonso el Magno


El rey Alfonso el Magno reunió cuantos hombres pudieron entrar en sus huestes, y partió a guerrear contra los infieles. Muchas comarcas asturianas quedaron desguarnecidas. Entre ellas, la de Gauzón. Coincidiendo con esta ausencia del rey, tuvo lugar una de las funestas invasiones normandas. El mar de Asturias se cubrió de embarcaciones ligeras y achatadas, que descargaron sobre todo el reino enjambres de fieros guerreros. La furia de los invasores nada perdonaba:: templos, casas, mieses: todo fue despiadadamente arrasado.
Gauzón fue una de las comarcas más maltratadas. La destrucción del monasterio de San Salvador de Perlore, en el que profesaban las más nobles damas del país, causó gran impresión entre los desdichados asturianos. La fama de sus riquezas había despertado la codicia de los invasores, quienes, después de saquearlo bárbaramente dieron muerte o redujeron a la esclavitud a las indefensas religiosas.

Aquella desolación no podía quedar sin venganza. Los hombres menos viejos de la comarca se reunieron con una tropa de muchachos de catorce a dieciséis años, bajo la dirección de un noble del país. Pelearon éstos enardecidos, como verdaderos hombres, y dieron ejemplo a los viejos, que los secundaron en la lucha. Los normandos atemorizados por tan fiera acometida, y tomándola como avanzada de un poderoso ejército, se retiraron desordenadamente, dejando muertos muchos de sus guerreros y abandonada gran parte de los productos de su rapacería.

Entre los muchachos que tan bravamente habían peleado se distinguió Leandro, el hijo del noble que los había acaudillado. Su mejor hazaña fue vengar la muerte de una joven madre y libertar a su hijita de tres años. La niña se llamó Elena y fue entregada a los cuidados de Mónica, la nodriza del joven héroe.

Pasaron los años. Elena creció sin saber quiénes eran sus padres pero gracias a los cuidados de la buena Mónica, que fue para ella la mejor de las madres, no tuvo que deplorar su falta. Cuando fue mujer se convirtió en la doncella más hermosa de la comarca.

Vivían las dos mujeres en una casita del medio del bosque. Leandro las visitaba con frecuencia, y llegó el tiempo en que los jóvenes se amaron. Elena temía que no se pudieran casar; Leandro era hijo de un poderoso señor, y ella no era más que una huéi'fana de padres desconocidos. Si alguna vez se realizaba su sueño, prometió erigir una capilla a la Virgen de la Esperanza, en el lugar del bosque donde había pasado su niñez y su juventud.

Durante mucho tiempo trató Leandro de hallar noticias sobre el nacimiento de su prometida. Había podido saber que su madre fue dama de la familia de los Argüelles; pero nada pudo averiguar de su padre. Desesperado porque su familia no le daba el consentimiento para casarse con una desconocida, y perdidas todas las esperanzas de averiguar nada más, se quejó al rey. Alfonso le estimaba mucho, además de serle acreedor de valiosos servicios, y escuchó .con interés su narración. Con intención de ayudarle en sus pesquisas, le preguntó si conservaba algún recuerdo que pudiera servir de pista. Leandro le enseñó una medalla que Elena le había dado, y el monarca se emocionó visiblemente al contemplarla. Había reconocido en ella a la que él mismo había regalado a la madre de la joven, años atrás cuando consiguió rendir su virtud. Elena era su hija.

Profundamente conmovido, abrazó a Leandro y le relató la historia de aquel amor de su juventud.

Algún tiempo después, Elena y Leandro se casaban con la mayor espelndidez El rey Alfonso apadrinó sus bodas.

El mismo día de la ceremonia, Elena puso la primera piedra de la ermita de la Virgen de la Esperanza. El santuario vivió mucho tiempo; pero el recuerdo de la hija de Alfonso el Magno vive todavía.

(LEYENDAS DE ESPAÑA - Vicente García de Diego)

viernes, 17 de julio de 2009

El Señor de Piombino (Madrid)


Sorprende el grado de credulidad de los madrileños del siglo XVI en las más absurdas supersticiones.

