En 1610 el inquisidor Alvarado pasó varios meses en Zugarramurdi, obteniendo como resultado cerca de 300 personas presuntamente implicadas en prácticas brujeriles. Cuarenta de ellas fueron llevadas a Logroño, donde estaba constituído un Tribunal del Santo Oficio. 18 encartados admitieron tras penoso tormento haber mantenido reuniones con el diablo, de los cuales ocho fallecieron presos y el resto fueron condenados a la pérdida de sus bienes y a prisión perpetua en la mayoría de los casos. De los 11 procesados que negaron hasta el final las acusaciones del fiscal, seis fueron quemados vivos y los otros cinco que habían fallecido en prisión, fueron quemados en efigie.
En el bello pueblecito de Zugarramurdi hoy ya nadie cree en brujas. Sin embargo, ello no obsta para que los naturales del lugar muestren a los visitantes la grandiosa cueva en la que se celebraban los akelarre diabólicos, los dormitorios de las brujas, la sala del macho cabrío y hasta el confesionario donde las brujas se acusaban de sus buenas acciones ante Satanás. El prado conocido como akelarre, situado a la entrada de las cuevas del macho cabrío, ha visto proyectado su nombre al léxico brujológico. Las cuevas de Zugarramurdi son visitadas por miles de personas deseosas de acercarse a la cuna del misterio. El lugar, de belleza incomparable, sirve de marco cada 18 de agosto para el zikiro-jatea, reunión gastronómica con carnero asado in situ como protagonista .Pero si se quiere revivir el ambiente brujeril, nada como el akelarre un tanto “sui generis” que organizan las gentes del lugar la noche del sábado anterior a la víspera de San Juan (24 de junio) en el que no faltan las brujas, los zampantzarrak de Ituren con sus enormes cencerros y por supuesto, la música autóctona que anima a prolongar el jolgorio hasta muy entrado el día siguiente.
(Mirahoteles)
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