miércoles, 20 de noviembre de 2019

Leyenda de Peñarroya

Me llamo Uso y vivo en lo alto de una montaña muy especial, es de roca roja, aunque cuando bajo al valle a buscar bayas desde allí se ve en la parte alta una mancha blanca que discurre hacia abajo, parece que le ha nevado encima.
En esta montaña hay una gran cueva que nos proporciona abrigo a los cuarenta y dos miembros de la comunidad. Es una cueva confortable al abrigo del frío, aunque tenemos un poco de humedad, pues cae algo de agua que forma como unas columnas en el interior, pero así no tenemos que desplazarnos a por agua.
Hoy hemos salido por la mañana todos los hombres de la comunidad. El que vigila la caza nos ha avisado que ha visto una manada de ciervos cerca del barranco. Las mujeres se han quedado en la cueva preparando el fuego, pero los ciervos han sido más listos y no hemos podido alcanzarlos, aunque hemos llegado de noche al refugio.
Los hombres hemos pasado la mañana preparando las puntas de flechas para la próxima jornada de caza. Los niños recogían unas plantas que nos gustan mucho que se llaman “tucas” y que las mujeres preparan ricamente con unos huevos de pájaro. En la tarde he ido al canto de la “Piedra Roja” y observaba a los toros que hay en la montaña del otro lado del valle.
Hoy el vigilante ha vuelto a ver la manada de ciervos, esta vez hemos sido más silenciosos y hemos logrado dar caza a dos hembras y una cría. Cuando hemos llegado a nuestra morada hemos recibido las felicitaciones de la tribu. Las mujeres nos ponían por encima pieles de otros animales que ya habíamos cazado antes, esto se hace para que los espíritus de los animales nos guíen a sus manadas en la próxima cacería. Los niños nos cogían nuestras lanzas y flechas para evocar a nuestros espíritus y que los conviertan en grandes cazadores. A la tarde hemos quitado la piel a nuestras presas y mientras los hombres las cortábamos a pedazos, las mujeres limpiaban las pieles para convertirlas en mantas o ropas que llevamos puestas. Los niños mientras tanto prestaban atención a nuestras labores para aprender. En la noche todos juntos, al calor de la hoguera, hemos comido carne puesta en el fuego. Ya hacía mucho que no la comíamos… los rebaños son cada vez más escasos.
Hoy no hace falta buscar nada, pues tenemos abundante carne, hierbas ricas y también sabrosas bayas.
Con la sangre que recogí de las ciervas y algo de tierra les explico a los más pequeños de la tribu como es una jornada de caza y les dibujo en la pared como nos aproximamos al animal. Se trata de una tarea agotadora, pues los pequeños tienen muchas preguntas que hay que responder.
En la mañana nos hemos despertado con un susto: la cueva se movía y no sabemos por qué. Nuestra morada se ha dañado un poco, ha aparecido alguna grieta que me preocupa. Por la tarde, una de las mujeres se ha puesto de parto, la nueva criatura es una hembra y está muy gorda. En la noche, los lobos se han acercado hasta la cueva, han debido de oler a la nueva criatura, pero gracias al fuego que hemos dejado en la entrada no se han atrevido a entrar.
A media mañana, cuando me encontraba mirando al valle desde la “Piedra Roja”, la tierra ha empezado a moverse otra vez, pero hoy ha sido con más fuerza, casi no me tenía de pie. Cuando todo ha pasado he corrido hasta la cueva y me he encontrado con lo que me temía. Parte de nuestro refugio se ha desprendido de la roca y nos hemos quedado con un buen trozo al descubierto. Por la noche los hombres de la tribu nos hemos reunido y como jefe me han pedido consejo.
La noche ha sido muy larga, he estado toda la noche sin poder dormir, pensando en nuestro futuro. Hay una idea que me ronda por la cabeza desde hace días, pero no me atrevo a comunicarlo a la tribu, pues no sé si es lo que más nos conviene y esta duda me hace pensar que no soy un buen jefe, pues si lo fuera sabría lo que tengo que hacer con mi tribu.
Mi idea es bajar al valle donde no tendríamos tanto frío, las manadas de los toros las tendríamos más cerca y también las bayas y el agua de ese río caudaloso. Pero en mis excursiones al valle no he encontrado ningún refugio donde meternos y además no está bien abandonar a los espíritus de nuestros antepasados. No sé qué hacer ni qué decirle a mi tribu. Hoy he estado todo el día meditando en el canto de la “Piedra Roja”.
A la mañana, la mujer que comparte conmigo el lecho, me ha preguntado qué es lo que pensaba hacer. Yo le he contado mi preocupación y ella se ha ofrecido a bajar al valle conmigo para darme su opinión. Hemos estado todo el día juntos, viendo cada rincón del valle. Me ha dicho que podríamos bajar a vivir aquí, es más cálido, hay más alimento y abundante agua. Además, con el barro, me ha dicho que las mujeres que son más habilidosas que nosotros, podrían fabricar alguna especie de abrigo y que por los antepasados no nos tenemos que preocupar, pues ellos nos guiarán desde el alto de la montaña. Esta noche creo que voy a dormir mejor.
A primera hora de la mañana he reunido a la tribu y les he explicado la imposibilidad de seguir viviendo aquí y que tenía la solución de bajar al valle. Los más ancianos no lo han visto con buenos ojos pero tienen que obedecer al jefe. Les he ordenado que recogieran nuestras pertenencias y que estuvieran listos para bajar cuando el sol estuviera en lo más alto.
Cuando emprendíamos la salida hacia el valle un nuevo temblor de la tierra ha sacudido nuevamente la montaña. Esta ha sido la más fuerte de todas, algunas mujeres, los ancianos y todos los niños han caído al suelo. La nueva criatura ha muerto del golpe. Nuestra cueva ha desaparecido, ahora es sólo un abrigo donde se pueden ver mis pinturas de caza.
Hemos pasado la primera noche en el valle, sin cubierto, pero no hemos pasado frío.
Los hombres nos hemos ido al monte donde están los toros y hemos cazado uno de gran tamaño. Las mujeres han empezado a construir pequeñas chozas donde estar a cubierto, mientras los niños se han acercado al río y han conseguido frutos y bayas. Me han dicho que esas tierras son buenas.
Esta va a ser nuestra nueva morada y se va a llamar “Monte Toro”.

Leyendas de El Obrador

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