lunes, 25 de febrero de 2008

Orígenes de Montserrat (Cataluña)


"Montserrat, muntanya santa
la muntanya de cent cims."


Así dijo de Montserrat el poeta Joan Maragall. El hecho es que, en un tiempo muy antiguo, la mole que hoy forma el macizo de Montserrat no estaba en la superficie de la tierra, sino bajo ella: eran los cimientos de una montaña sobre la que se elevaba una ciudad tan grande y fastuosa como llena de pecado.

La ira de Dios obligó a la enorme masa montañosa a girar súbitamente sobre sí misma, dejando la infame ciudad para siempre sepultada y al aire las ciclópeas raíces de lo que antes estaba hundido en lo profundo de la tierra.

Se dice que los ángeles divinos fueron luego tallando y serrando las formas de las rocas hasta darles el aspecto que determinó su nombre, aunque en esto no coinciden todos los narradores, pues hay quien señala otros orígenes milagrosos para las formas, aparentemente caprichosas, de algunas rocas concretas. De una serie de ellas se dice que son unos frailes petrificados por honrar a un compañero que no lo merecía. Hay un gran peñasco del que se asegura que es un gigante nocturno, hechizado por la luz solar y convertido en roca.

Sobre el monasterio se puede contemplar una especie de gigantesco alvéolo donde encajaba un peñasco inmenso que un demonio hizo al parecer desplomarse para destruir el santo edificio; el monasterio pudo salvarse gracias a la intervención celestial, y el demonio quedó preso bajo el peñasco desplomado.

De otra roca se asegura que un día fue un caballo ofrecido por el diablo a un campesino a cambio de su alma, y convertido en piedra por un milagro de Nuestra Señora cuando el campesino se arrepintió de haber concertado el espantoso pacto.

El caso es que las grandes peñas de Montserrat, una vez que todo el macizo montañoso dio la vuelta en el cataclismo con que fue castigada la ciudad construida un día en su cima, han conocido la lucha entre las potencias del bien y del mal, y siguen impregnadas de sentido sagrado. Durante muchos siglos, antes incluso de que existiese el conocido monasterio, sus cuevas y abrigos naturales sirvieron de refugio a santos ermitaños dedicados a la oración por las almas de los pecadores y pecadoras que vivieron en la ciudad sepultada y por la redención de todos los pecados del mundo.

José María Merino

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