martes, 17 de octubre de 2017

La maldición del infante rebelde y los testamentos del rey

Las graves acusaciones que había vertido Sancho contra su padre justificando su incapacidad para gobernar fueron respondidas convenientemente por Alfonso X. No olvidemos que el infante había comentado "que el rey está demente y leproso, que es falso y perjuro en muchas cosas, que mata a los hombres sin causa, como mató a don Fadrique y a don Simón". Tales palabras fueron contestadas por el monarca de forma enérgica el 8 de noviembre de 1282, medio año después de los sucesos, con esta sentencia: "Por consiguiente, dado que el sobredicho Sancho nos causó impíamente las graves injurias indicadas y muchas otras que sería largo escribir y referir, sin temor alguno y olvidando de todo punto la reverencia paterna, lo maldecimos, como digno de la maldición paterna, como reprobado por Dios y como digno de ser vituperado por todos los hombres, y viva siempre en adelante víctima de esta maldición divina y humana, y lo desheredamos a él mismo como rebelde contra nosotros, como desobediente, contumaz, ingrato, más aún hijo ingratísimo y degenerado (...)"
Curiosamente un año después (8 de noviembre de 1283), Alfonso X firmaba su testamento en Sevilla con su sello personal, un texto autobiográfico, literario, expresivo y muy duro contra su hijo que dejaba zanjada la discusión del heredero a la corona. Ni derecho tradicional ni nueva legislación, el testamento dejaba fuera de la línea de sucesión a todos sus hijos varones y apostaba por el mayor de sus nietos, es decir, por el infante Alfonso de la Cerda, decisión no deseada por el monarca pero única salida para solucionar el contencioso. No había más opciones aunque el rey, previsor como el que más, introdujo una cláusula inviable y alejada de toda lógica según la cual, en caso de fallecimiento del heredero —aún muy joven— se haría cargo de Castilla el rey de Francia: "porque viene derechamente de línea derecha de donde venimos".
Poco antes de morir, Alfonso X retocó el testamento (10 de enero de 1284) con una segunda revisión o codicilo (disposición de última voluntad) conmovedor donde explicaba el destino de sus pertenencias.
Sus restos mortales serían enterrados en la iglesia de Santa María la Real de Murcia y su corazón en el monte Calvario de Jerusalén, una voluntad no respetada pues su cuerpo fue trasladado a la catedral de Sevilla y su corazón a la de Murcia. El encargado elegido para ejecutar los traslados fue el maestre del Temple Juan Fernández, beneficiado con el caballo y las armas del rey y una suma de mil marcos de plata para misas por su alma cantadas en el Santo Sepulcro. Sus libros y objetos personales más preciados serían enterrados con su cuerpo, entre ellos el Espejo Universal las Tablas Alfonsíes, las Cantigas, el Setenario. Nada de ello se cumplió.
El 23 de marzo de 1284, poco antes de morir, Alfonso X envió al papa una carta comunicándole la intención de perdonar al infante Sancho como recoge su Crónica, aunque el documento en cuestión nunca ha aparecido. 
El día 4 de abril fallecía el rey en Sevilla y con él se cerraba uno de los periodos más gloriosos de la cultura española, sólo equiparable al Siglo de Oro de nuestras letras. Terminaba la Reconquista y el esfuerzo por alcanzar la integración de todos los pueblos peninsulares, judíos, moros y cristianos. No hay duda de que fue un gran rey, un rey desgraciado, sí; desacertado a veces, también; contradictorio, polifacético, pero un rey que ha pasado a la historia con letras mayúsculas que se adelantó a su tiempo en más de un siglo. En definitiva, un rey sabio.

(Javier Leralta)

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