El tercer rey en participar en la batalla de Las Navas de Tolosa junto a Alfonso VIII y Sancho el Fuerte fue Pedro II de Aragón (1177-1213), padre de Jaime el Conquistador, coronado por Inocencio III, que puso su reino bajo la protección de Roma comprometiéndose, además, a pagar a la Santa Sede un tributo anual, lo que provocó un aumento de la presión fiscal. A cambio, el papa le concedió el favor de que los reyes de Aragón pudieran ser coronados en la Seo de Zaragoza por el arzobispo de Tarragona. Estos beneficios religiosos le permitieron recibir el mencionado apodo.
Lo más llamativo de su mandato fue la lucha histórica contra el pueblo albigense o cátaro [puro, perfecto] que le partió el corazón. Por un lado, fiel a su mote, participó en la cruzada contra los infieles en la región francesa de Occitania, actual región de Languedoc (Carcasona, Toulouse, Albi), que defendían una teoría alejada del dogma católico. Los "hombres buenos" —como se llamaban en realidad- pensaban que los juramentos eran un pecado porque unían a los hombres con el mundo material y su filosofía religiosa defendía el enfrentamiento entre dos mundos en conflicto, el terrenal, creado por Satán, y el espiritual, obra de Dios. Todos los objetos materiales y obras del hombre estaban contaminados por el pecado, creado en el cielo. Una propuesta muy peligrosa en una sociedad analfabeta que cerraba tratos comerciales y particulares con contratos de juramento, sin firmas ni escrituras por medio.
El caso es que esta filosofía de vida recibió un fuerte apoyo popular, incluidos nobles y obispos, haciendo peligrar el poder de la iglesia en aquella zona independiente que se disputaban Francia y Aragón. Había que combatir al enemigo como fuera y en esa labor participaron desde el santo burgales Domingo de Guzmán (natural de Caleruega), fundador de los dominicos, hasta el noble Simón de Montfort, principal protagonista de la cruzada albigense. La población occitana fue asediada durante años, a veces con buenas razones y otras con métodos expeditivos como la hoguera. En Béziers, por ejemplo, gran parte de la población fue asesinada en 1209 a manos de las tropas católicas dirigidas por el prior del Cister y legado papal, Arnaud Amaury, quien pronunció la célebre frase: "Matadlos a todos, que Dios reconocerá a los suyos", haciendo referencia a que era imposible diferenciar entre buenos y malos, es decir, entre herejes y católicos. Muchos historiadores ponen en duda la autenticidad de aquel comentario tan letal.
Ante ese panorama, Pedro II tuvo que decidir entre apoyar la cruzada albigense o defender a su pueblo vasallo de los abusos del barón de Montfort (Raimundo VI, conde de Tolosa y señor del territorio., era cuñado del rey católico), y eligió la segunda opción, contraria a la opinión del papa. En septiembre de 1213 se enfrentaron en el castillo de Muret, cerca de Tolosa (Toulouse), los dos bandos contrarios, por una parte tolosanos y aragoneses, y por otra el Ejército de Simón de Montfort apoyado por el papa Inocencio III. En la batalla perdió la vida Pedro el Católico y la represión contra los cátaros se mantuv© hasta el asedio de la ciudadela de Montsegur (de mayo de 124 marzo de 1244) donde fueron arrojados a la hoguera más de doscientos seguidores en el Prat des Cremats [Prado de los Quemados], al pie de la fortaleza. Dicen que el último líder cátaro murió a comienzos del siglo XIV.
La muerte de Pedro terminó con las pretensiones catalano-aragonesas de anexionarse el Mediodía francés.
(Javier Leralta)
No hay comentarios:
Publicar un comentario