domingo, 15 de octubre de 2017

Una novia para el príncipe

Los médicos de aquella época no conocían todavía los graves inconvenientes de la consanguinidad a la hora de procrear.
El archiduque Carlos, hijo del emperador Fernando I y primo hermano de Felipe, había fallecido siendo marqués de Stiria, dejando quince hijos a su viuda, entre ellos cuatro hijas llamadas Catalina, Gregoria, Leonor y Margarita, posibles candidatas a la mano del príncipe de Asturias.
De las cuatro, Leonor queda descartada por su mala salud, lo que no impedirá que sobreviva a sus tres hermanas.
Cuando se tienen noticias de que Felipe II está interesado en una de las princesas para esposa de su hijo, apresuradamente se llama a un pintor para que haga el retrato de las tres por separado y se envíen los cuadros a Madrid. Para poder identificar a las princesas, a modo de joya, se coloca en el cabello de cada una la inicial de su nombre: una C para Catalina, una G para Gregoria y una M para Margarita.
Cuando llegan los cuadros a la corte española, el rey indica a su hijo que escoja la que le parezca mejor y más atractiva, y entonces tiene lugar este curioso diálogo:
—Hijo mío, contemplad a vuestras primas y escoged a la que más os agrade. ¡Que el Señor guíe vuestro impulso!
—De ningún modo he de consentirlo, padre. Dejo el asunto en manos de vuestra majestad.
—Hijo, yo lo estimo, y con todo estimaré más lo que decidáis vos, puesto que ha de ser la compañera de vuestros cuidados y con quien os desahoguéis de ellos. Y como no quiero que os cueste el sonrojo de explicarme ahora la que elegís, llevaos los cuadros a vuestro cuarto, los reconocéis despacio, y el que más os agrade me lo remitís por medio de un gentilhombre, y en sabiendo vuestro gusto os lo restituiré.
—Yo, padre no tengo más elección que el gusto de vuestra majestad, quien se ha de servir de elegir, estando cierto que la que vos escogiereis, ésa me parecerá la más hermosa, y sin esta circunstancia no me parecerá la más perfecta.
No se puede imaginar conversación más absurda y que demuestre más a las claras la poca voluntad y personalidad del príncipe heredero.
Como dice muy bien González Cremona, el futuro Felipe III no estaba capacitado para gobernar. Y no por falta de capacidades propias, sino por la educación a que fue sometido por su padre.

(Carlos Fisas)

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