Rodrigo fue uno de los grandes hombres de su tiempo, de eso no hay duda como demuestran los diferentes trabajos publicados sobre su vida. Nació hacia 1180 en la villa navarra de Puente la Reina, importante referencia del Camino de Santiago. Luego estudió leyes, filosofía y teología en las universidades de Bolonia y París llegando a adquirir una gran cultura y a dominar siete idiomas. Hombre de férrea voluntad, enérgico, testarudo, ilustrado y emprendedor, fue el encargado por el rey de Navarra de negociar una paz con Alfonso VIII en 1207, entrevista que sirvió para que el rey de Castilla se fijara en su capacidad y conocimientos. A partir de este hecho sus carreras eclesiástica y política fueron fulgurantes. Sin haber ocupado el puesto de obispo de Osma (Soria), fue elegido arzobispo de Toledo, cargo que llevaba implícita la responsabilidad de canciller del Reino, es decir, sustituto del rey en caso de apuros hereditarios.
Una de sus grandes empresas fue la preparación de la cruzada de Las Navas de Tolosa y la posterior defensa de la frontera del Tajo para evitar nuevos acosos almohades.
Fiel consejero del rey castellano, estuvo siempre a su lado hasta el último viaje. Su actividad política decayó un poco coincidiendo con la regencia de Enrique I, pero no perdió el tiempo pues en los dos años de su estancia en Roma hizo una defensa en varios idiomas de la primacía de la mitra toledana sobre el resto de las diócesis hispanas que causó gran admiración en la Santa Sede.
Sus últimos logros fueron la tregua de paz con el Reino de León, ya en tiempos de Fernando III, y la unión de ambas coronas después de la muerte de Alfonso IX de León en 1230.
En el plano de la cultura sobresalió por ser el impulsor de la construcción de la catedral de Toledo y el responsable de otros notables edificios toledanos como la sinagoga de Santa María la Blanca y la iglesia de San Román (actual Museo de los Concilios y Cultura Visigoda); aunque su nombre también aparece asociado a otras grandes obras arquitectónicas como los monasterios de Santa María de Huerta (primer templo del Cister en Castilla) y Fitero, el palacio arzobispal de Alcalá de Henares y la colegiata de Talavera.
Dentro de su labor literaria hay que mencionar su famosa e imprescindible De rebus hispaniae, la Historia de los Hechos de España, crónica de una importante época de nuestro pasado medieval, y su participación en dos obras de mucha entidad para los investigadores: los Anales Toledanos y la Crónica del Santo Rey Fernando.
Murió el 10 de junio de 1247 en Ia ciudad francesa de Lyon y su cadáver fue enterrado en su monasterio soriano de Santa María de Huerta no sin antes habérsele extraído sus visceras y cerebro, quizá para el estudio de su talento y buen hacer.
Desde principios del siglo xvi su sepulcro ha sido abierto varias veces por motivos religiosos o razones científicas. En una de ellas (1558) los encargados de su apertura olvidaron colocar de nuevo el almohadón del cardenal, una de las joyas funerarias del ataúd. Está elaborado en tela de lino con hilos de seda de varios colores (oro, plata, rojo, verde, azul). El almohadón era un objeto muy apreciado en la Edad Media y su confección y número de ellos correspondía a la categoría del personaje que podía tener hasta cuatro. En el ajuar también se encontraron las vestimentas propias de un obispo como la mitra, la dalmática, los guantes y los alcorques, los chanclos con suela de corcho de Rodrigo.
(Javier Leralta)
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