Decía un informe del Embajador alemán que en cierta ocasión, un noble de ascendencia italiana y domiciliado en Madrid, fue a visitar a una mujer con la que sostenía relaciones. El noble era rico y mantenía totalmente a la mujer, por lo que ella, al escuchar en la puerta de su casa el ruido convenido de los nudillos de su señor, se violentó mucho... No es que se violentara por hallarse sin peinar o porque la casa no estaba arreglada, sino porque precisamente en aquellos momentos se encontraba allí, de visita, un caballero muy de su agrado, cuya presencia podía molestar al protector, apellidado, por cierto, Piombino.

Ni corta ni perezosa, la coqueta, que tenía tratos con el Demonio, sacó a su visitante al balcón y abrió la puerta al señor de Piombino, que entró algo amoscado por la tardanza en abrir, pero entusiasmado por la presencia de ella. Hacía calor en el interior de la casa, y el señor de Piombino se fue a abrir el balcón. « ¡No! », gritó la mujer, aterrada; pero el de Piombino, más amoscado aún, en lugar de obedecer abrió el balcón de par en par. Más rápida que el pensamiento, la mujer pidió ayuda al Demonio, su amigo particular, y el Demonio acudió a tiempo de convertir al visitante escondido en una naranja.

«¿Qué hace esta naranja aquí»?, preguntó el señor de Piombino, y es de suponer que ella respondiese que la naranja no hacía nada, y que la había puesto en el balcón por lo mucho que le gustaban las naranjas frías. Cuando el señor de Piombino abandonó la casa, se deshizo automáticamente el hechizo, y la naranja volvió a convertirse en un caballero. Pero el caballero, asustado por el poder de brujería de su amada, la denunció a la Inquisición, y ésta murió en la hoguera.

sábado, 13 de junio de 2009

Reloj de la Puerta del Sol (Madrid)


Cuando el 31 de diciembre, el reloj de la puerta del sol de Madrid, da el adiós al viejo año y la bienvenida al nuevo, nadie piensa en las historias tejidas a su alrededor

Protagonista, sin quererlo, de un acontecimiento extraño, fue el célebre reloj (que no es el actual), procedente de la antigua iglesia (y hospital de caridad) del Buen Suceso que ya estaba un tanto en desuso y que acabarían derribando

Se cuenta que cuando las tropas napoleónicas entraron en la ciudad de Madrid, un capitán de Dragones francés ocupó el edificio acompañado de un puñado de soldados, que lograron sobrevivir del furor popular en los primeros momentos del levantamiento madrileño. Sin embargo, al enterarse los madrileños, enfurecidos como estaban, rodearon la Casa de Correos, los militares lograron huir, pero del capitán francés nunca se supo hasta…

La leyenda dice que el mismísimo Lucifer le ayudó escondiéndole en el reloj.A fin de encontrarlo, se convocó a los especialistas relojeros de todo el país para que revisaran la maquinaria, encontrando… !!un ratón pequeñito!!, del que dieron en decir que era, obra de la transformación a que el diablo sometió a su amigo, el capitán, para liberarle.

(Datos y fotos de "Cajón desastres")

Macías, el Enamorado (Arjonilla)


No lejos de Andújar se encuentra el pueblo de Arjonilla, en medio de un risueño y hermoso paisaje. Tan placentero ambiente guarda trágicos recuerdos. Nadie ha olvidado la triste historia del poeta que todos conocemos con el nombre de Macías el Enamorado.

Allá por los años del siglo XV, en la casa de don Enrique de Aragón, marqués de Villena y maestre de Calatrava, vivía el joven Macías, poeta y servidor del marqués. Tenía éste una hermosa hija llamada Estrella, cuya belleza había deslumbrado a Macías. Los dos jóvenes se amaban; pero nadie podía adivinar por sus semblantes el fuego que consumía sus corazones. Los únicos testigos de su amor eran las flores y los árboles del jardín. Se sentían los seres más felices del mundo; pero no olvidaban que el maestre tenía el orgullo de un monarca, y trataron de ocultar su dicha. Macías no era más que un paje. Él mismo se consideraba indigno de obtener la mano de Estrella; porque, aunque gozaba de la aureola de poeta, le faltaba la fama de guerrero.

