martes, 12 de noviembre de 2019

Leyenda de Valloré- Montoro de Mezquita

El dios Valloré vivía en una zona cercana a un caudaloso río que en épocas de avenidas .
por los deshielos se cobraba la vida de más de un mortal.
Valloré era el dios de la belleza y de la ternura.
Un día en el que este dios paseaba plácidamente a orillas del río, presintió que se
avecinaba una gran avenida. Subió a lo alto de un cerro para contemplar la majestuosidad
de la bravura del agua. Miró a su izquierda y, al cabo de unos minutos, vió como se iba acercando una gran lengua de agua que lo arrasaba todo. Sus ojos avanzaban impotentes al mismo tiempo que lo hacía el río viendo toda la destrucción que iba dejando a su paso.
El río creció varios kilómetros a ambos lados en pocos instantes y en su recorrido al
batirse levantaba una gran nebulosa de agua en suspensión.
Valloré estaba nervioso, no sólo por el tremendo espectáculo que estaba viendo, sino
porque tenía un extraño presentimiento que no podía identificar. El estómago se le había
encogido hasta reducirse al tamaño de una nuez, el corazón le golpeaba tan fuerte el
pecho que creyó que se le iba a salir, su garganta no podía tragar la cantidad de saliva
que su boca generaba y todo su cuerpo estaba bañado por un sudor frío desde las sienes
hasta los pies, sin dejar ni un solo poro de su piel sin recorrer.
El tiempo parecía no tener prisa y haberse quedado dormido; los minutos parecían no
avanzar, las horas parecían siglos. Permaneció allí despierto y sin comer durante tres
días.
Fue al amanecer del cuarto día cuando el agua ya se había retirado lo suficiente como
para poder bajar y emprender el camino a casa. Pero en lugar de sentirse más sereno,
conforme se acercaba a lo que fue un bosque de hayas, el joven dios se sentía de cada
vez más agitado, su corazón latía tan fuerte que sintió que se le reventaban las sienes.
Hizo un alto en el camino convencido de que había llegado el final de sus días. Su
corazón no resistía más y la angustia le robaba el oxígeno. Cayó de rodillas en el barro y
cuando levanto los ojos hacia el cielo, descubrió entre las ramas de la que fue una
inmensa haya la figura de un ser humano.
Sacó todas las fuerzas de su interior y avanzó hasta él. Limpió el barro de su cara y
descubrió una mujer que aún vivía. La cogió en sus brazos y anduvo con ella entre aquel
lodazal hasta llegar a su casa. Su corazón recobró la vida y la felicidad, pues sabía que
esa era la mujer que amaría para siempre.
Allí la desnudó y la metió en su bañera, la limpió cuidadosamente, la secó y la cubrió con
una túnica de seda, la metió en su lecho y la tapó, le dio unos vapores para que
despertara y la cuidó.
Valloré se había enamorado de aquella mujer mortal que había encontrado en el lodazal y
desde ese día no vivió para otra cosa más que para cuidarla y protegerla.
El estado de su amada era muy débil después de aquella terrible avenida. Mientras que
se recuperaba empleaban el tiempo en hablar para conocerse.
Cuando ya la mujer se sintió fuerte, decidieron salir a dar un paseo, pero el terror se
apodero de ella pues no podía volver a ver aquel río que casi la mata.
Así fue como Valloré decidió buscar otro lugar para vivir con su amada.
Comenzaron su viaje y llegaron al valle de Montoro de Mezquita, donde después de
explorarlo decidió que al otro lado de la montaña de la “Peña del Campo” él mismo
construiría con sus manos arañando la tierra otro valle, angosto y aislado, franqueado por
impenetrables hocinos, para ofrecerle a su amada su nuevo y maravilloso hogar.
Así es como se formó el espectacular valle de Valloré, por el amor de un joven dios a su
amada mortal...

Leyendas de El Obrador

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