miércoles, 14 de junio de 2017

La Acebeda - Madrid

Hasta que no se conocen personalmente es difícil creer que en unas montañas tan deforestadas y deterioradas ecológicamente por la intervención humana como los montes Carpetanos del Sistema Central, queden rincones de auténtica naturalidad. Bosques de robles, sabinas, acebos, abedules y serbales, que son lujosas joyas vegetales por su gran valor botánico y paisajístico, sobreviven entre las repoblaciones de pinar y los prados de brezos, retamas y piornos que cubren las lomas cimeras de las montañas. Y si parece milagroso que estos bosquetes encantados se hayan salvado de la ambición de los industriales de la madera, más extraño resulta que no hayan cedido al acoso de los ganaderos desde que la Mesta, en favor de la trashumancia, masacrara los bosques lindantes a las cañadas ganaderas para convertirlos en terreno de pasto, hasta la actualidad, cuando todavía piensan muchas personas que los árboles son un estorbo para sus rebaños. 
La vieja acebeda del puerto de Somosierra, como se conoce por los alrededores, tuvo que ser mucho más extensa y destacada en otra época para otorgar el nombre a un pueblo. Los pocos ejemplares que mantienen con su presencia el recuerdo de aquel esplendor vegetal habitan en silencio entre robles jóvenes y serbales luminosos que explotan de color cuando en verano sus bolitas anaranjadas encienden la penumbra de la arboleda. Y los acebos siguen íntimos y callados; incluso en invierno, cuando el resto de los seres del bosque encantado se apagan en su letargo invernal y el acebo saca sus frutos rojos para alimentar a los animales del bosque, el interior de la acebeda sigue siendo un mundo privado de troncos nudosos y hojas espinosas.
El acebo es un árbol discreto y sabe guardar las distancias; no es como el roble o el haya, que sacan hasta las raíces del suelo y las retuercen con frivolidad mostrando todos sus secretos; o los abedules, que se esmeran en vestirse de colores deslumbrantes para aparecer más coquetos y seductores que los demás; y no digamos de las encinas y los alcornoques, que no saben qué hacer con las ramas para impresionar a los admiradores de estos seres vegetales. El acebo es el eremita de los árboles y vive recluido en su propio mundo interior.

(Juan José Alonso)

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