Era el año de 1765. Cuenta la tradición que ese año se produjo en Málaga un terrible brote de cólera, que hizo que enfermaran y perecieran muchos hombres y mujeres. Tal fue la virulencia de la epidemia que, llegada la Semana Santa, no había hombres sanos que pudieran portar las imágenes para procesionarlas. Nadie se atrevía a salir más de lo necesario por temor a contraer aquella cruel enfermedad. La muerte estaba garantizada para los contagiados.
La noticia de que ese año no habría procesiones trascendió los muros de la cárcel. Ese año no se procesionaría a Jesús "El Rico". La venerada y muy querida imagen de Jesús "El Rico", el Jesús de los encarcelados, el Jesús que ayudaba y cuidaba los cuerpos y las almas de los presos no saldría ese año a las calles de Málaga porque el cólera había enfermado o exterminado a quienes eran sus habituales portadores de trono.
La noticia se propagó por la cárcel toda como un incendio. La noticia corrió por todos los módulos, por todas las galerías, por todas las celdas de la penitenciaría. Y una extraña mezcla de dolor, de indignación y de fervor religioso se adueñó de la gente encerrada entre aquellos muros.
Espontáneamente, sin que nadie mediara, sin acuerdo previo, sin una voz acaudilladora... los reclusos, como movidos por un extraño y común sentimiento, se amotinan, desbordan a los guardianes que los custodian, salvan los muros carcelarios, desgajan los goznes del portón que impedía su salida al exterior y corren como posesos a portar sobre los hombros su entrañable imagen de Jesús "El Rico". ¡Ellos serían sus portadores esa noche! Esa noche, ellos, los privados de libertad, los encerrados por malhechores, los marginados de la sociedad... ¡serían sus «hombres de trono»! Y esa noche, como había ocurrido todas esas noches de Semana Santa, Nuestro Padre Jesús "El Rico" volvió a pasearse por las calles malagueñas.
Y concluida la procesión, todos volvieron voluntariamente aquella noche del Miércoles Santo al recinto que los separaba de sus familias y los aislaba de la sociedad.
Una anécdota —si así podemos llamar a hecho tan singular— va unida a esta creencia popular. Se dice que no todos ellos volvieron al claustro carcelario. Hubo uno que no lo hizo. Hubo un recluso que se quedó, toda aquella noche, cuidando de un familiar infecto de cólera, a quien le había llevado, para que obrase el prodigio de sanarlo, la cabeza de San Juan Bautista "Degollado", que, por entonces, se veneraba a los pies de la imagen de Jesús "El Rico".
La sorpresa fue mayúscula para los carceleros, cuando, al día siguiente, la mañana del Jueves Santo, regresó por sí mismo a la cárcel. Todos cuantos salieron la noche pasada estaban ya de nuevo en donde la sociedad los había recluido para purgar por sus delitos.
Se dice que, para reconocer el extraordinario gesto de estos hombres, en señal de agradecimiento por la inusual actitud de estos presos, y, en especial, para elogiar la buena voluntad de este último, el rey Carlos III firmó una pragmática por la que se otorgaba a la Justicia de Málaga el derecho a libertar cada año a un preso, que abandonaría la cárcel el día del Miércoles Santo y saldría en procesión con la cofradía titular de Nuestro Padre Jesús "El Rico". Después, volvería a casa con los suyos libre de su condena.
Hasta aquí lo que es creencia generalizada entre todos los malagueños. Quizás la realidad se desvíe de lo que es tradición de todo un pueblo. Puede ser que lo narrado nada tenga que ver con las razones auténticas del hecho, pero ésa es otra cuestión: el pueblo malagueño así lo cree y con eso basta.
José Antonio Molero
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