Introducción - El episodio del “pastelero de Madrigal” no se entiende sin hacer referencia a la situación política en el Portugal de aquellos años. La desaparición en la batalla de Alcazarquivir (1578) del joven Rey Don Sebastián y el movimiento místico-secular a que dio lugar dicha desaparición, el llamado Sebastianismo, por el que no se le consideraba muerto, añadiéndose la promesa de que algún día volvería a recuperar su trono. Esto propició la aparición de diversos episodios de suplantación de su personalidad. Éstos además se daban en el caldo de cultivo que propiciaba el que el rey hubiera muerto sin descendencia, pasando finalmente el trono a manos de su tío Felipe II de España en 1580, perdiendo Portugal su independencia. En ese marco se produce un curioso episodio, mezcla de leyenda y realidad y que deja algunos cabos sueltos: el de Gabriel de Espinosa, el “pastelero de Madrigal”.
Personajes - Las brumas rodean su lugar de nacimiento y las condiciones del mismo. Mientras en Madrigal se le tiene por hijo de la villa, sin embargo se apunta a Toledo como el lugar más probable de su nacimiento, señalándose que el documento más antiguo que se conserva sobre su persona refiere un título de examen de pastelero expedido en dicha ciudad. Sobre la identidad de sus padres, entramos de lleno en el terreno de la leyenda: lo más probable es que fuera huérfano, pero se ha apuntado que podría ser hijo de Don Juan Manuel de Portugal, padre del rey Don Sebastián, y una madrigaleña llamada María Pérez o María de Espinosa, doncella de los marqueses de Castañeda o de la infanta Juana, esposa del príncipe Juan; sería Gabriel por tanto hermanastro del rey Sebastián. Eso sin contar que pudiera ser, como afirmaba, el propio D. Sebastián vuelto de la muerte y tan añorado por los portugueses.
Los hechos comprobados dicen que en 1594 llega Gabriel a Madrigal, tras un largo periplo ejerciendo su oficio de pastelero (no con su acepción actual sino referido a pasteles de carne y empanadas), acompañado de una hija de dos años, Clara, y una mujer, Isabel Cid. Seguramente llamaría la atención que el nuevo pastelero dominara varios idiomas (al menos, francés y alemán), tuviese destreza a caballo y pareciese ser, en fin, algo más que un humilde oficial. Aunque tampoco es imposible que hubiera aprendido dichas habilidades en su trabajo tras la milicia del capitán Pedro Bermúdez, a la que siguió en campaña ejerciendo su oficio.
Por aquella época vivía también en Madrigal el personaje al que se apunta como urdidor del plan que debería llevar al pastelero a ceñirse la corona de Portugal. Se trata de Fray Miguel de los Santos, agustino portugués y vicario del convento de Nuestra Señora de Gracia el Real de Madrigal, que había sido confesor en la corte del rey Don Sebastián, habiendo apoyado al Prior de Crato en sus intenciones de suceder al rey Don Sebastián. Por ello había sido desterrado de Portugal y enviado a Castilla por Felipe II.
El tercer e imprescindible personaje de la trama es Doña María Ana de Austria, hija natural de Don Juan de Austria, capitán de los ejércitos españoles, héroe de Lepanto y a su vez hijo natural de Carlos I. Nacida en 1568 de sus relaciones con Dña. María de Mendoza, la niña había sido entregada para ser educada por Doña Magdalena de Ulloa. Ingresó en el convento de Agustinas de Madrigal a los seis años de edad, enviada por su tío Felipe II. Parece que no sentía vocación religiosa alguna, y que prefería las historias de aventuras, especialmente si se referían a su padre o a su primo Sebastián, al que, como muchos más en la época, creía vivo. De los interrogatorios del proceso posterior parece deducirse que esas ilusiones se veían afirmadas por el vicario del convento, Fray Miguel, que decía tener visiones en las que aparecían ella misma y su primo Sebastián uniendo sus vidas.
La trama - Uno de los puntos oscuros de esta historia se centra en el encuentro entre Fray Miguel y Gabriel. Quizá el fraile descubrió asombrado un gran parecido con su añorado rey Don Sebastián, quizá sólo era pelirrojo como él (algo poco habitual en Castilla) y de extrañas buenas maneras, y ello le dio la idea de iniciar una alambicada trama con el pastelero, que en cualquier caso (si por saberse el propio Sebastián o compinchado con el fraile para suplantarlo) estuvo de acuerdo con el plan.
Fray Miguel pone en contacto a Gabriel con la monja más ilustre de la localidad (tampoco está claro si Doña Ana creyó realmente en la reaparición de su primo Sebastián o si sólo lo vio como una oportunidad de escapar del convento y cumplir sus sueños de ser reina). Poco después ambos se prometían en matrimonio, condicionado por parte de ella a conseguir la dispensa de su voto por el Papa, merced que esperaría conseguir por ser su futuro marido rey de Portugal. Pronto comenzaron discretas visitas de nobles portugueses, que también dieron en “reconocer” al pastelero como su rey perdido.
