lunes, 9 de octubre de 2017

Valle de Iruelas

El valle de Iruelas es un escondite vegetal de robles, castaños y alisos en las estribaciones orientales de la sierra de Gredos. Bellos bosques de caducifolias que a lo largo del año pintan de colores las montañas de granito entre las enormes extensiones de pino resinero procedentes de las repoblaciones forestales de las últimas décadas. Pequeñas y aisladas manchas boscosas que extrañamente se han librado de las talas arrolladoras que ha sufrido la zona para favorecer las dos principales explotaciones de estas montañas del Sistema Central: la resina y la madera de pino. Para subir a los robles hay que recorrer la vieja pista forestal de la garganta de la Yedra hasta llegar muy cerca de las lomas cimeras. Es preciso acercarse a la cabecera de los barrancos, al nacimiento de las energías puras, arriba, donde los primeros rayos del sol encienden las heladas copas de los árboles y los robles se aprietan unos contra otros en su silenciosa reunión de amos del bosque. Y desperdigados por todas partes, asalvajados y viejos, gordos y grandes como mastodontes vegetales, aparecen castaños imponentes y luminosos ocupando los espacios vacíos. La zona de recreo es un excelente punto de partida de marchas senderistas por las frondosas masas forestales de unas montañas que todavía enseñan sus relieves con amabilidad, antes de comenzar a formar las grandes cumbres de Gredos, de extrañas y complicadas geografías, en las inmediaciones del puerto del Pico.
Pasear por el valle de Iruelas es cómodo y ameno. Perderse entre los robles es elemental. Caminando sin sentido hacia el origen de los elementos, de repente el bosque se abre, el cielo entra en la masa forestal despejando la oscuridad de los árboles y aparecen las montañas peladas y unas vistas infinitas para contemplar. En las cumbres, rodeados de bosques, cielos y horizontes montañosos, los valles se ven lejanos y silenciosos en un paisaje manchado de pueblos y cultivos, agrietado por carreteras y caminos, transformado por el hombre en su mundo particular, reservando para la naturaleza las zonas más inhóspitas y solitarias de las montañas, las cumbres agrestes y los barrancos inaccesibles. Lugares de aires transparentes que son el refugio de los últimos bosques de nuestra geografía.

(Juan José Alonso)

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