domingo, 11 de junio de 2017

Fragas del Eume - La Coruña

Parece cosa de misterio que tan cerca de grandes núcleos de población, y de sus devoradores caminos de asfalto, exista un paraje tan alejado de este tiempo de comunicaciones digitales y diseños metalizados. En unos minutos desaparece el sonido de la autopista costera, los monumentos de la historia y el paisaje domesticado y decorado con los caprichos del hombre, y se entra de sopetón a un mundo de colores vegetales, de aromas de bosque y de sonidos de torrentes y aguas libres. De repente el ambiente se ve rodeado, y casi poseído, por el bosque atlántico más occidental de Europa, y también por el espacio natural protegido situado más al oeste del viejo continente, porque el Parque Natural de las Fragas del Bajo Eume está a una pequeña navegada de la costa de la muerte, donde terminan todos los relieves terrestres. Un lugar repleto de belleza natural y vitalidad como la fraga no podía pasar desapercibido para los monjes cistercienses, que fundaron un apartado santuario en una pequeña colina sobre uno de los recodos del río en ese afán por habitar en los parajes más sugerentes y fascinantes de la naturaleza. Una colina que casualmente recibe los primeros rayos del sol en toda la fraga. Subir hasta el viejo monasterio románico es fácil, y es una visita que conviene no perderse; y una vez arriba, después de admirar tanto mensaje cincelado en las viejas piedras sagradas, un camino señalizado con las marcas rojas y blancas de sendero GR lleva los pasos del coleccionista de bosques hasta un puente medieval salpicado por un fuerte torrente que retumba escondido entre las sombras del bosque.
En los días de otoño, al amanecer, cuando las piedras del templo atrapan las nieblas con ese magnetismo que otorgan los siglos y la humedad tapona las fosas nasales, el santuario parece un lugar mágico a punto de provocar un acto trascendental. Las riberas del río también invitan al paseo. A caminar sin sentido por el puro placer de contemplar, de ver caer las hojas de los alisos y los abedules, de alucinar con los soberbios contraluces de los carvallos, de escuchar la bravura de un río que está a punto de terminar su misión cuando se abra a las azuladas aguas de la ría de Betanzos.

(Bosques con encanto - Juan José Alonso)

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