Si hacemos caso a un cronista navarro, Alfonso el Batallador debió morir el 7 de septiembre de 1134 en la aldea de Poleñino, a seis leguas de Huesca y a dos de Grañén. Fue enterrado en la fortaleza de Montearagón y posteriormente trasladado al pequeño panteón real de la capilla de San Bartolomé, en el claustro de la iglesia románica de San Pedro el Viejo de Huesca, donde ejerció de abad su hermano Ramiro.
Pero Alfonso I no pudo aún descansar en paz hasta pasados varios años debido a la aparición en escena de un curioso personaje que se presentó en la corte con su nombre, como el auténtico rey de Aragón, todavía vivito y coleando. Hubo gente que se creyó el engaño y hasta fue tratado como el verdadero monarca. Luego se demostró que se trataba de un farsante, de un herrero que huyó a Francia cuando se enteró de que estaba en situación de búsqueda y captura por su descabellada idea. En el país vecino fue protegido por Luis VII pero al final, el entonces rey de Aragón, su sobrino-nieto Alfonso II el Casto, consiguió la extradición del farsante ordenando su muerte en horca en 1181.
Pero Alfonso I no pudo aún descansar en paz hasta pasados varios años debido a la aparición en escena de un curioso personaje que se presentó en la corte con su nombre, como el auténtico rey de Aragón, todavía vivito y coleando. Hubo gente que se creyó el engaño y hasta fue tratado como el verdadero monarca. Luego se demostró que se trataba de un farsante, de un herrero que huyó a Francia cuando se enteró de que estaba en situación de búsqueda y captura por su descabellada idea. En el país vecino fue protegido por Luis VII pero al final, el entonces rey de Aragón, su sobrino-nieto Alfonso II el Casto, consiguió la extradición del farsante ordenando su muerte en horca en 1181.
(Javier Leralta)
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