Sin embargo, el destino quiso que el reinado de Enrique fuera efímero, por no decir ficticio, pues en los pocos años que duró en el poder, Enrique nunca tomó decisión propia, y por no hacer, obviamente, tampoco consumó su matrimonio.
Un día de 1217 se encontraba el niño en un patio de su residencia en Palencia con varios amigos, cuando, en mitad de un juego, uno de los niños subió a un tejado para poder contemplar desde lo alto al resto de jugadores. Las tejas estaban sueltas, y quiso el azar que una de ellas fuera a atravesar la misma cabeza sobre la que 3 años antes se había posado la corona de Castilla.
Se conoce que estaba feo aquello de dar a conocer que un rey muriese mientras jugaba, mejor un rey "preparado" y trabajador, así que los Anales Toledanos Primeros, prefirieron la fórmula: “El rey don Enric trevellaba con sus mozos e firiolo un mozo con una piedra en la cabeza non por su grado e murió ende VI días de junio en día de martes era MCCLV”.
Pero la historia no acaba ahí, el conde Álvaro Núñez de Lara, que por entonces era el regente, al ver que se le acababa el negocio, optó por ocultar el cadáver del niño y negar su muerte. Pero su hermana Berenguela, logró encontrar el cuerpo y darle sepultura en el panteón del Monasterio de las Huelgas de Burgos, donde aún yace. Y así fue cómo la corona de Castilla regresó a la primogénita.
(Ad Absurdum - Resumen)
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