jueves, 2 de octubre de 2008

Los Amantes de Teruel (Aragón)


Resumiendo al máximo el acontecer narrativo, digamos que, en torno a los primero años del siglo XIII, se conocieron y se amaron en Teruel Diego de Marcilla e Isabel de Segura. Ella era hija de un personaje de reciente linaje, pero próspero en bienes y dinero. Él pertenecía a una familia de viejos blasones y de hacienda escasa. Consecuencia: un amor socialmente imposible, una unión a la que se opuso desde un principio el padre de la mujer obligando a los enamorados a buscar citas secretas para proyectar un futuro que ellos eran los primeros en adivinar incierto.
En esa situación el inicio de la cruzada contra los almohades supuso una esperanza. Diego, pensando en la posibilidad de regresar rico de botines y honrado por actos de valor, decidió unirse a la expedición aragonesa. Y se despidió de su amada haciéndola jurar que le esperaría durante cinco años exactos, al cabo de los cuales, si nada sabía de él, podría darle por muerto y disponer de su vida.


Pasó el tiempo. Como estaba previsto, Diego se llenaba de gloria en la campaña, mientras Isabel esperaba, contando los días, los meses y los años que discurrían sin noticias de su amado. Sus padres, entretanto, aguardaban también con la esperanza de que la muchacha cediera al fin a una boda de conveniencia que le tenían preparada y que les daría el espaldarazo social que su fortuna reclamaba.


A medida que se acercaba el plazo que ambos fijaron el día de su despedida, las presiones familiares se hicieron más fuertes y la muchacha podía esgrimir menos argumentos en favor de la espera. Al fin, cediendo en parte a las urgencias, prometió solemnemente a sus padres que accedería a sus deseos el día mismo en que se cumplía el plazo que ella y Diego habían establecido.


Y ese día llegó. Isabel, perdida toda esperanza, se vistió el traje de esponsales y aguardaba ya la hora de acudir a la iglesia donde tendría lugar su matrimonio. En ese mismo momento, Diego se acercaba a Teruel, presuroso por llegar antes de que el plazo cumpliera. Al entrar en la ciudad, vio un revuelo de gentes ataviadas como para una fiesta. Preguntó y le hablaron de la boda que se estaba celebrando ya en aquellos momentos. Entonces, desesperado, entró en casa de la novia, se confundió con los invitados y, llegando hasta la desposada, la instó a quedar a solas con él un instante y le reclamó el amor debido en la promesa. Pero ella estaba ya casada desde unos momentos antes y se negó a ceder a la pretensión de Diego.


Se separaron con una mirada, dicen que sin palabras, conscientes de la imposibilidad de un amor que había significado su vida. Pero él, antes de llegar a la puerta, se detuvo, se volvió, la miró fijamente en una despedida muda. Sus ojos se vidriaron y cayó al suelo lentamente: muerto. Muerto voluntariamente de amor.


Dicen también que entonces entró gente; que el nuevo marido, inquieto y nervioso ante aquel espectáculo, se llevó al muerto en secreto, dejándole abandonado en la calle, y que allí le encontraron otros y le reconocieron. Dicen que lo entregaron a su familia y que sus padres decidieron enterrarlo en la vecina parroquia de San Pedro, donde llevaron sus restos para velarle durante la noche. Y dicen, finalmente, que en medio de los rezos del velorio; apareció una sombra envuelta en un manto, que se arrodilló junto al féretro y lentamente; descubrió su rostro para depositar un beso en los labios del muerto y quedar inmóvil junto a él. Cuando los presentes reaccionaron y fueron a separar aquella sombra del túmulo, descubrieron que se trataba de Isabel de Segura, que después de besar a su amado muerto se había dejado morir igualmente junto a él.


Incomprensiblemente, casi milagrosamente, todos asumieron la realidad de aquel suceso. Y el Juez de Teruel, la máxima autoridad de la ciudad; decretó, con el consentimiento de todos, incluso del fugaz marido, que se respetase aquel amor que abocó en la muerte de los amantes, que se les enterrase juntos para la eternidad; que sus cuerpos que nunca lograron la unión en vida la tuvieran en la muerte.

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