domingo, 27 de mayo de 2018

El Buen Conde


Todo empezó después de la batalla de Valdejunquera (920), en el Reino de Pamplona, cuando las tropas de Abderramán III vencieron al Ejército del navarro Sancho Garcés I y del leonés Ordoño II, monarca que no recibió la ayuda esperada de los condes castellanos. Aquella derrota cambiaría el futuro del Reino de León. El rencor se apoderó del monarca leonés que citó a los principales nobles castellanos a una reunión en el pueblo de Tejares, a orillas del río Carrión. Allí acudieron todos, incluido el conde castellano Ñuño Fernández, y todos fueron detenidos, atados con cadenas y ajusticiados después. La muerte de Ñuño posibilitó a su hermano Fernando heredar el título de conde e iniciar la leyenda del heroico Fernán González, conde de Castilla (923-970) que llegó a alcanzar más poder que los propios reyes de León hasta el punto de influir en sus nombramientos y destituciones.
El buen conde, como fue llamado, nació probablemente en el castillo de Lara, en tierras burgalesas de suaves lomas y campos de cereal, donde su familia tenía solares, haciendas y títulos que pasaron a su propiedad en 931 cuando reunió los condados de Burgos, Castilla, Asturias de Santularia, Lara, Lantarón y Álava, mucho poder en una sola persona. Ramiro II (931-951), ambicioso rey de León, le premió con un fuerte Ejército por haberle ayudado en su particular guerra familiar por conseguir la unificación de las tierras de Galicia. Asturias, León y Portugal. El enérgico y cruel Ramiro no sólo deseaba consolidar las fronteras del Reino leonés sino avanzar hacia el Sur para combatir a Abderramán III. En una de esas incursiones (932) cruzó la sierra de Guadarrama, arrasó la ciudad de Magerit (Madrid), pasó a cuchillo a sus habitantes y unos días después hizo lo mismo con la población de Talavera de la Reina (Toledo).
Ramiro permitió a Fernán González cierta autonomía en la gestión de sus condados. Ambos lucharán juntos contra las tropas musulmanas en unión de navarros y zaragozanos, una colaboración que desemboca años más tarde en la victoria de Simancas (939) donde el califa de Córdoba sufre la peor derrota de su vida. El resultado tuvo una gran repercusión porque le permitió repoblar las tierras segovianas de Sepúlveda, es decir, el sur del Duero, hasta ese momento límite entre moros y cristianos. Poco a poco el condado de Castilla crece en extensión, aumenta el prestigio y la codicia de Fernán González que se siente más poderoso, lo que le lleva a enfrentarse al mismísimo monarca enfadado por la entrega al conde de Monzón de unas tierras recién ganadas a los árabes. Fernán termina en prisión pero por poco tiempo porque no estaban las cosas para prescindir de buenos caballeros. Ramiro II actúa con inteligencia y prepara la boda de su hijo Ordoño con Urraca, hija del conde. De repente pasa de ser prisionero a formar parte de la familia real con el nombramiento oficial de conde de Castilla y consuegro del rey. A partir de ese momento el título le pertenecerá para siempre y será hereditario entre su familia.
Luego llegaron tiempos difíciles de rebeliones y torpezas sin sentido después de la muerte de su soberano en 956. Con Ordoño III en el trono el reino entra en un periodo de constantes guerras civiles que son aprovechadas por el buen conde para sacar beneficios. Primero apoya a Sancho el Gordo, el cual es derrotado por su hermanastro Ordoño, y más tarde hace lo propio con Ordoño el Malo. Pero la jugada no le salió muy bien y en la batalla de San Andrés de Cirueña fue apresado por los navarros que junto a los musulmanes defendían los derechos al trono de Sancho I una vez curado de su hidropesía. A cambio de la libertad y de no ser entregado al califa Al-Hakam II, sucesor de Abderramán III, muerto en 961, juró fidelidad a Sancho. Casi al final de su vida tuvo que pedir una tregua a Córdoba para evitar los ataques musulmanes que hacían peligrar la estabilidad de Castilla. Fernán González, que nunca fue rey y que no conoció la independencia absoluta de su territorio pero sí marcó las bases, murió en 970 dejando una herencia de gran valor fundamentada en la lengua castellana, en la libertad y en el espíritu guerrero de sus gentes. Su cuerpo fue enterrado primero en el monasterio de San Pedro de Arlanza y finalmente fue llevado a la colegiata de Covarrubias cuando el cenobio burgalés cayó en el olvido.

(Javier Leralta)

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