lunes, 11 de noviembre de 2019

Leyenda de los amantes aplastados

Existía en esta ciudad una pobre viuda que sólo contaba para su subsistencia con el jornal de un hijo, el que contrajo relaciones con la mujer de un aceitero del barrio de Santa Marina. Concertaron salir una noche al campo, donde cenarían juntos; mas para ello necesitaba algún dinero y, yendo el joven a su casa, pidió a la madre el que tenía, así como algunos de sus preparativos.
Los pocos recursos con que contaban hizo que se le negasen. De aquí se entabló una reyerta que, aumentándose, llegó al extremo de que aquél insultara a la que tanto respeto debía, acabando por darle de golpes y quitarle cuanto se le antojó, marchando en busca de su querida. La pobre viuda, deshecha en lágrimas, no sólo protestaba de una acción tan indigna, sino que se hincó de rodillas, clamando al cielo una venganza que ella no podía tomar. Palabras vertidas en aquel momento de dolor, mas nunca interesándose el corazón; esto no podía ser contra su hijo.
Éste unióse a la mujer del aceitero y, saliendo juntos por la puerta del Colodro, notaron un portillo abierto en la cerca del molino, por el cual entraron, eligiendo aquel lugar para el logro de sus deseos. Allí estaban en completo descuido cuando se cayó la pared que tenían más cerca, dejando a los dos completamente aplastados.
Cuando por la mañana avisaron a don Andrés de la Cerda extrañó la noticia, por considerar la pared en buen estado; mas creció la sorpresa de todos al ir a separar los escombros, pues encontraron los cadáveres de modo que no dejaba duda del intento que allí los había llevado. Acudió mucha gente, entre ella la pobre viuda, quien, con lágrimas de dolor y arrepentimiento, contó lo ocurrido con su hijo. Todos consideraron providencial aquel suceso, de que se ocuparon hasta algunos predicadores.

Leyenda procedente de Paseos por Córdoba de Teodomiro Ramírez de Arellano

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