miércoles, 28 de agosto de 2019

Asentamientos de Guardamar del Segura

Guardamar del Segura cambió su ubicación original tras sufrir los efectos del Terremoto de Torrevieja.
Existen diferentes asentamientos fenicios, íberos, romanos e islámicos en diversas partes del municipio de Guardamar del Segura, así como en el cerro sobre el que se erigía, antaño, el castillo y la antigua ciudadela. Esta ubicación se abandonó tras ser asolada durante una serie de seísmo ocurridos en el año 1829. Las primeras tres décadas del siglo XIX estuvieron marcadas por una alta sismicidad que afectó, sobre todo, al sureste peninsular y, más concretamente a la Gobernación de Orihuela. Gracias al trabajo de campo que realizó el ingeniero José Agustín de Larramendi, con motivo del fuerte terremoto del 21 de marzo de 1829 y posteriores, podemos saber que, anteriormente, hubo seísmos de magnitudes similares en los años 1802, 1823 y 1828, así como centenares de réplicas o movimientos de tierra de menor magnitud que, en conjunto, formarían parte de una serie de seísmos, sobre todo los ocurridos entre septiembre de 1828 y abril de 1829.
Tal fue la actividad sísmica de la zona que, llegado el fatal día del 21 de marzo de 1829, muchas de las casas y demás edificaciones ya se encontraban seriamente dañadas. Diferentes investigadores estiman que la magnitud de este seísmo debió ser de en torno a 6,6 en la escala de Richter. Pero Guardamar del Segura, que hasta entonces se erigía en la ciudadela amurallada situada al norte del castillo (adosada a este) y, frente a esta (extramuros), en lo alto del cerro, resistió aquel día para, dos días más tarde, el 23 de marzo, ser finalmente asolada por otro seísmo que afectaría, principalmente, a esta población y a San Fulgencio.
Larramendi indicaba en su escrito que en Guardamar habían fallecido ocho vecinos a causa de los terremotos, de un total de 389. Almoradí fue la población que sufrió más bajas, lugar en el que los altos edificios colapsaron sus estrechas calles, aplastando a quienes se encontraban en estas. El mismo ingeniero fue quien se encargó de redactar los proyectos de reurbanización de los pueblos que habían quedado asolados y, así, determinó que el nuevo núcleo se debía erigir entre el cerro del castillo y la costa. La nueva planta se caracterizaba, sobre todo, por contar con calles más anchas y casas de una sola altura, en las que se debían realizar diferentes mejoras, respecto a las anteriores, para evitar que los tejados cayeran con facilidad. De este modo, Larramendi fijaba una serie de normas que determinarían la imagen de Guardamar, y de otros pueblos, con el fin de minimizar los daños en caso de que ocurriesen, de nuevo, tan graves seísmos. Pero, tal vez, a nivel general no se han tenido en cuenta sus normas.
Ya en su nueva ubicación Guardamar fue, de nuevo, amenazada por la propia naturaleza, aunque en este caso se pudo actuar con antelación para evitar males mayores. Fue a finales del siglo XIX, cuando el incesante avance de las dunas comenzó a sepultar diferentes campos de cultivo, así como algunas casas del municipio. En esta ocasión, el ingeniero forestal aspense Francisco Mira y Botella se hizo cargo del asunto y, en este sentido, determinó plantar miles de pinos, palmeras, eucaliptos y numerosas plantas sobre las propias dunas. Los trabajos se llevaron a cabo durante los primeros años del siglo XX y, finalmente, las raíces de los diferentes árboles y plantas consiguieron frenar el avance de las dunas.
Guardamar fue reconstruida una vez y salvada de ser sepultada. Una noticia, aparecida en prensa en 2016, informaba acerca de un estudio sobre la vulnerabilidad sísmica en la zona, calificando a Torrevieja como la población con más riesgo, en la cual, en torno a un 30% de sus edificios resultarían dañados ante un temblor de intensidad VII o mayor. Además, Crevillente, Elche y Orihuela sufrirían similares desperfectos, según el citado estudio. Los expertos estiman que el periodo de retorno sísmico es de 500 años, aunque podría ocurrir en cualquier momento.

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