viernes, 19 de septiembre de 2014

Pan y vino, que no falte

En la mayor parte de las ciudades de los reinos de Castilla y Aragón, el vino era un producto excedentario. Por esta razón los concejos tenían prohibida la entrada de caldos de otras comarcas, con la intención de proteger al productor local. Empero en circunstancias extraordinarias, se veían obligados a levantar la veda, permitiendo la llegada de vino "de fuera parte", como se decía en aquella época, para satisfacer el incremento de la demanda.
En lo relativo al pan ocurría algo similar. Dado que se trataba del producto fundamental en la dieta bajomedieval, era preciso favorecer su llegada, lo cual se hacía tremendamente complicado. Los regidores municipales procuraban dificultar la actividad de los "regatones", comerciantes que sacaban el trigo o la harina de los pósitos o alhóndigas para llevarlo a otros lugares donde el precio era más alto. Es cierto que, en muchas ocasiones su actividad era tremendamente especulativa, llegando en ocasiones a guardar o esconder parte del trigo para provocar subidas de precios, pero también lo es que, impidiendo el comercio, hacía imposible la solidaridad entre ciudades, y la posibilidad de que el precio que se pagaba tendiera a igualarse entre los sitios donde escaseaba y aquellos donde había abundancia.
Así, cuando en 1495, los Reyes Católicos salieron de Segovia con dirección a Guadalajara para visitar al Cardenal Mendoza, dado que en Madrid se conocía que aquella sería su siguiente parada, tuvieron que obligar a los pueblos cercanos a traer 150 fanegas de trigo diarias, con las que estar preparados para que las panaderías tuviesen materia prima suficiente para atender a las necesidades de la población, incrementada en aquellas fechas por la llegada de los monarcas y del numeroso séquito que les seguía.

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