Espíritus de muertos, que especialmente en las noches de San Juan gustan de visitar a sus familiares, unas veces con buen propósito, otras no con tan buen propósito.
Espíritus de los familiares fallecidos, viejos lemures, que salían la noche de los Difuntos, en todos los pueblos del Campo de Montiel. Se les encontraba caminando por los tejados, calles desiertas y rincones a oscuras.
En Torre de Juan Abad, de esa noche, algunos contaron que, al pasar por el cementerio, vieron estantiguas agarradas a las rejas, que lo cierran, increpando a todos aquellos que pasaban de la obligación de cumplir las promesas y el respeto que debían a sus fallecidos. Asimismo alguno de los finados se llegaba hasta las casas y se escondía detrás de las puertas. Así lo contaban las abuelas a sus nietos junto al fuego comiendo los dulces tostones.
Asimismo, los infanteños creían que esa noche: “Se aparecía una persona fallecida y reclamaba una promesa que tenían que cumplir”.
Se recuerda que alguna de estas visiones se la vio: “En la pila del agua bendita o diciendo misa”.
Era generalizada, en toda la comarca montieleña, la creencia que en habiendo muerto, las campanas daban aviso de ello, en el pueblo, no se podía ni debía, cocinar ajillo, gachas… pues, el muerto acudía y removía con el dedo las gachas o el ajillo que estaba en la lumbre. Había que retirar a escape el caldero y dejarlo para otro día. Credulidad conservada aún en muchos hogares.
¿Vestigios del ágape funerario, en el cual los finados eran homenajeados y donde éstos acudían en espíritu a saborear su plato en el asiento dispuesto en la mesa?
La noche del uno al dos de noviembre había que quedarse en casa, pues, esa noche, los finados andaban por tejados y calles arrastrando pesadas cadenas, de "visiteo" y en pos del hogar que tuvo en vida. En encontrándolo, muchos de ellos se escondían detrás de las puertas con gran espanto de los niños. Había quien se pasaba toda "la mala noche" tocando lúgubremente las campanas de la iglesia.
Espíritus de los familiares fallecidos, viejos lemures, que salían la noche de los Difuntos, en todos los pueblos del Campo de Montiel. Se les encontraba caminando por los tejados, calles desiertas y rincones a oscuras.
En Torre de Juan Abad, de esa noche, algunos contaron que, al pasar por el cementerio, vieron estantiguas agarradas a las rejas, que lo cierran, increpando a todos aquellos que pasaban de la obligación de cumplir las promesas y el respeto que debían a sus fallecidos. Asimismo alguno de los finados se llegaba hasta las casas y se escondía detrás de las puertas. Así lo contaban las abuelas a sus nietos junto al fuego comiendo los dulces tostones.
Asimismo, los infanteños creían que esa noche: “Se aparecía una persona fallecida y reclamaba una promesa que tenían que cumplir”.
Se recuerda que alguna de estas visiones se la vio: “En la pila del agua bendita o diciendo misa”.
Era generalizada, en toda la comarca montieleña, la creencia que en habiendo muerto, las campanas daban aviso de ello, en el pueblo, no se podía ni debía, cocinar ajillo, gachas… pues, el muerto acudía y removía con el dedo las gachas o el ajillo que estaba en la lumbre. Había que retirar a escape el caldero y dejarlo para otro día. Credulidad conservada aún en muchos hogares.
¿Vestigios del ágape funerario, en el cual los finados eran homenajeados y donde éstos acudían en espíritu a saborear su plato en el asiento dispuesto en la mesa?
La noche del uno al dos de noviembre había que quedarse en casa, pues, esa noche, los finados andaban por tejados y calles arrastrando pesadas cadenas, de "visiteo" y en pos del hogar que tuvo en vida. En encontrándolo, muchos de ellos se escondían detrás de las puertas con gran espanto de los niños. Había quien se pasaba toda "la mala noche" tocando lúgubremente las campanas de la iglesia.
(Descubre Castilla)
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