Fue una institución hotelera y gastronómica, en el Madrid de mediados del siglo XIX la que ocupó prácticamente desde su construcción un piso de la Casa llamada de Cordero, la que da su fachada a la calle Mayor y vuelve a las calles de Espartero y del Correo y levantó el maragato Santiago Alonso Cordero sobre el antiguo solar del convento e iglesia agustinos de San Felipe el Real, casa construida sobre proyecto del arquitecto Sánchez Pescador.
Estaba en el segundo piso de la casa y pertenecía a una bilbaína, doña Ramona Balderrain, gran cocinera, como buena vasca, que dio a conocer a los madrileños las delicias del pil-pil y de la salsa verde.
Todavía no existían en Madrid hoteles con este nombre y el establecimiento hostelero de doña Ramona era de lo más saneado que se podía ofrecer al viajero distinguido en este lugar. Así lo demuestra un viaje que hizo por España el príncipe Jorge, hermano del Rey de Prusia, como entonces se decía, de incógnito, expresión que se usó hasta 1936 y que hoy se sustituye por viaje privado o no oficial. Así, privadamente, vivió en la Fonda de doña Ramona, con el título de conde de Techenbuz.
Más tarde, en los días del breve reinado de Amadeo, cuando vino a Madrid Edmundo de Amicis, vivió también en la fonda de doña Ramona y la descripción que el célebre escritor italiano hace de la Puerta del Sol está indudablemente vista desde los balcones de la Fonda.
Seguía existiendo mucho más tarde, por los días de la Restauración, y alojando a los viajeros que estaban enterados de los secretos de la buena mesa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario