viernes, 1 de noviembre de 2013

El Paseo del Cid

En la cima de un monte que parece partido en dos por un rayo divino se encuentra el monasterio de Fresdeval. Junto a él hay una amplia meseta que termina en una especie de mirador, colgado sobre el abismo. Y desde él puede distinguirse en la lejanía –si no hay niebla- buena parte de la ancha Castilla con las tierras de Burgos en primer término. Pues son muchos los nacidos en aquel lugar que dicen haber presenciado un extraño prodigio la noche del Día de Difuntos.
Cuentan –y no han dejado de contar durante generaciones- que esa noche, en que los muertos gozan del favor concedido por Dios de visitar a las personas que quisieron o volver a los lugares que más amaron en vida, se aparece un misterioso jinete cabalgando sobre la meseta.
Va vestido por completo con cota de malla y un yelmo en forma de águila remata su cabeza. En el brazo izquierdo lleva un escudo negro y en el derecho una espada resplandeciente que atrae los rayos de la luz de la luna.
Después de cabalgar sobre su caballo blanco hasta el borde del precipicio, el guerrero se asoma al mismo y parece contemplar toda la extensión de Castilla que puede alcanzar con su mirada. Luego, tira de las bridas de su corcel y se reúne con otros caballeros que, tras hacer chocar sus armaduras y espadas como preparándose para la batalla, le siguen por la ladera del monte abajo hasta que se pierden en un recodo del camino.
Los que tal cosa han visto están seguros de que este jinete no es otro que Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, montado sobre su caballo Babieca que fue enterrado junto a él y sus tres espadas en el monasterio benedictino de San Pedro de Cardeña.

(Extraído de "El Blog de Tere")

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