El ansia de gloria se apoderó de él; se ejercitó en el manejo de las armas y acudió a los combates y a los torneos. El amor de Estrella le guiaba, y pronto se convirtió en un héroe. El maestre dejó de considerarle como a un paje y le nombró su doncel. Macías comenzó a concebir esperanzas; creía que ella ya no se deshonraría convirtiéndose en su esposa. Pero sus ilusiones eran engañosas; cuando más feliz se sentía, le sorprendió la desgracia.

Un día, después de haber salido victorioso de un torneo, se retiró a un bosque vecino, se quitó las armas y se sumió en sus pensamientos. Cuando más abstraído se encontraba, una mano se posó en su hombro. Era un mensajero de Jaén que le aconsejaba que olvidase sus amores. Estrella había sucumbido a la voluntad de su padre, y se había casado con el marqués de Porcuna.

El maestre nada sabía de los amores de su hija y admitió de nuevo a Macías en su palacio; pero el esposo de ella no debía de ignorarlos, porque esquivaba la presencia de Macías. como si le temiese. La felicidad de los enamorados se convirtió en una pena profunda. Días y noches enteros lloraron su desgracia y se repitieron sus juramentos de amor. El esposo, cobarde, descubrió el secreto de la culpabilidad de los dos amantes; pero, en vez de luchar cara a cara por su honor, reveló al maestre lo que ocurría. Entonces. éste, encolerizado, impuso aMacías un castigo más cruel que la muerte. Temiendo que atentase contra el marqués, le encerró en una torre baja del castillo. Como único consuelo en su dolor, le dejaron el laúd. y las endechas del enamorado, cantadas con voz potente, podían oírse aun desde el poblado. Las gentes sentían compasión por su desgracia y admiración por su arte, y acudían a escuchar sus canciones desde muchas leguas a la redonda. Su popularidad se extendió por toda la provincia y se conservó en la memoria de las generaciones posteriores. Canciones desgarradoras alternaban con violentos ataques de cólera, en los que maldecía a su amada por no haberse dado muerte antes de consentir entregarse a otro hombre.

A éstos se seguían momentos de desfallecimiento, en que se maldecía a sí mismo por haberla injuriado. En sus accesos de desesperación, llamaba con frecuencia a la muerte, y ésta llegó una noche, amparada por la traición. El marqués de Porcuna, rabioso por los celos, se ocultó una noche entre las sombras y clavó en el corazón de Macías una lanza arrojadiza. No hubo testigos del asesinato; pero todo el pueblo señaló al culpable, manchando su memoria para siempre. El de Porcuna se hizo tan impopular, que tuvo que abandonar el país.

La leyenda no nos cuenta qué fue de la bella Estrella. Macías fue sepultado en una pequeña ermita. En su sepultura se grabaron estas palabras: «Aquí yaceMacías el Enamorado».
Cuentan los habitantes de Arjonilla que no siempre está abandonada la tumba del poeta. Más de una vez han visto descender hasta la losa, a la luz de la luna, una figura resplandeciente. Unos creen que es la imagen del amor que vela por el amante. Otros, que se ha realizado su supremo deseo: Estrella no ha muerto para él, y sus almas se enlazan junto al sepulcro.

miércoles, 29 de abril de 2009

La Ventana de la Mora (Cuenca)


