martes, 5 de marzo de 2019

Marcelino Pardo y el Gatipedro

De niño, a los cuatro o cinco años de su edad, a Marcelino solía visitarlo ese animal de la fauna mágica gallega que se llama gatipedro. Y con las visitas del gatipedro, Marcelino Pardo se meó en la cama hasta que tuvo casi doce años cumplidos. El gatipedro es como un gato gordo, que no tuviese patas de atrás, y en medio de la cabeza tiene un pequeño cuerno. El gatipedro se arrastra hacia la habitación donde duerme un niño, y comienza a echar agua por el cuerno, que gotea en el suelo. El niño, en sueños, escucha el ruido del goteo, que parece invitarlo a orinar, y de hecho casi le obliga a ello. Eso, repito, le pasaba a Marcelino Pardo. El padre le pegaba, la madre desesperaba, los hermanos se burlaban de él, y lo mismo los compañeros de escuela a los que había llegado la noticia de las humedades nocturnas de Marcelino. Un médico de Betanzos les dijo a los padres que aquello era enfermedad, y recetó unas pastillas que no surtieron efecto. Marcelino lomó agua de ortigas, entre otros remedios considerados eficacísimos, y le pusieron sobre el riñon cataplasmas de huevo y lila. Nada sirvió de nada. I lasta que un curandero de cerca de Pontedeume indicó que quizás se traíase del gatipedro.
—Ahora —dijo el menciñeiro—, no acostumbra a andar por el país. La verdad es que desde la epidemia de gripe del año 18 apenas ha sido visto, y aunque haya habido mortandad entre- ellos alguno debe haber quedado en algún lugar acasarado.
El curandero explicó como era el gatipedro, y como para andar, se apoyaba, además de en las dos palas delanteras, en la lengua, que la tenía enorme, como de vaca, pero muy colorada y con dos puntas. Para echarlo de la casa en la cual moraba —y sin duda había un gatipedro en la casa de Marcelino Pardo—, bastaba con sembrar de sal gorda la entrada a la habitación donde dormía Marcelino. El gatipedro no aguanla el amargor de la sal, y viendo además que ha sido descubierto, se va con la música, con la música del goteo del cuerno, a otra parte.
Ya con este diagnóstico, los padres de Marcelino extendieron sal por el pasillo de la casa, y por la habitación hasta la cama donde dormía el rapaz. Y fue un éxito. Aquella misma noche, por vez primera desde que tenía cuatro años, Marcelino no se orinó en la cama. Y no volvió a hacerlo nunca más. Cuando llegó la de ir al servicio militar, que le había tocado Caballería de Farnesio, en Valladolid, por si había gatipedro por las Castillas, en la maleta llevaba cuatro kilos de sal fina para, llegado el caso, echar disimuladamente alrededor de su catre.
Pero, en Valladolid no había gatipedro, o estaba ocupado con el niño de un sargento o de un cabo furriel.
Con los años, Marcelino llegaba a creer que había visto el gatipedro, y cada vez, en las descripciones que hacía a los hijos y a los nietos, el animal era más grande, su lengua de casi una vara de ancho, y el cuerno daba agua como una buena fuente en el mes de marzo, que es cuando suelen abrir las fuentes, tras el lluvioso invierno.

(Alvaro Cunqueiro)

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