martes, 31 de octubre de 2017

Alfonso el Batallador

La historia es una ciencia sujeta a los caprichos de las circunstancias y a las debilidades de los hombres. Pedro I, rey de Aragón, murió prematuramente en el valle de Arán en 1104 sin dejar un heredero al trono una vez que su hijo Pedro había muerto sin descendencia un año antes. Había estado casado con Inés de Aquitania (1086) en primeras nupcias con quien tuvo al infante y después con María, hija del Cid, cuyo matrimonio no dio frutos a la corona. El monarca aragonés había gobernado de forma brillante durante una década recuperando las plazas de Huesca, Barbastro y Calahorra y obligando a los jefes musulmanes al pago de parias para evitar ataques y asegurarse la tranquilidad. La muerte le sorprendió cuando la cuestión sucesoria estaba sin resolver y hubo que buscar a un familiar cercano, a su hermano Alfonso, para que se hiciera cargo de la empresa, toda vez que su otro hermano mayor, Fernando, había muerto antes de 1094.
Alfonso el Batallador ya conocía de cerca la política cristiana de la época que consistía en el hostigamiento y en la pelea casi permanente con el enemigo moro. La educación guerrera recibida le sirvió para participar activamente al lado de su hermano en varias conquistas como la toma de Huesca, lograda en la sangrienta batalla de Alcoraz, al sur de la ciudad, el 28 de noviembre de 1096. La situación bélica del momento, unido al ambiente de cruzada que se respiraba en el mundo cristiano después de las propuestas del papa Urbano II de ir a Tierra Santa para liberar Jerusalén, fortalecieron los ideales militares de Alfonso I que, con razón y justicia, se hizo merecedor del sobrenombre con el cual ha pasado a los libros de historia. Durante los treinta años que duró su mandato duplicó la extensión de Aragón dejando las fronteras en los actuales límites de la comunidad aragonesa.
Cuando subió al trono, el territorio de Aragón se extendía a lo largo de la actual provincia de Huesca y era incapaz de crecer hacia oriente y occidente por estar al abrigo de los condados catalanes y de Navarra; en cambio si podía mirar al sur donde el único obstáculo era el reino de taifas de Zaragoza en cuyo empeño puso gran parte de su coraje. Desde que tomó la vara de mando y se ciñó la corona real, Alfonso, armado de una profunda religiosidad y siempre pensando como caballero cruzado, se obsesionó por conquistar Zaragoza y Lérida con el fin de abrir una ruta marítima por las costas de Valencia y Tortosa que le permitiera embarcar hacia Jerusalén. La Crónica de San Juan de la Peña define al rey de Aragón como "varón dotado de gran valor y animosidad" y así fue como Alfonso I fue ganando terreno a los musulmanes, a base de pundonor, estrategia y fe, sobre todo mucha fe. En una primera etapa (1104-1110) conquistó las tierras de Ejea, Tauste, Tamarite y San Esteban de Litera con el fin de preparar las ofensivas de Tudela, Zaragoza y Lérida, proyectos que tuvo que aparcar debido a los problemas sucesorios de Castilla y a la llamada de los nobles francos que le encomendaron la custodia de sus territorios mientras luchaban en las cruzadas.
Después, entre 1118 y 1122, volvió a la carga recuperando las ciudades y villas de las cuencas del Ebro, Jiloca y Jalón. En diciembre de 1118 cayó Zaragoza y después fueron cambiando de amo y creencia las plazas cercanas de Tudela, Fitero, Tarazona y Borja; más tarde consiguió arrebatar a los africanos las importantes villas de Agreda (Soria), Calatayud y Daroca, estratégicos lugares para seguir el avance hacia el sur camino de los campos de Molina y Teruel. Por aquel entonces las tierras conquistadas eran objeto de un plan de repoblación con el fin de asentar fronteras y facilitar la estabilidad en la zona. Con estos fines se crearon cofradías religiosas y se redactaron los fueros de Belchite, Calatayud y Daroca otorgando interesantes beneficios fiscales a los pobladores. Alfonso dedicó sus últimos años a preparar los ataques a Valencia y Lérida pero con poco éxito. Por un lado, la alianza entre el conde de Barcelona y el rey de Castilla impidió que los hombres aragoneses alcanzaran la costa mediterránea; y por otro, el ataque a Lérida se resolvió con una dura derrota de las tropas cristianas en los campos de Fraga (17 de julio de 1134), batalla que acabó con su reinado e incluso con su vida como aseguran algunas fuentes. En definitiva, Alfonso I dedicó todo su reinado a la cruzada contra los almorávides y reyezuelos de taifas, de ahí su apodo de Batallador.

(Javier Leralta)

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