lunes, 18 de marzo de 2013

El rey Pedro I

Uno de los jinetes más extraordinarios que nos ofrece la muy larga galería de monarcas españoles fue, sin duda, don Pedro I de León y Castilla, que reinó entre los años 1350 a 1369. Don Pedro es una de las figuras más discutidas de nuestra historia, pues unos, por la tensión de su Gobierno, donde hubo, efectivamente, muchas anomalías, le sobrenombran “El Cruel”, y otros, estimando que cuanto hizo fue para defenderse, le dicen “El Justiciero”. No se han puesto de acuerdo los historiadores sobre este asunto, si bien hay que decir que don Pedro, por su terca obstinación y prontos arrebatos, no conoció los obstáculos. Era hombre temible cuando entraba en acción.

Por aquellos años del siglo XIV, había en nuestra geografía dos personajes de altos fueros. Uno de ellos era don Pedro Núñez de Guzmán, señor de Velilla, Aviados, Valle del Porma y Tierra de Boñar, entre otras posesiones. El otro, don Pedro Alvarez Osorio, no menos poderoso que el anterior en tierras y vasallos, gozaba, asimismo de un prestigio extraordinario. En consecuencia, dos caballeros feudales, señores de vidas y haciendas; que conocieron los reinados de don Alfonso XI y de su hijo, don Pedro l, prestando grandes servicios a la monarquía. De ahí sus privilegios, empleos y dignidades, que usaban a su antojo.

Por las referencias que conocemos, y entre otras muchas cosas, don Pedro Núñez de Guzmán fue alcaide de las torres de León, merino juez mayor en tierra de León y Asturias y Adelantado Mayor en ambas jurisdicciones, con atribuciones o facultades en estos cargos públicos, verdaderamente extraordinarias. Con esta gran autoridad y según los documentos, hacía lo que le venía en gana. Baste señalar que en 1352 no obedeció las órdenes del rey don Pedro para que fuese a sofocar las alteraciones enemigas en. Asturias y defendiera la villa de Avilés, alegando que con ello dejaba desguarnecida la ciudad de León. Otra evasiva del mismo modo hizo en 1355, cuando el monarca le mandó acudir a la villa de Rueda del Almirante, ocupada .por el enemigo. Tampoco acudió a la llamada del rey cuando le ordenó derribar el castillo de Trascastro, que estaba por don Tello, hermanastro del soberano. Y así las cosas, el vaso se colmó y don Pedro I de León y Castilla, para mantener su corona recurrió a la represión, porque era hombre que no se andaba por las ramas. El punto agudo de aquella crítica situación se produjo a raíz de la llamada batalla de Araviana contra el moro, donde murieron muchos cristianos, con gran sentimiento del monarca. Era el año 1360 y León se conmovió de temor por una nueva desobediencia que hicieron aquellos dos caballeros, don Pedro Núñez de Guzmán y don Pedro Alvarez Osario, ambos muy principales en la Corte, como hemos dicho. Sucedió, pues, que aquellos dos señores, sin permiso del monarca y argumentando que regresaban a tierra leonesa para recabar nuevos recursos para proseguir la lucha contra el moro, abandonaron el frente de guerra donde les había llevado el rey por exigencias bélicas, y vinieron para acá a golpe de espuela, desentendiéndose así de sus compromisos guerreros. Hoy los llamaríamos desertores. Cuando don Pedro tuvo noticias de aquella nueva charranada, se puso como un basilisco. Aquella excusa no le valía. Y tal fue su furor, que no quiso enviar en persecución de los fugitivos a los justicias reales, como Juan Diente, Gonzalo Recio, García Díaz de Albarracín y Ruy González de Cavencia, entre otros guardaespaldas (una escuadra de forajidos profesionales, como se cuenta), sino que su misma persona salió decididamente de Sevilla detrás de los huidos, en agotadoras jornadas para cualquier caballista. Las órdenes que habían dado eran secas:: matar a los desertores. Y aquella polvorienta cabalgada galopaba a toda velocidad, terriblemente resuelta, con el rey al frente, ansioso de venganza.

El monarca era duro y tenaz. Este acontecimiento de tan tremenda cabalgada lo registra la historia por su audacia, cuando precisamente el caballo era el medio más rápido de locomoción. Y don Pedro, “El Cruel”» o “El Justiciero”, hombre de armas tomar, con voluntad de hierro, galopó incansablemente, sin desfallecimiento, sin flaquezas, sin cesar; sin dar punto de reposo a los caballos, renovados varias veces, para castigar ejemplarmente, a su modo y manera, a los desagradecidos y traidores caballeros. Era una persecución de muerte. ¡Si los capturaba, los desollaría vivos! Su ley inexorable, una vez puesta en marcha, ya no se detenía ante nada. La pena cometida era muy grave.

Núñez de Guzmán y Alvarez Osorio, también galopaban rápidamente. Le llevaban al monarca bastante delantera. Y en una aldea llamada entonces Velilla hicieron una parada de descanso. Luego, supieron por un confidente que el rey (quien creían que estaba en Sevilla), venía como un centauro detrás de ellos, pisándoles los talones. Sin pérdida de tiempo, pues, don Pedro Núñez de Guzmán emprendió larga y veloz carrera, con ansia de buscar asilo en las montañas leonesas y seguro refugio en su fuerte castillo de Aviados, que era una de las fortalezas más poderosas de la época.

Cuéntase que el monarca, en un alarde de consumado jinete, cubrió en una sola jornada las 24 leguas que separan Tordesillas del Monasterio de Sandoval (cercanías de Mansilla), donde hubo que parar porque su escolta estaba derrengada y casi reventadas las caballerías. Así y todo, al día siguiente ya estaba el soberano en León, llevado de sus enérgicos impulsos hasta que vio, que él y los suyos iban por una falda de una sierra camino de Aviados. Obligado por el cansancio a hacer un alto, don Pedro permaneció varios días en León, encargando al entonces obispo de la diócesis, fray Pedro IV que fuese al castillo de Aviados para parlamentar con el rebelde don Pedro Núñez de Guzmán, a fin de que el altivo caballero viniese a la obediencia del soberano. El prelado cumplió la honrosa misión, como se cuenta, pero no consiguió nada, ya que el de Guzmán desconfiaba totalmente de las promesas del rey.

En este medio tiempo, llegó hasta el monarca el otro caballero, don Pedro Alvarez Osorio, solicitando el perdón real por todo lo ocurrido. Y el rey le dijo: “Que no tenía queja de él, ca bien sabía que lo hizo con razón, pues había gran tiempo que no había venido a su tierra». Era una estratagema: era una trampa para que «picase» don Pedro Núñez de Guzmán. Es más, la referencia añade que el Alvarez Osorio fue nombrado Adelantado de León y Merino de Asturias. Y así las cosas, don Pedro, reclamado por otros importantes y graves asuntos, partió de León camino de Valladolid... y al hacer parada en Villanubla para comer, quiso la fatalidad, que se encontrase comiendo en la misma posada, el caballero perdonado: don Pedro Alvarez Osorio..Y estando comiendo, llegaron por mandato del rey dos caballeros de maza, llamados Juan Diente y García Díaz de Albarracín, con Ruy González Cavenca que era de la Cámara del rey, los cuales mataron al ilustre caballero, y le cortaron la cabeza.

Así murió don Pedro Alvarez de Osorio, Adelantado Mayor de León. Era el año 1360. Posteriormente, el monarca se incautó de todos los bienes del muerto, entre ellos 25 lugares de muy prolija relación, entregando todo ello a la ciudad, como galardón a su lealtad y servicios.

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