martes, 10 de marzo de 2020

Leyenda del Camino del albaricoquero de Baza

Sería en esta época cuando sucedió que en la margen derecha del camino hasta Caniles, existió un callejón llamado del Albaricoquero, al fondo del cual había un gran cortijo que era de un anciano llamado Antón Jorquera.
Fue asaltado, robado y acuchillado en una mala noche de luna llena cuando atravesaba este callejón para ir a su domicilio.
Conmocionó al pueblo de Baza la alevosa muerte de este respetable anciano.
Pese a los esfuerzos que realizaron los regidores y gentes de milicias, no se pudo dar con sus asesinos.
Se celebró en la Iglesia de la Mayor, una misa de corpore insepulto, y en un túmulo en su parte central se puso la caja con el cuerpo del anciano asesinado. Como tenía bastante riqueza, fue una misa en la que se consumió cera en demasía, cánticos al modo gregoriano y gran cantidad de agua bendita e incienso sobre el ataúd. Acudieron todos los señores sacerdotes de la ciudad, que eran muchos y a todos les abonó su estipendio la hija de Antón, el anciano.
No regateó en moneda alguna, ni a superiores nia inferiores. Todos: Prelados, sacerdotes, sacristanes, campaneros, músicos y monaguillos fueron bien pagados en aquel funeral.
Aquella muchacha, hija única, joven y huérfana, no dijo palabra alguna en la recepción del pésame, sólo unas lágrimas cayeron por sus mejillas, cuando llevaron al cadáver de su padre al cementerio de San Sebastián para darle sepultura. Fue su deseo el acompañarle.
Se dice que antes de darle sepultura se inclinó sobre el ataúd de su padre como para llorarle y los asistentes oyeron estas palabras: “Se hará, padre. Se hará como tú me dices”.
Sepultureros y acompañantes dicen que lo oyeron, pero estos estados se atribuyen al delirio de las personas. ¿Cómo iba a decirles unos deseos o darle unas órdenes un cadáver a su hija? ¿Sería ilusión de los que estaban en el campo-santo? ¿Sería justicia lo que había pedido el anciano asesinado a su hija?...
Quedó la hija sola en el cortijo. Semanas más tarde, apareció ahorcado en un árbol a la entrada del mismo, un conocido sacerdote, ecónomo de la Iglesia local.
No habría pasado un mes, cuando un maleante convicto, fue hallado muerto a mitad del trayecto entre el cortijo y al acceso al mismo desde el camino de Caniles. Había sido muerto de tres cuchilladas certeras.
Tomó este callejón tan mala fama, que se comentaba que el fantasma del viejo estaba en el mismo vigilando su propiedad y a su hija que adivinaba las intenciones de los viandantes y obraba en consecuencia.
Esta segunda muerte en pocos días y en el mismo lugar, dio lugar a la toma en consideración por la justicia de este misterioso asunto; se decidió por el Regidor y Alcalde del Crimen de la ciudad el tomar declaración a la joven por si pudiera aportar dato alguno sobre estas misteriosas muertes en el callejón.
Hablaron con la joven, y esta nada les aclaró, ya que nada dijo conocer de los muertos en el callejón de acceso a su cortijo.
Le preguntó el Regidor, si era cierto lo que se rumoreaba que en el cementerio había recibido órdenes de su padre de que realizara alguna cosa que el anciano no había hecho en este mundo y la joven dijo:
-Es cierto, me ordenó que no abandonase el cortijo, que había sido la ilusión de su vida, hasta que no viese realizada la venganza sobre sus asesinos.
-¿Y falta mucho para ello?- preguntó el Regidor.
—Esta misma noche vendrá y morirá el último- dijo la joven.
Aquella noche, puso el Regidor y Alcalde del Crimen de la ciudad un piquete de soldados, a la entrada del callejón para impedir que nadie pasara por el mismo, y a primera hora del amanecer, al ir a retirar la guardia, se encontró que un sargento había muerto misteriosamente en la noche.
Pasaron días y ya nada sucedía, hasta que una mañana pidió audiencia, para ver al Alcalde del Crimen, un tabernero, muy conocido en nuestra ciudad por lo aguado de sus vinos y el pelaje de sus parroquianos.
- Señor, aunque parezca extraño, los tres muertos del callejón del Albaricoquero, tienen relación entre si, pues una noche los tuve sentados en mi taberna y de cuando  en cuando mientras les servía les oí el nombre del viejo Antón, la palabra ducados y callejón.
Así que dándole vueltas a mi cabeza he llegado a la conclusión de que los tres se aliaron para robarle y matarle.
Como nada se podía probar, el Alcalde del Crimen, llamó a la hija de Antón. Le expuso la teoría del tabernero, a lo ella dijo:
-Es muy posible señor. Mi padre había hecho la venta de una partida de ganado aquel día a la Iglesia y el sacerdote era el ecónomo, luego sabía lo del dinero, pues lo había pagado el mismo, por eso el remordimiento de conciencia hizo se ahorcara.
El que asesinó a mi padre era un convicto que había sido puesto en libertad por el sargento de la guardia aquella misma noche a cambio de que robara a mi padre, para luego repartir el botín entre los tres cómplices. Se le fue la mano y lo mató.
El sargento, murió de miedo al ser nombrado por usted, para vigilar en esa noche el callejón, en el que había matado al preso cuando este iba a mi casa a robarme o matarme, o decirme quienes eran sus cómplices...
Como usted bien vé nada se puede probar, pero mi padre está vengado.
- Perdone- le dijo el Alcalde del Crimen a la hija de Antón — lo de que su padre le habló, es cierto?
- Tan cierto como lo que antes hemos hablado, pero tampoco se puede probar.

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