Érase que se era un caballero burgalés de nombre Juan d'Argés. Era joven, apuesto y valiente y recibía el favor de las damas. Un poco engreído y no menos envidiado, en cierta ocasión quiso lucirse ante su dama a la salida de la misa de doce. Montando a caballo quiso demostrar su maestría delante de ella y, mientras el caballo caracoleaba, perdió su control y dio en el suelo estrepitosamente, siendo el hazme reír de sus rivales.
No pudo tolerar semejante escarnio el caballero y decidió marcharse a guerrear a tierra de moros, abandonando su ingrata tierra. Marchó pues al puerto del Grao para embarcarse en una nave. Al llegar se encontró con que una incursión morisca había sembrado de cadáveres y de ruina la playa, andando por ella vio en el suelo lo que le pareció una muñeca, cogióla y ésta que era una imagen de María le habló: "Quiero, dijo, que seas mi juglar".
Conmovido el caballero marchó a la serranía de Utiel y allí se vistió de estameña y anduvo toda su vida haciendo vida de eremita y cantando los loores a María. Los campesinos le atribuyeron diferentes milagros como el haber detenido sólo con su palabra a un voraz lobo. Al morir dijo que quería ser enterrado a los pies de la Virgen a la que había construido un rústico altar. Hasta ahí la leyenda.
La devoción a la Virgen se extendió por la comarca, en especial en el pueblo de Utiel del que es patrona. Se le construyó una ermita en el mismo monte y allí acuden en romería o a visitarle la gente del pueblo.
Se da el caso de que lo de Juan d'Argés quedó en una simple leyenda pero hace unos años unos niños jugando en el monte hallaron una lápida entre los matorrales y raspándola un poco, les pareció leer el nombre de Juan d'Argés, dieron cuenta de su encuentro y la junta de la Virgen fue a ver lo que había de cierto en el hallazgo. Efectivamente allí estaba la lápida del enterramiento de Juan d'Argés. Para que no les acusaran de troleros quisieron que la junta municipal estuviese presente en la apertura de la lápida y allí apareció el cuerpo incorrupto del caballero, de gran estatura, vestido de estameña y con los pies calzados con abarcas manufacturadas.
En el hueso de una de sus piernas aparecía la señal clara de una lanzada que la leyenda contaba que recibió en una justa. Fue llevado a la cripta de la ermita y enterrado a los pies de su Virgen como fue su deseo. Sobre su tumba una estatua yacente lo presenta tal como fue encontrado.
Texto de Teresa Marín
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