Para continuar con el plan y dado que las habladurías cada vez eran más numerosas, el propio Gabriel parte de viaje a Valladolid, en posesión de unas joyas propiedad de Doña Ana. Quizá para convertirlas en dinero en efectivo para continuar con el plan; aunque también se apunta que iba hacia el norte a encontrarse con un hermano que la monja creía tener, para volver con él a Madrigal. Sin embargo el pastelero no se comporta precisamente como un noble: tras varios días mostrando las joyas y hablando con poco respeto del rey, es denunciado y hecho preso por Don Rodrigo de Santillán, alcalde del crimen en la Chancillería. La sorpresa es mayúscula cuando además de las joyas, se encuentran en su posesión cuatro cartas: dos de Fray Miguel en las que le trata de “Majestad” y otras dos de Ana de Austria, sobrina del rey Felipe II, en las que le trataba como su prometido e incluso no dudaba en llamar “hija” a la niña del detenido. No es de extrañar que el asunto se remitiera a la corte, directamente a Felipe II. Sólo habían pasado tres meses desde la llegada de Gabriel Espinosa a Madrigal.
Sea porque el asunto ya era conocido por Felipe II o no, la reacción fue inmediata. El propio D. Rodrigo viajó con sus alguaciles a Madrigal, haciendo encerrar a María Ana de Austria en sus aposentos, haciéndose con la documentación que obraba en su poder y prendiendo asimismo a fray Miguel. Y es entonces cuando el fraile revela su fantástico descubrimiento: el extraño comportamiento del pastelero se debe a que en realidad es Don Sebastián, el derrotado y desaparecido rey portugués. Como era de esperar, se instruye un proceso contra los detenidos por suplantación de la personalidad del rey.
Proceso, condena y muerte - Acusados de crimen de lesa majestad, ambos procesados fueron reiteradamente interrogados, algunas veces bajo tormento. Las preguntas, se centraban sobre todo en la identidad del suplantador. Pero poco dijo Gabriel de su vida y andanzas, sosteniendo que su verdadero nombre no era por el que se le conocía sino que lo usaba por ser el que aparecía en su título de pastelero. Su comportamiento es ambiguo, y va desde una pronta confesión de suplantación hasta la negación de la misma. El proceso era tutelado personalmente por Felipe II desde la corte, conservándose una cantidad ingente de correspondencia entre los comisionados y el propio rey.
Finalmente se sentencia a Gabriel Espinosa a morir en la horca el 1 de agosto de 1595. Su comportamiento durante la ejecución estimula aún más la leyenda: el orgullo de su mirada, la tranquilidad ajustándose la soga al cuello, la cólera con la que citó a D. Rodrigo, el hombre que lo detuvo, ante el Tribunal de Dios. Tras el ahorcamiento, Gabriel fue decapitado y descuartizado, exponiéndose sus despojos al pueblo en cada una de las cuatro puertas de la muralla, y la cabeza en la fachada del Ayuntamiento de la villa.
No corrió mejor suerte el fraile. Fray Miguel de los Santos también fue ahorcado en la Plaza Mayor de Madrid, una vez reducida su condición a la de laico. Tampoco el agustino dejó de contribuir al misterio, afirmado al pie de la horca que había creído firmemente que el pastelero era el rey (recordemos que él había conocido personalmente a Don Sebastián). Fue decapitado y su cabeza enviada a Madrigal.
Tampoco tuvo excesiva piedad Felipe II con su sobrina. Fue encerrada en estricta clausura en el convento de Nuestra Señora de Gracia, en Ávila. Su suerte cambió con la muerte del rey en 1598, cuando su sucesor y primo de la monja, Felipe III, la perdonó, retornando al convento de Madrigal del que con el tiempo acabaría siendo priora. Finalmente, en 1611 sería nombrada Abadesa Perpetua de las Huelgas Reales de Burgos, la mayor dignidad eclesiástica que podía concederse a una mujer de la época.
Conclusión - Hay pocas posibilidades de que el “pastelero de Madrigal” fuera otra cosa que un impostor seducido por el dinero fácil y de que su compinche Fray Miguel no encontrase en su parecido con el rey Sebastián la excusa perfecta para recuperar una posición política y quién sabe si arrebatar el reino a Felipe II, devolviéndole la independencia a su país natal. La coincidencia de ambos personajes con una María Ana de Austria, engañada o no, en Madrigal no hace sino engrandecer esta serie de casualidades, convirtiendo este episodio en uno de los más curiosos de la historiografía española. Pero también es cierto que es de difícil explicación cómo un pastelero pudo, en tres meses, estar prometido con la sobrina del rey, o qué fuerzas le impulsaron para mantener su actitud durante el proceso, hasta el mismísimo pie del cadalso.
Curiosidades - El tema del “pastelero de Madrigal” ha sido utilizado en varias obras literarias desde entonces, ya fuera para relatar el incidente o como inspiración general. Entre ellas destaca como la primera El pastelero de Madrigal, comedia del dramaturgo setecentista Jerónimo Cuéllar, así como la pieza teatral del poeta y dramaturgo del Romanticismo José Zorrilla Traidor, inconfeso y mártir (1849), la novela histórica de Patricio de la Escosura Ni rey ni roque (1835) y El cocinero de Su Majestad o El pastelero de Madrigal (1862) del folletinista Manuel Fernández y González, sin duda la más popular, pues a finales del siglo XIX vendió más de doscientos mil ejemplares de la obra.
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