viernes, 14 de marzo de 2008

Los Dragos gemelos (Canarias)


Muchos Dragos pregonan el vigor y longitud de la especie, pero ningunos tan atractivos, como los de las Breñas. Arrimados uno al otro, en fraterna unión, como si se juntaran para preservarse de un mismo peligro y vivir en coyunda recuerdos de siglos. Como a tantos árboles seculares, a "Los Gemelos" la fantasía les consagró una leyenda.

Si vais a las Breñas y os parais a contemplarlos, no faltará una campesina que os cuente la desventura de dos hermanos, hechizados por la misma doncella, el fin de sus vidas atormentadas de celos, y cómo expió su culpa la cortejada moza, plantando "los dragos, brotes del Barranco de las Angustias", que cada día regaba con su cántaro, ya que sentía el mismo amor y compasión por ambos. Al calor de la tierra y del recuerdo, crecieron estos dragos que, según la conseja, guardan en sus troncos sangre de los dos hermanos, hechizados por la misma doncella.

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La voz del pueblo cuenta que en tiempos anteriores a la Conquista de la isla, en el ya lejano año de 1492, una bonita y joven mujer de cautivadora y dulce mirada, engendró en dos hermanos gemelos de Breña Alta -por esos tiempos cantón de Tedote- los más profundos sentimientos de amor, que a ella halagaba y fomentaba, pero llegó el día que había que dirimir en batalla y duelo cual de los dos sería quien poseyera a la joven doncella.

La lucha fue dura y cruel. Los jóvenes hermanos y gemelos se batían con valentía. En las venas les ardía la sangre y les cegaba la mente y el destino y la fatalidad quiso que no hubiera vencedor, los dos murieron en la lucha por el amor a una mujer. Ella, al enterarse de la triste desventura, se consideró causante de ello y juró que jamás sería de nadie, sino del recuerdo de los dos hermanos.

Apenada y desconsolada quiso que el recuerdo de los dos hermanos fuera superior a su propia existencia humana. Se trasladó por las agrestes laderas de la Cumbre recubiertas de hojas, árboles y arbustos de la mítica y húmeda laurisilva, al poniente de la isla, en busca de dos gajos de dragos para luego, cariñosamente, sembrarlos paralelos y próximos en el mismo lugar donde los dos hermanos había regado su sangre de amor.

Se cumplieron los deseos de inmortalidad. Con el tiempo y lentamente los dragos - uno por cada hermano - fueron creciendo entrelazando fuertemente sus ramas. Hoy no se sabe cual es uno y cual es el otro, permanecen altaneros y abrazados en la larga longevidad de esta especie de árbol, como si quisieran ser símbolo de un destino común por amor a una mujer

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