En la Iglesia de la Natividad de Nuestra Señora del pueblo de Martioda, muy cercano a la ciudad de Vitoria, se custodian los restos de una singular historia. Corría el mes de setiembre del año 286 después de Cristo, y el Imperio Romano en su empeño en frenar a los bárbaros y sofocar la rebelión de los pueblos, dispuso para tal cometido a la llamada Legión Tebana, formada por soldados cristianos procedentes de Egipto. Esta legión comandada por el que después sería recordado como San Mauricio, llegó a los Alpes y allí recibieron la orden del Emperador Maximiano de exterminar a todos los cristianos que no aceptaran convertirse al culto romano.
Como la mayor parte de los soldados de la legión eran cristianos se negaron a cumplir con tal orden; por lo que el emperador ordenó ejecutar a uno de cada 10 soldados de la legión mientras no obedecieran la misma. Las ejecuciones no sirvieron para hacer cambiar de opinión a los legionarios, así que Maximiano decidió que la legión tebana fuera aniquilada. De esta manera los soldados ejecutados de la Legión Tebana se convirtieron en mártires de la fe cristiana.
En la sacristía de la Iglesia de Martioda se guardan huesos y cráneos que según cuenta la tradición pertenecen a aquellos mártires que formaron parte de la Legión Tebana.
Durante el cristianismo primitivo se veneraba a los que habían dado la vida por sus creencias en Jesucristo, pensando que quienes habían padecido martirio eran los únicos que lograban entrar inmediatamente en el Paraíso. Este culto se llevaba a cabo en los lugares donde se enterraban a los mártires generando así peregrinaciones. Sin embargo, ya que no todos los cristianos se podían permitir viajar a los sitios donde se custodiaban los cuerpos de los mártires se impuso la costumbre de su traslado. Las catacumbas romanas fueron una fuente de restos de mártires que se fueron exportando a muchas partes del mundo. Pero las catacumbas se fueron deteriorando por lo que los mártires se trasladaron a las basílicas y templos. Cuando en el siglo XVI fueron redescubiertas surgió un fanático interés por recuperar las reliquias de los santos allí enterrados. La donación de las reliquias iba acompañada de la correspondiente documentación papal que acreditaba su autenticidad. Hasta que el Papa Pio IX no prohibió este tráfico de santos mediante un decreto, muchos de esos cuerpos vinieron a España a través de las gestiones efectuadas por Isabel II y sus embajadores en Roma.
(Euskadi Mágico)
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