Eran los Cristianos los que dominaban la Ciudad de Cuenca en esa época de la reconquista, pero muchos moros no se retiraron, porque habían vivido y nacido en la ciudad del Jucar durante toda su vida. Convivian pacificamente, eso sí en diferentes barrios, y cada uno manteníendo sus costumbres bajo la vijilancia de soldados cristianos.
En la Calle de San Pedro existía una gran casa donde vivía una mora muy hermosa, la cual estaba enamorada de un militar cristiano. Las visitas que le hacía eran muy arriesgadas puesto que era un amor prohibido y se veían en un patio ajardinado que tenía la casa. Además, la mora se estaba adiestrando en la religión cristiana, y para ello inventó una escusa para que su padre cambiara la celosía de su ventana por otra diseñada por ella con la escusa de la poca luz que entraba. El nuevo enrrejado tenía forma de cruz. Pero una cruz muy bien disimulada por los adornos. Pero llegó el problema, y es que la mora estaba en edad casadera, y su padre le preparó un marido al cual ella rechazó. El futuno marido de la jovén no comprendía el porque de su negatíva y la espió día y noche.
Los dos enamorados se veían cuanto podían y prepararón un plan de huida. El Cristiano preparó a un cura para casarlos, y cuando el reloj del Mangana sonara doce veces la mora escaparía por el patio para casarse inmediatamente con el. El día transcurrió muy despacio y cuando el Mangana habló la mora salió por ese patio. El enamorado la esperaba en la calle de Severo Catalina impacientemente y juntos corrieron hacia el Mangana para casarse y huir rapidamente. Pero varios moros encabezados por el rechazado pretendiente de la joven arremetieron contra los amantes. Ella se desmayó, y al día siguiente no sabía lo que había pasado.
Con el tiempo se enteró de la muerte de su amado y ni corta ni perezosa propuso suicidarse colgandose desde la ventana. Pero segundos antes de ponerse la cuerda en el cuelló entro una nueva criada, la cual era la encargada de enseñar a la mora la religión cristiana. Ella le dijo que su apuesto enamorado murió diciendo que vería a su amada en el cielo. Y el suicidio estaba prohibido para los cristianos. La mora empezó a reconvertirse con el propósito de hacerse monja en un convento de clausura.
El tiempo pasó y el padre su puso enfermo, la moza decidió irse al convento en ese momento, pero el padre confesor le dijo que tenía que cuidar a su padre tan odiado por ella, y esa sería su misión y sacrificio. Ella solo vivía para encontrarse en el cielo con su amor, y rezaba y sacrificaba para que cuando llegara el momento de marchar las puertas del cielo se le abrieran de par en par. El padre murió y ella se metió como monja en un convento situado por la parte alta de la ciudad (parte del el castillo).

martes, 21 de abril de 2009

La caballada de Atienza


En 1158 muere Sancho III y su hijo Alfonso VIII hereda la corona de Castilla siendo un niño. Las familias de los Castros y de los Laras pugnan por la tutoría del monarca. En el testamento de Sancho III se les daba a los Castros la tutoría del monarca, sin embargo los Lara se apoderaron por la fuerza del joven rey. Ante esto los Castro piden ayuda al tío del rey, Fernando II de León. Este último, posiblemente viendo la oportunidad de gobernar en ambos reinos, entró en Castilla al frente de un ejército para apoderarse del pequeño Alfonso. Ante estos acontecimientos Manrique Pérez de Lara pacta la entrega del pequeño en Soria. Finalmente el pequeño rey es sacado de Soria y llevado por Pedro Núñez de Fuentearmegil primero a San Esteban de Gormaz y finalmente a Atienza, una de las villas mejor fortificadas del reino, que no tardará en sufrir el cerco al que le someterán las tropas del rey de León.

En la mañana del domingo de Pentecostés de 1162 los arrieros de Atienza, con el rey niño disfrazado de arriero entre ellos, abandonan la villa por la puerta de la Salida. Van a la ermita de la Virgen de la Estrella, patrona de Atienza, donde simulan una romería. La vigilancia de los sitiadores se relaja y así consiguen llevar al rey niño primero a Segovia y luego a Ávila. Duró la huida siete jornadas.

Desde entonces los miembros de la Cofradía de la Santísima Trinidad, heredera de la antigua cofradía de arrieros y popularmente conocida como “de la Caballada”, recuerdan el hecho a lomos de sus caballerías ataviados a la antigua usanza y al son de la dulzaina y el tamboril. Todos los domingos de Pentecostés desde la mañana temprano, cuando la comitiva atraviesa el pueblo camino de la ermita de la Estrella, hasta el atardecer, en que tendrán lugar las carreras entre ellos, los cofrades irán cumpliendo con la tradición escrupulosamente. Los hermanos siguen al pie de la letra unas ordenanzas que cuentan con siglos de antigüedad, no obstante las multas impuestas por el Prioste a los cofrades se hacen en forma de celemines de trigo, libras de cera o cuartillos de vino