domingo, 18 de octubre de 2015

La mina de plata de Horcajuelo

Una vez contemplado el potro de herrar, que queda cerca de la iglesia parroquial de San Nicolás de Bari, construcción barroca con una capilla gótica del siglo XV, desandaremos nuestros pasos para acercarnos al campo de fútbol que vimos nada más entrar en Horcajuelo. A su izquierda, una pista forestal nos llevará a la antigua mina de plata.
El camino es sencillo, si bien, una vez traspasada una rústica cancela de alambre, el ascenso será continuo. Deberemos seguir la senda, tomando dos desvíos hacia la izquierda. Si levantáramos la vista, observaríamos unas manchas claras en la ladera de la montaña: son las escombreras de la mina.
La Mina San Francisco, como así se llamaba, empezó a ser explotada a mediados del siglo XIX. En el diario minero “La Antorcha” (1857), se escribió que “la mina San Francisco ha cortado un filón conteniendo plata agria, plata roja oscura y cloruros de plata, presentándose también plata nativa".

El viajero puede todavía contemplar la bocamina, excavada en roca, en el filón principal. Adentrándonos unos metros, la galería, sencilla y con algunas mampostas, se precipita en las entrañas de la tierra
En los alrededores de la bocamina hay dos grupos de antiguas edificaciones de piedra, unas a la izquierda, y otras, un poco más alejadas, a la derecha de la bocamina según se mira ésta, junto a un socavón que debió ser el pozo maestro.

Las primeras debieron servir como almacén. Las otras muestran en su interior una losa de piedra con un agujero circular. Todo apunta a que este agujero era donde se engarzaba el poste que servía de soporte al malacate de la mina.
 El malacate debía estar movido por fuerza animal. Un asno o mulo estaría atado con una cuerda a ese poste, de modo que al ir dando vueltas, elevaría una canasta o cesta de esparto en la que los mineros echaban el mineral arrancado en el frente.
 El trabajo debía ser duro, toda vez que los mineros laboraban entre 40 y 60 metros de profundidad. Una vez era sacado el mineral a la superficie, mujeres y niños golpeaban los trozos para reducir su tamaño. Concluido este agotador trabajo, los niños transportaban los trozos obtenidos hasta carretas que los llevaban hasta la fundición que existía en las famosas minas de Hiendelaencina (Guadalajara).

El viajero no puede sino pensar en ese trabajo excesivo. En los parajes del cerro de la Parrilla, como así se llama, sólo quedan ya restos de otros tiempos.

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