La ermita de los Santos Nuevos, en donde se venera la imagen de la Virgen de las Angustias, está situada en la riquísima dehesa que hay entre los pueblos de Almarza, San Pedro y Poveda, cuyos habitantes, así como los de otras aldeas cercanas, acuden a su romería, que se celebra en sincera armonía entre los vecinos de todos esos pueblecitos.
Mediado el siglo XVII, existía una rivalidad entre los diversos pueblos, pues los vecinos de todos ellos querían llevar las andas del santo en la procesión, y hasta llegaron a discutir que párroco debía cantar la misa. Esta discusión fue agriándose hasta tal punto, que un año los vecinos de Poveda madrugaron más y trataron de impedir que los de Almarza y San Pedro se acercasen a la ermita, por cuyo motivo hubo gran reyerta, con numerosos heridos.
En años sucesivos, los pueblos de Almarza y San Pedro, no queriendo que la escena se repitiese, se abstuvieron de asistir a la romería y, para animarlos a ir, sus ayuntamientos decidieron dar a cada vecino que fuese a honrar a los Santos Nuevos unas monedas, pan y vino; corriendo el tiempo, ese donativo se convirtió en pan y carne.
Una vez, en el momento que hacían el reparto, pasó por allí un caballero que rehusó el cogerlo. Tomando esto por desprecio, los vecinos del pueblo le obligaron a aceptarlo; cogiólo él al fin, pero así que se hubo alejado unos pasos, lo arrojó entre unas piedras y siguió su camino.
Al llegar a su casa sintióse enfermo; vinieron los médicos, mas ninguno lograba saber cuál era la causa del mal. Pasó algún tiempo, y al fin el caballero dio en pensar que la causa sería el desprecio que había hecho a los Santos Nuevos no aceptando la carne ofrecida en el día de su fiesta.
Ordenó a unos criados que fueran a buscar la carne, y así que la hubieron encontrado y traído, hicieron con ella un caldo para el enfermo, que rápidamente empezó a mejorar hasta su total restablecimiento. Pronto cundió la noticia del milagro, y desde entonces los caminantes que por allí pasan arrojan una piedra al lugar donde estuvo la carne, formando hoy un enorme montón, como testigo de la veracidad de este suceso.
(Vicente García de Diego)
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